Opinión

Mujeres notables: Hildegarda de Bingen y la cerveza

Pilar Serrano de Menchén | Martes, 23 de Marzo del 2021
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Santa Hildegard von Bingen (Hildegarda de Bingen) nació en Böckelheim vor der Höe, Alemania, en 1098, y murió en Rupertsberg, cerca de Bingen, en 1179. Su fiesta se celebra el 17 de septiembre.

Según explican los estudiosos de su obra fue una abadesa polifacética: médica, filósofa, polímata, naturalista, compositora, poetisa y también lingüista. La bióloga estadounidense Margaret Alic[1] la ha definido como una de las científicas más importantes del siglo XII.

Hildegarda nació en una familia noble.  Fue la décima de sus hermanos y pasó enferma, apartada del resto de su familia, la mayor parte de su infancia. Sus padres, con sólo ocho años, sin que apenas tuviera conocimientos de lectura o escritura, la entregaron a la Iglesia para que fuera educada: Monasterio de Disibodenberg. A los 14 años se incorporó como profesa a la Orden de San Benito. 

Investigaciones científicas sobre la cerveza y libros 

Escritora sobresaliente, brilla particularmente por su obra mística, visionaria y poética; pero también, como veremos después, por sus ensayos sobre ciencia natural y medicina; asimismo fue una prolífica compositora musical.

Mujer reconocida por sabia, su influencia se proyectó sobre numerosas personalidades de su época, con las que dialogó y discutió y, según sus biógrafos, mantuvo particulares diatribas y criterios, reprendiendo a sus opositores en numerosas ocasiones por medio de las investigaciones científicas que realizaba[2].

Conocida como la «Sibila del Rin», con sólo  38 años de edad, fue nombrada abadesa y por ello tuvo que asumir la dirección del convento en el que vivía. Poseedora de una gran vocación y una mente preclara, la joven  se abrió paso en distintos ámbitos, entre otros en la propia Iglesia, donde se le concedió salir a predicar y fundar dos monasterios: el primero en 1150 y el segundo 1165.

Un año después de fundar el primero, entre 1151-1158, escribió su obra de medicina más importante bajo un único título: Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas (Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum). Posteriormente, el mencionado libro, Hildegarda lo dividió en dos: Physica, un texto sobre las ciencias naturales con conocimientos de medicina sencilla, y Causae et Curae. Causas y remedios de las enfermedades, que es un tratado de medicina compleja que trata de las enfermedades, sus causas y sus síntomas. Y es precisamente en el libro titulado: Causa et curae y Physica donde explica los experimentos que hizo para la utilización del lúpulo en la cerveza.

Pero, ¿qué motivos la llevaron a realizar dichas investigaciones?... Sabido es, que, desde tiempos antiguos, los experimentos realizados sobre esta bebida por diversos investigadores habían surtido poco efecto, a pesar que le habían añadido a la cerveza variados aditivos, no sólo  para enriquecer su sabor, sino para darle más color, aumentar el contenido de alcohol y conservarla, utilizando para ello: miel, canela, anís, jengibre, romero, clavel..., más raíces de plantas de distintas clases; mezcla con la que intentaban contrarrestar el dulzor de la fermentación del cereal utilizado para la fabricación de la famosa bebida.

Pero la preocupación de la religiosa por mejorarla (ella aconsejaba beberla en determinados problemas médicos) venía derivada de las enfermedades que provocaba en la población la insalubridad de las aguas, muchas veces almacenadas sin ninguna esterilización, recogidas en pozos, aljibes, tinajas o albercas.

Buscando el remedio, después de numerosas pruebas,  Hildegarda experimentó lo que deseaba con el lúpulo, una mala hierba que crecía en Baviera, consiguiendo con sus investigaciones el característico sabor amargo de la cerveza que conocemos y, a su vez, utilizar ─entre otras─ las propiedades bactericidas de la dicha hierba para que estas mantuvieran en buen estado una bebida muy consumida en aquellas lejanas épocas; pues no podemos olvidar que los monjes franciscanos, benedictinos y trapenses, elaboraban y consumían cerveza; sobre todo cuando hacían prolongados ayunos.

Como decimos, Hildegarda fue la primera que anunció el éxito de su experimento por medio de textos científicos, publicándolos y describiendo en ellos el mundo natural, mostrando, además del lúpulo, su particular interés en las propiedades curativas de las plantas, los animales, minerales, metales, y otros elementos de la naturaleza.

Por todo lo anterior su fama fue notoria; pues hace casi mil años que sus estudios sobre el mundo natural brillaron en una sociedad cerrada para las mujeres, y le dieron fama.  Su obra, según sus biógrafos, desprende una notable sabiduría, sin olvidar que, pese a ser religiosa, no tuvo reparos en describir temas que una monja evitaba tratar: la menstruación y el sexo.

Otros remedios y consejos de la abadesa para las mujeres llamaron la atención y fueron muy celebrados, pues anotó tratamientos para mejorar la dieta de las que sufrían amenorrea (que ya sabemos es la ausencia de la menstruación debida a la desnutrición). En este caso diremos que, en la época que le tocó vivir, muchos de los naturalistas creían que la mujer era la única que menstruaba. Sin embargo, Hildegarda estuvo entre los pocos estudiosos, anteriores a la ciencia moderna, que sostuvieron que las hembras de los monos también menstruaban.

Asimismo catalogó más de 230 plantas herbáceas y 60 árboles, dándole a cada uno, junto con las aplicaciones médicas, el nombre en alemán, logrando desarrollar una nomenclatura botánica, en este idioma, que todavía está en uso.

