Opinión

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Manuel Sánchez Patón | Martes, 4 de Mayo del 2021
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Los esperaba. Fieles a su cita, la semana pasada oí por primera vez unos agudos chillidos que provenían del firmamento. Una auténtica gozada. Un regalo de la naturaleza. Un placer para los sentidos. Un reencuentro con unas aves de depurado y vertiginoso vuelo. Son los vencejos.

El vencejo común (Apus apus) lleva con nosotros mucho tiempo. Querencioso de los hábitats humanizados, desde los más “naturalizados” (pueblos) hasta los más adversos y artificiales (ciudades), sólo requieren aleros, grietas y huecos de construcciones para el arreglo de sus rudimentarios nidos y de esta forma  dedicarse a la agotadora tarea de la procreación.

Cinco especies de vencejos habitan en España: vencejo común, vencejo pálido (Apus pallidus),  vencejo moro (Apus affinis), vencejo unicolor (Apus unicolor), vencejo real (Apus melba) y vencejo cafre (Apus caffer). Los efectivos de este último, junto a los del vencejo moro, están yendo a más en la mitad meridional de la península Ibérica desde los primeros avistamientos fechados en 1981. Se cree que el aumento de las temperaturas medias están detrás de la aparición de las dos especies. De ahí su importancia como indicadores del cambio global.

Migrantes estivales, procedentes la mayoría de la región africana del Sahel, arriban a la península a partir de marzo para establecerse por un periodo de cinco o seis meses. En nuestra zona llegan sobre el 22 ó 23 de abril y se marchan a finales de julio. Se han registrado viajes de hasta 200.000 kilómetros, casi sin interrupción. No solo es un portento de la aerodinámica, sino que nos encontramos ante un milagro evolutivo capaz de realizar migraciones de récord.

Un consumado okupa del medio aéreo

Este insectívoro no tiene un aspecto especialmente llamativo dentro del sorprendente y cromático mundo ornítico. Al menos para captar a las primeras de cambio nuestra atención. El color de cabeza y dorso es pardo oscuro, levemente más claro en la zona ventral. No presenta dimorfismo sexual. Nada en particular. Pero si observamos con detenimiento, apreciaremos algunos rasgos de su fisonomía que explican sus habilidades, necesidades biológicas y ciclo vital. De plumaje escamoso y sedoso, muy apto para vencer la fuerza del aire, alas largas, cola corta y ahorquillada que permite los cambios de dirección en pleno vuelo. El pico corto y curvado, culminado en una boca ancha en proporción a su tamaño, es ideal para la captura de miríadas de moscas, mosquitos, polillas y escarabajos. Una criatura adaptada, consumada okupa del medio aéreo (se sabe que casi nunca se posa, a excepción del instante de la cópula y la ceba a los pollos), que sin embargo ha tenido que pagar un peaje; sus patas cortas (que dan nombre a la familia a la que pertenece: Apodidae). Así obra la selección natural ¿Para qué las necesitan si pasan la mayor parte de su vida en vuelo?. El problema es que fatalmente caen al suelo. Será entonces cuando precisen de nuestra ayuda para remontar las alturas. Triste y cruel llega a ser la recurrente imagen, en los veranos, de tan formidables aves aplastadas y calcinadas en el asfalto.

Al poco de retornar, la pareja (la misma siempre) inicia su periplo constructivo. El nido es un  amasijo, untado con su propia saliva, de hierba, plumas y paja ubicado en grietas, oquedades, bajo los aleros … Los más aventureros lo harán en el interior, en desvanes, patios, etc. La puesta consta de 2-3 huevos de color blanco incubados a lo largo de 15 a 20 días. A las 5-8 semanas levantarán por vez primera el vuelo y serán ya independientes.

Su irresistible estética, y su capacidad de adaptación y resistencia han sido minuciosamente glosados en tratados de ornitología, en lienzos, en cuentos populares, y en la creación poética. La belleza y musicalidad de sus cantos son una invitación a la celebración de la vida.

