Engullimos
de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos
amarga.” Diderot
Todos
sabemos que en política se miente sobre todo en el imperio de las medias
verdades o verdades a medias, proclamadas un día tras otro, lo cual como
principio es algo que nos debería hacer temblar aunque sea una realidad
descontada y por lo tanto nada nueva.
Sin
embargo, como en todos aquellos lugares donde la mentira campea y la verdad
escasea, también en política existen muchos grados siempre calibradas por sus
consecuencias. Las hay nimias e intrascendentes, sin vocación de ir más allá,
encerrando peleas de cuerpo a cuerpo provincianas y domésticas a lo sumo
autonómicas, cosa por otra parte y hasta cierto punto comprensible que al
contrario sería algo así como un expectante partido que termina sin goles; pero
las hay de tantísimo calado que pueden dar con el final de una verdad
irrefutable, básica y fundamental para el futuro, de determinados estamentos y
organizaciones legítimamente y democráticamente establecidas, también de la
humanidad. Por eso solo el enemigo tiene derecho a mentir, que diría Lenin
cuando hablaba de la mentira como un arma esencial para hacer triunfar las
revoluciones.
Unas
mentiras repetidas una y mil veces en colegios, escuelas, universidades e
iglesias, que como dijera el dirigente nazi Goebbels, han acabado a fuerza de
repetirlas, en verdades incontestables.
Y
es que la mentira en política siempre ha tenido unos beneficiarios concretos y
conocidos, cuestión evidente, algo que por otra parte responde a una
inmoralidad que podríamos subjetivar de lógica porque está al servicio de unos
determinados intereses por supuesto que ilegítimos; sin embargo mucho más
preocupante es la mentira que cala por ignorancia, desconocimiento o
desinterés. Esta es mucho más indeterminada, ciega y por lo tanto más difícil
de combatir.
Y
en este auténtico jardín creo que es en el que nos encontramos para nuestra
desgracia. Una consecuencia de la falta de interés de esta sociedad construida
a base frivolidad y prisas, donde el saber es algo inútil y la imagen única
fuente de información para el gran público. Una sociedad de invernadero,
nutrida día a día en la ingesta de basura informativa visual, política y no
política y que está construyendo su futuro es cuestiones tangenciales en lugar
de hacerlo sobre valores profundamente humanos no digamos ya trascendentes que
a la postres se identifican pese a quien pese.
Lo
más pernicioso de todo esto acaba siendo de una parte el descrédito hacia el
sistema y de otro la misma calidad de ese sistema que es sal para la sociedad,
que en esto consiste la democracia; y si la sal se vuelve sosa…quién la salará?
Llegados
a este punto de desfachatez política, creo que no estaría de más que en una
sesión parlamentaria todos los portavoces de los grupos políticos subieran al
estrado y entonaran un sincero mea culpa por los casos habidos en sus partidos
donde la indecencia ha existido y cada cual en consonancia con los cometidos.
Al
menos, la ciudadanía a la vez que contribuyentes,nos iríamos esa noche a dormir
con la sensación de que por una y a la vez los políticos se han acordado de
nosotros demostrándonos también algo de respeto.
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