Opinión

Mi plato preferido

Ramón Castro Pérez | Viernes, 25 de Junio del 2021
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Un buen día, el mundo se quedó sin material para fabricar nuevos microchips. Apareció en la televisión un señor taiwanés y, en un inglés áspero y rotundo, exclamó: 

—No more microchips! (microchips no hay más). 

En las horas inmediatas a aquella declaración, la gente siguió a lo suyo. Por todas las redes sociales circulaban memes con la cara del señor taiwanés y su famosa frase. Sin embargo, pronto comenzaron a escasear todo tipo de dispositivos electrónicos en los comercios. Y, claro, los precios se dispararon hasta el punto de llegar a pagar cantidades indecentes de dinero por un móvil desactualizado. A la postre, alguien acabaría cargándoselo de tres disparos en la cabeza. 

No quedó ahí la cosa. Brutalmente asesinado el señor taiwanés, todo el mundo acabó tomándose en serio aquello que había dicho, dando lugar a la aparición de las primeras revueltas. La gente enloqueció buscando microchips en cualquier sitio. Los autos que dormían en las calles aparecían desguazados; incluso podías perder la vida por el móvil o por la «tablet». Batidoras, centrales de alarma, lavadoras, planchas, cualquier cosa susceptible de albergar un microchip era abierta en canal y despojada de sus circuitos. 

Ante la imposibilidad de crear nuevos chips, el mundo se volvería más lento. Los teléfonos móviles fueron los primeros en quedarse obsoletos y las redes sociales perdieron músculo. Mi padre llegó a decir que aquella situación le era familiar, pues las personas que aún deseaban contactar en Internet, debían hacerlo a través del ordenador y usar viejas páginas llamadas blogs. Eso fue por un tiempo, claro. Los potentes navegadores, atestados de cookies, colapsaban los obsoletos microchips. Como resultado, la Red involucionó y regresamos a la web 1.0. Fueron días de texto plano, «hiperlinks» y archivos «jpeg» de baja resolución. 

Nos quedamos sin tarjetas de crédito, sin Twitter, sin Facebook, sin Bitcoin, sin Instagram. El mundo perdió miles de millones de «likes» y la ausencia de postureo indujo a muchos al suicidio. En cuestión de un par de años más, todos los servidores de Google cayeron y la Red desapareció. El mundo se quedó sin memoria y volvimos a ser locales. Sé donde está Taiwán porque encontré un mapa en una Larousse, que es una vieja colección de tomos grandes que, como ese país, ya no interesaba a casi nadie. 

En el presente, estamos muy interesados en los libros. Existen ciudades donde han aparecido millones de ellos y se cuentan por cientos los grupos de personas que se dedican a copiarlos y repartirlos entre la población, haciendo negocio con ellos. En mi caso, prefiero los de cocina. Recientemente he descubierto uno sobre Taiwán y me ha parecido interesante pues desconocía que esta gente, antes de hacer microchips, dominaran la sopa de fideos con vaca, mi plato preferido. 

Revisión del relato «Mi plato preferido», publicado en el blog www.marlentina.es del que es autor Ramón Castro Pérez. 

Ramón Castro Pérez trabaja como profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).

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