Llegué a Tomelloso con la ilusión de ver futbol. No existía
la televisión y de donde yo venía no había ningún equipo que militara en
competiciones oficiales. Lo que entendíamos de ese deporte era de jugar con
pelotas de goma, porterías con dos piedras sobre las que poníamos las chaquetas
o jerséis, y tácticas de “patadón pa lante”.
Y de oídas, de las retransmisiones que hacía Matías Prat del campeonato
del mundo de Maracaná con aquellas divisiones suyas del campo para ubicar el
desarrollo del juego: el círculo central, la posición teórica del medio centro,
etc.
Militaba entonces el Tomelloso en tercera división, en el
grupo cuarto, y aquella temporada de 1952, había de habérselas con quince
equipos entre los que figuraban los madrileños
Rayo Vallecano, Cuatro Caminos y el
Escorial; los dos de las capitales
extremeñas y el Emeritense; los
manchegos Toledo, Talavera, Guadalajara, Valdepeñas, Calvo Sotelo y
Manchego, y los castellanos Segoviana y el Ávila, provincia ésta de donde yo
venía, pero al que no había visto jugar nunca y el Iliturgi, equipo giennense,
de Andújar, por el que aprendí que era
el nombre de una ciudad ibérica, luego
romana, cuyas ruinas se creían cerca de esta ciudad.
El primer partido que presencié fue un Tomelloso-Cacereño que
terminó con empate a un gol. Luego varios, entre ellos, el que disputó con el
Ávila que terminó con triunfo del equipo local. Pero aquella temporada, sin ser
mala, no fue muy exitosa para el
Tomelloso. Permanecían en la categoría
los cinco primeros; jugaba la permanencia el sexto, que fue el Tomelloso, que
terminó con 34 puntos. De los 30 partidos jugados, gano 12, empató 10 y perdió 8, habiendo marcado 63 goles y recibido
45.
Tuvo, pues, que jugar la permanencia, en liguilla con el Alicante, Huelva, Castellón y Cartagena, quedando último y descendiendo a Regional, según he podido comprobar en la prensa de entonces. Por todos puede verse la Hoja Oficial del Lunes: Año XII Número 665 - 1952 junio 30, p. 4. No obstante también he encontrado alguna noticia que no concuerda con esta realidad. Así, en el Diario de Burgos: Año LXII Número 19099 - 1952 septiembre 3, p. 3, se dice que “Por dificultades económicas, el Club Deportivo Tomelloso, ha renunciado a participar en la competición de Liga. Militaba en el cuarto grupo de la Tercera División, ignorándose el equipo que le sustituirá.” y, en Wikipedia, figura que esa temporada “Disputa la promoción de permanencia y conserva la categoría.” Los expertos en la historia del club tienen la última palabra. Desde luego, mi memoria porfía en que sólo aquel año le vio en tercera división.
En lo que a práctica de este deporte se refiere, el primer
año, los jueves por la tarde, (no todos) que nos tocaba, teóricamente, aquella
asignatura que se llamaba “Educación física”,
para cumplimentarla de alguna forma,
nos llevaban a una era empedrada de guijarros a jugar al futbol y allí
nos desfogábamos destrozando zapatos, magullando espinillas y cosechando mataduras
sobre las rótulas. Luego, no sé cómo, fui progresando en el deporte balompédico;
llegué a tener unas botas de futbol de cuero crudo, con largos cordones, puntera
dura y “espais”, de los que no he vuelto a oír hablar, que eran aquellas tiras transversales para
evitar los resbalones, que, después, desplazaron los tacos.
Y llegué a jugar en aquel estadio municipal de tierra, en
cuyo vestuario no faltaba la mercromina, en un equipo de cuyo nombre no es que
no quiera acordarme, sino que no lo consigo, cuya equipación, como se dice
ahora, eran camisetas y medias rojiblancas y calzón azul marino, con compañeros
a los que tampoco recuerdo. Tengo una
foto en la que aparezco junto al portero, de la que sólo reconozco, por ser vecino, a Titín (Benito Perales
Casero), a mi izquierda. Tal vez alguien conozca a algún otro o se reconozca en
ella. El equipo, evidentemente, no era el Tomelloso, que entonces vestía de
blanco, y no debía ser de los que despertaran pasiones o arrastraran
muchedumbres, pues, como puede advertirse, el campo estaba “abarrotao”, “a rebosar”. Yo jugaba de
defensa, en cualquiera de los tres puestos, últimamente, de lo que hoy se llama
lateral izquierdo, pues, a consecuencia de una lesión en el pie derecho,
jugando al baloncesto, aprendí a medio manejar el izquierdo y como en aquellos
tiempos los izquierdas escaseaban, conseguía alineación segura.
Sí recuerdo haber ido una vez a jugar a Socuéllamos y luego
quedarnos al baile, sin miedo ni riesgo de agresiones locales, por haber
perdido ampliamente.
De los jugadores del Tomelloso, oí hablar maravillas de un
par de ellos: del portero Orencio y del Jaro que ya no militaban en sus filas.
Luego, de los que jugaban en tercera, recuerdo el nombre de Manchado,
medio, que no sé si era funcionario de la Diputación de
Madrid y venía a jugar los partidos. De Regional me suenan Vives y Quevedo y, cómo no, Pepito Alcázar, el hijo
del Secretario y vecino del barrio del Carmen.
No hace mucho, leyendo
el trabajo de Alberto Ramírez “El futbolista que lo dejó todo y al Atlético
de Madrid por fugarse con Lola Flores”, en
el que cuenta el romance que Lola mantuvo con el futbolista vallisoletano del
Atlético de Madrid y de la selección española, Gerardo Coque Benavente,
“Coque”, que allá por la temporada 1954/1955, abandonara el club rojiblanco y a
su esposa, para marchar con la Faraona a
hacer las Américas, me vino a la memoria un hecho del que fui testigo ocasional. Es el siguiente:
Era un jugador del
Tomelloso. Debió estar poco tiempo. No
recuerdo su nombre, si es que llegué a saberlo. De los de fuera. Alto, moreno,
atlético, de buena planta y bien parecido. Estaba una tarde junto a mi casa, en
los soportales de la plaza del Carmen, con otros compañeros o amigos. Venía de
entrenar del cercano campo de futbol. De la bolsa de deportes sacó un paquetito
que acababa de recoger de Correos. Era un anillo de oro, al parecer valioso.
Les estaba preguntando dónde podía venderlo y, todo engreído, les leía la carta
con la que le remitían el anillo y le agradecían los amorosos servicios
prestados, despidiéndole. Según él, la remitente era Lola Flores con la que decía haber mantenido un romance. Desde luego,
no era Coque ni Biosca.
La Faraona parece que tenía especial predilección por los
futbolistas bien parecidos. Antes del apasionado y prolongado romance con Coque,
fue notorio el que mantuvo con el barcelonés Gustavo Biosca que la dejó para
casarse con Roser. Tal vez el romance
del futbolista del Tomelloso, si es que existió realmente, debió ser fugaz y
estar entre ambos.
Estas son mis lejanas memorias adolescentes de aquel futbol
que presencié y practiqué, casi en su
totalidad, en aquel Tomelloso, pues al
venirme a Madrid, colgué las botas.
Madrid, marzo de
2021.
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