Un militar retirado asesinó el pasado 12 de junio a Younes
Bilal de tres tiros a quemarropa en un bar de Mazarrón al grito de "Moro
de mierda". Younes tenía 39 años y llevaba más de veinte en España. Había
creado una familia. Estaba integrado, llevaba una vida normal si nos atenemos a
su condición de trabajador inmigrante, esto es, deslomándose en todos los
oficios que iba cogiendo para salir adelante.
El Gobierno murciano, en manos del PP, se ha abstenido de
hacer declaraciones de condena, y de apoyo a la familia y a la población
marroquí. El presidente de la Asamblea de Murcia (Parlamento autonómico),
Alberto Castillo, uno de los famosos tránsfugas, bloqueó una propuesta de
Podemos contra el crimen. El Ayuntamiento de Mazarrón (PSOE) no ha dicho nada,
ni ha exteriorizado simbólicamente repulsa alguna, como ordenar poner las
banderas a media asta, o convocar una concentración de repulsa. Eso sí, su
Alcalde ha expresado condolencias a la viuda "a título particular".
El Delegado del Gobierno, José Vélez (PSOE), ha minimizado el asesinato
racista, calificándolo de "hecho aislado" (El País, 20 de junio).
El viernes 18 de junio, un millar de musulmanes despedían el
cuerpo de Younes Bilal antes de partir a su ciudad natal, Beni Melal, epicentro
de la migración marroquí con destino a nuestro país. Ningún representante
oficial se personó en la ceremonia, sencilla y siguiendo el precepto islámico,
a excepción del cónsul de Marruecos en la Región de Murcia.
Más ataques contra los marroquíes
La situación no pinta nada bien en Murcia para la población
inmigrante, no solamente norteafricana, estimada en 220.000 personas. En esos
mismos días y en Cartagena, una mujer apuñaló a una latinoamericana, en una
cola para recoger comida en un economato de Cáritas, al grito de "¡Sudaca,
nos quitan la comida!". Los servicios sociales llevan tiempo avisando del
clima de aislamiento y hostilidad contra los inmigrantes (de origen marroquí y
ecuatoriano, mayoritarios en la región). La pandemia, la crisis económica
asociada, y las arengas de violencia y odio proferidas contra el colectivo
musulmán por un partido neofascista (primera fuerza política en las elecciones
generales de 2019 en esta Comunidad Autónoma), están tensionando los ya de por
sí endebles lazos de convivencia en la sociedad murciana y española.
En los primeros meses de 2021 se han contabilizado ataques
contra una mezquita en San Javier, que se saldó con un incendio. En Lorca se
han producido protestas por la inminente inauguración de una mezquita (noticias
recogidas por la Agencia Anadolu, el 21 de junio). El 5 de junio, en Alhama de
Murcia, un ciudadano español agredía a Momoun Koutaibi, de 22 años, con una
barra de hierro en la cabeza mientras trabajaba, rompiéndole el cráneo y
mandándolo al Hospital Virgen de la Arrixaca. Permanece en coma. En la
madrugada del 22 de junio, otra vez en Cartagena, un marroquí de 40 años sufrió
una puñalada, sin que hasta la fecha se haya dado con el autor o autores y se
desconozcan los motivos de la agresión. La víctima se encuentra en el hospital
de Santa Lucía (Los dos últimos casos son citados por El País, el 25 de junio).
Aterrorizada y abandonada por las Administraciones públicas,
la comunidad marroquí ha convocado manifestaciones en Murcia y Cartagena, con
el apoyo de asociaciones y colectivos de inmigrantes, que claman contra el
racismo galopante, la impunidad y la desidia de las instituciones.
Los daños colaterales del agronegocio
El milagro económico de la otrora huerta murciana,
reconvertida desde hace mucho en un enorme complejo industrial de la
agricultura intensiva, debe mucho al esfuerzo de millares de trabajadores y
trabajadoras inmigrantes que en condiciones de semiesclavitud sacan adelante
las recolecciones para la exportación. Los abusos laborales y sexuales forma
parte del paisaje socioeconómico, subsidiario de un modelo agroneoliberal que
depreda el territorio, usurpa suelo protegido, agota los acuíferos, y contamina
la tierra.
Un tupido manto de silencio se ha cernido en Murcia, y en el
conjunto de España ante estos terribles "sucesos". Ha trascendido muy
poco en los medios de comunicación, que ya se sabe, se ocupan de cosas mucho
más importantes, aunque sea a base de darle vueltas a lo mismo de siempre.
La sevillana Andrea Hidalgo, viuda de Younes, ha manifestado
"El hombre que mató a mi marido no ha arreglado ningún mundo, ha
destrozado una familia y una comunidad. No es un loco" (El País, 20 de
junio).
Recordando a Ibn Arabí
Murcia es la patria del poeta y erudito Ibn Arabí, quien
nació en esta ciudad el año 1165. Místico sufí, fue un precursor del
entendimiento entre las distintas confesiones religiosas. Sería deseable
rescatar su biografía y obra intelectual para vacunarnos contra esas otras
pandemias cíclicas que, absurda e inoportunamente, entumecen nuestros sentidos
y enturbian la razón, alcanzando en ocasiones la violencia contra los más
débiles, un patrón que no muta desde hace siglos.
Toda mi solidaridad, todo mi cariño hacia la familia de
Younes Bilal (además de la viuda, deja huérfanos a Javi, Gloria y Rayan, todos menores) y hacia
la comunidad marroquí de Murcia.
Del mutismo de las instituciones (Gobierno central,
autonómico y local), y de la desinformación de los grandes medios, con alguna
honrosa excepción, está todo dicho.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
Domingo, 24 de Noviembre del 2024
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