Por otro lado, los trabajos de esta singular abadesa, por su interés científico, fueron los primeros ─escritos por una mujer─ que se han conservado, llegando intactos hasta nosotros, permitiéndonos leer los minuciosos estudios realizados sobre temas tan diversos como los teológicos, biografías, hagiografías, poemas, himnos..., legados por esta religiosa y compositora de prestigio, muy reconocida también en la última disciplina que anotamos por numerosos musicólogos que estudian y estiman las 78 obras que han llegado a nuestros días.  Otras  materias estudió Hildegarda; pues también, gracias a ella, en el s. XII se conocieron numerosas tradiciones cosmológicas griegas y judeo-cristianas. 

En resumen, sus trabajos, según los especialistas y biógrafos, representan un original compendio de ideas procedentes de la tradición oriental, helénica y judeocristiana; pues las fuentes de su conocimiento fueron las tradiciones populares y el humoralismo galénico: mezcla inseparable de elementos naturalistas y místicos. Su influencia fue tan trascendental en su tiempo que perduró hasta el Renacimiento[3]. 

Veneración y santidad 

Venerada en vida y después de su muerte, su biógrafo, Teodorico de Echternach, la  llama santa, adjudicándole muchos milagros acaecidos en su época y, después de su muerte, por su intercesión. Gregorio IX (1227-1241) e Inocencio IV (1243-1254) ordenaron un proceso de investigación para declararla santa; proceso que fue repetido por Clemente V (1305-1314) y por Juan XXII (1316-1334); pero su libertad de pensamiento y las sucesivas trabas puestas a sus ideas evitaron la conclusión de los mencionados expedientes.

Un suceso, entre otros, ocasionó graves problemas al monasterio que dirigía. Fueron los derivados de un enterramiento, 1178, realizado por su comunidad a un joven excomulgado: tema que levantó polémica, de tal forma, que la Iglesia le exigió exhumara el cadáver; porque el derecho canónico prohibía su entierro en suelo sagrado. Pero Hildegarda se negó haciendo desaparecer las señales del mencionado enterramiento, sosteniendo la tesis que, que ya antes de morir, el joven había sido reconciliado con la Iglesia por medio de los sacramentos.

La negativa, enfadó a los prelados de Maguncia, prohibiendo el uso de las campanas, instrumentos y cantos de la liturgia en el convento: una de los atractivos que más gustaba a los fieles. Y fue tan grande la presión y el escándalo que se vio obligada a escribir una carta pública doctrinal donde ponderó el significado teológico de la música en los actos litúrgicos, logrando, por medio de testigos, se levantaran las prohibiciones.

Sin embargo, a pesar de los diversos expedientes sobre su canonización, pasó el tiempo y no fue declarada santa; pero, para contentar a sus devotos, se inscribió su nombre en el Martirologio romano, incluyéndose además, en algunas letanías; también se empezó a celebrar su fiesta; y las obras pictóricas y escultóricas que la retrataban fueron objeto de veneración.

Pero no sería hasta 1940 cuando la Iglesia autorizó la celebración de su fiesta en las iglesias locales. Posteriormente, y con motivo del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II la catalogó como profetisa y santa. Ya en 2006, Benedicto XVI, además de referirse a ella como santa, la alabó, junto a Catalina de Siena, Teresa de Ávila y Teresa de Calcuta, como una de las grandes mujeres de la cristiandad. Cinco años más tarde, en diciembre de 2011,  anunció se iba otorgar a Santa Hildegarda el título de Doctora de la Iglesia, inscribiéndola en el catálogo de los santos y extendiendo su culto litúrgico a la iglesia universal en una “canonización equivalente”.  La formalidad se cumplió  el 7 de mayo de 2012[4], en la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, otorgándole, junto al manchego San Juan de Ávila, el mencionado título.

Su fiesta es famosa y muy celebrada en las Diócesis de Speyer, Mainz (Maguncia), Trier (Tréveris), y Limburg. También en la Abadía de Solesmes un oficio compuesto por ella es cantado el día que se celebra su nombre[5]. También, al igual que en la iglesia católica es venerada en algunas iglesias de la Comunión anglicana, entre otras, la Episcopal escocesa y la de Inglaterra, celebrando su fiesta, al igual que la católica, el 17 de septiembre.

Hildegarda de Bingen murió en 1179 a los 81 años de edad, dejando un extraordinario legado de incalculable valor y una prueba clara de sus conocimientos en los numerosos tratados que realizó. Actualmente sus reliquias se conservan en la parroquia de Ebingen (Alemania).

Terminamos añadiendo que aún se siguen realizando estudios sobre esta mujer científica y multidisciplinar. Indudablemente, la historia, en cualquier aspecto de la vida, no puede entenderse sin reconocer la participación de la mujer.


[1] Margaret Alic: (2014), La herencia de Hipatia. Siglo veintiuno. Editores. México.

[2] Universidad Católica de Argentina, UCA: Agüero, Guillermina, (2007),  Hildegarda, los cátaros y el catarism... Hoy II. Archivado desde el original el 20 de abril de 2009. Conferencia impartida en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica de Argentina.

En línea: http://www.hildegardadebingen.com.ar/Aguero4.htm 

[3] Carolina Martínez Pulido: (2015), Una sorprendente estudiosa del s. XII: Hildegard von Bingen. Cátedra de Cultura Científica. Mujeres con Ciencia. Universidad del País Vasco.

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