Ya en términos más prosaicos, son una bendición gracias a su papel en el control de plagas (un individuo puede llegar a alimentarse de 55 kilogramos de insectos cada temporada). Sin embargo, cada año se lo ponemos más difícil.

La demolición de casas antiguas y abandonadas, las obras de rehabilitación, y las reformas en la edificación (ahora aceleradas por la normativa que obliga a la mejora del rendimiento y la eficiencia energética) están minando la ocupación de sus refugios tradicionales, usados temporada tras temporada por generaciones. Con los nidos ocupados, se tiran paredes, muros, y fachadas, se desmontan tejados y se destruyen aleros, arruinando el esfuerzo reproductivo de colonias enteras. Hay vídeos espeluznantes que recogen los intentos baldíos de vencejos adultos buscando acceder a los nidos, desorientados por su repentina y brutal desaparición.

Especie protegida por la ley

Ante un problema que afecta dramáticamente a la continuidad y reforzamiento de las poblaciones de vencejo común, hay que demandar cláusulas en la planificación urbanística que obliguen a particulares, comunidades de propietarios, administradores de fincas y administraciones públicas a mantener, conservar y recuperar, en último término, las oquedades, resquicios y grietas que proporcionan soporte, seguridad, y tranquilidad a las aves insectívoras en una etapa tan sumamente crítica como la reproducción.

Las ayudas públicas destinadas a la rehabilitación energética de los edificios deberían obligar a la elaboración de un estudio de caracterización de la biodiversidad existente, con el objeto de anticipar, paliar, disminuir o evitar males mayores (se entiende que la desaparición de los nidos y  refugios). Si todo lo anterior no fuera posible, al menos habría de contemplarse la adopción de medidas compensatorias, al igual que ya se hace con muchos otros proyectos de apreciable incidencia ambiental. El adelantamiento de las obras a la temporada de cría representa una de las soluciones más manejables.

Una actuación que ofrece buenos resultados y que resulta económica es la instalación de cajas nido bajo cornisas, aleros, vigas, y tejados, siempre a gran altura, y protegidas del viento, la lluvia, y la insolación directa. Además de favorecer la disponibilidad de lugares de cría a una especie con claros síntomas de declive, constituye una herramienta muy útil de educación ambiental y de lo que se viene llamando "ciencia ciudadana" (acercar el conocimiento del medio y divulgar propuestas de mejora de la biodiversidad urbana al conjunto de la población).

Hay que tener en cuenta que estamos hablando de especies protegidas por la ley. Las colonias, los ejemplares, las puestas y los nidos (aún sin encontrarse ocupados) están estrictamente amparados por la Directiva de Aves (comunitaria), el Convenio de Berna, las estatales Ley 42/2007, de 13 de diciembre, de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad y el Real Decreto 139/2011, de 4 de febrero, para el desarrollo del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y del Catálogo Español de Especies Amenazadas, y la autonómica Ley 9/1999, de 26 de mayo, de Conservación de la Naturaleza. Tanto el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas (CNEA), como el Catálogo Regional de Especies Amenazadas (CREA) estipulan los diferentes taxones de vencejos en la categoría "de interés especial".

Otras amenazas que parecen estar influyendo en el desplome de sus poblaciones tienen que ver con el uso extendido de pesticidas en la agricultura y en la jardinería, que reducen la disponibilidad de los insectos de los que se alimentan. Aunque no es sencillo hacer estimaciones cabales del daño infringido, preocupa cada vez más la acción depredadora de las colonias de gatos, mantenidas por voluntarios y amantes de los animales.

Según datos del Programa SACRE (Seguimiento de Aves Comunes Reproductoras en España) de SEO/BirdLife, la población de vencejo común ha experimentado en los últimos veintidós años un descenso de entre el 27,2 % y el 33%.

¿Por cuánto tiempo seguiremos disfrutando de la alegre, vistosa, y estival compañía de nuestros amigos viajeros?

En nuestras manos está.

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