Se aproxima la feria de
este año. Ya se conoce el cartel taurino con los diestros El Juli, Diego Urdiales y José María
Manzanares y toros de la ganadería Virgen María. Sobre ella han escrito ya, en este periódico, Dolores la Siniestra, “Mi Feria”, el jueves, 15
de Julio del 2021 y “Tinete”, José Antonio Negrillo Martínez, “Las ferias que yo he vivido”
el domingo, 25 de Julio del 2021.
Como “lo que abunda no daña” vayan hoy mis recuerdos sobre las ferias de los años cincuenta del pasado siglo.
Se
iniciaban con una sesión de fuegos artificiales.
Para
un adolescente no existían ciertos actos o festejos reservados a nuestros
padres como el teatro de zarzuela, la fiesta de las letras, etc., sí algunos
otros que se esperaban con entusiasmo creciente a medida que se acercaban los
días primeros de septiembre, en que se celebraba entonces. Ver llegar los
camiones cargados con el material de las grandes atracciones o del circo,
contemplar como los montaban, era ya una excitante atracción.
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¡Ha venido el circo… el trenillo, la ola,
los voladores del año pasado, los coches de choque…! nos transmitíamos unos a otros.
Entonces
se montaba en la explanada de la estación y en los paseos.
Entre
las atracciones más solicitadas estaban “los
voladores”, aquellas sillejas de
hierro sin patas, suspendidas con largas
cadenas del techo redondo, a modo de seta gigante, que cuando comenzaba a girar, por la fuerza
centrífuga, se ponían oblicuas. Los chicos tratábamos de colocarnos detrás de alguna chica para, estirando los brazos,
alcanzarla y con el pie impulsarla lo más fuerte posible provocando su grito y
su enfado. Y “el trenillo de la bruja”
circulando por su túnel oscuro, sembrado de sorpresas macabras, que arrancaban
los gritos de las niñas y sembraba de escobazos
los hombros, los brazos y la cabeza de los chicos. O los coches de choque, que sólo la fortaleza
y elasticidad juvenil evitaba alguna lesión de vértebras cervicales.
En
las barcas, se lucían los más fuertes y habilidosos haciéndolas subir lo más
alto posible, y para los niños, el carrusel, el “tío vivo”, con los inefables
caballitos giratorios, de sube y baja y
su peculiar música.
Pero
el espectáculo preferido por mí era el circo. Desde que de niño lo descubriera
en Santander, sentía una romántica
atracción hacia su vida nómada, su trajín de montaje y desmontaje de los
asientos y de la pista; el izado de la lona, sus fieras, sus trapecistas: el
portor y el ágil o la ágil; sus payasos: el clown y el Augusto, que llamábamos
el listo y el tonto.
En
aquel tiempo leíamos y coleccionábamos una serie de tebeos de “Tony y Anita” de
Editorial Maga con dibujos de Manuel Gago, con las aventuras de estos jóvenes
trapecistas de circo, que competían en fama, (los tebeos o pulgarcitos, como
los llamábamos), con la serie de “Pacho Dinamita”, de la misma editorial, el
valiente boxeador vasco con su exclamación ¡Jangoikua!, aunque a distancia de la de Roberto Alcázar y
Pedrín y el Guerreo del antifaz. Y teníamos reciente la película “El mayor
espectáculo del mundo” con aquel reparto excepcional de actores. Aquel circo,
aquella trama, despertaba en la mente adolescente la tentación de enrolarse en aquella troupe.
El
Auguso que nos hacía imaginar una
secreta y misteriosa vida tras la máscara de
maquillaje de colores, medio de esconderse ante la imputación de un
crimen no cometido, con su vestido
estrafalario y sus zapatones, y el drama de reprimir su dolor mientras tenía que
hacer reír, bebiéndose las lágrimas; el manejo de diversos instrumentos
musicales y el ingenio de su torpeza.
Años después tuve ocasión de conocer y tener como amigo a un gran
payaso, “Totó”, augusto, que había recorrido circos en España y Alemania y
participado en espectáculos cómico-taurinos, para el
que escribí guiones y algún sketch cuando actuaba, esporádicamente, en
salas de fiesta madrileñas.
Recuerdo,
también en el circo, a un recitador que arrancaba ovaciones, sobre todo del
género femenino, con la interpretación de la poesía de Rafael de León de “Mira cómo se me pone la piel
cada vez que me acuerdo/ que soy un hombre casado y, sin embargo, te quiero/
Entre tu casa y mi casa hay un muro de silencios.” En mangas de camisa y señalando el vello del brazo, y
tras el momento álgido de “Ayer en la plaza nueva, vida,
no vuelvas hacerlo, /te vi besar a mi niño, a mi niño, el más pequeño”, terminaba arrancando una sonora ovación con: “Sigue queriéndome así, tormento de mis
tormentos/Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero.” Y ante la
petición de ¡otra!, ¡otra!, terminaba recitando, del mismo autor, la de “Me
lo dijeron ayer/ las lenguas de doble filo/ que te casaste hace un mes ,/ y me
quedé…tan tranquilo.”
Y terminaba: “Que si al pie de los
altares/ mi nombre se te borró, / por la gloria de mi mare/ que no te guardo
rencor,/ porque sin ser tu marío,/ ni tu novio, ni tu amante,/ yo fui quien más
te ha querío./ ¡con eso tengo bastante!”
El primer año
cuando llegó el circo anunciándose en un gran cartel presencié la graciosa anécdota
de un niño que pedía a sus padres que lo llevaran aquella tarde porque era la
única oportunidad de ver un mamut que sólo iba a actuar ese día.
-¿Cómo va a actuar un mamut, si ya no existen, se
extinguieron. Eso es un truco para que acudan a la sesión, le decía el padre, es un timo.
-Que sí, decía el niño, que
lo he leído en el cartel de la puerta del circo.
-Será, decía el padre, como
aquella antigua atracción de La Caraba, que al entrar, tras pagar la
entrada, lo que había era una mula vieja
con un letrero que decía “La caraba pero ya no ara.”
-Que no, que lo pone bien claro en el cartel: “Hoy
gran mamut”
Fue lo que hizo
caer al padre
-¿Gran mamut? ¿No será gran debut?
Se celebraban,
también, concursos de arada. Se araba
entonces con mula y vertedera y el arte estaba en hacer los surcos más
derechos y en el menor tiempo. No como
ahora con tractores y máquinas con GPS, sino a ojo. Fue, años después, con
ocasión de aquella campaña de la Dirección General de Tráfico, con el eslogan “Si bebes no conduzcas”, cuando el ingenio y el humor manchego lo
adaptó a “Si bebes no ares”.
Y concursos de
tiro de pichón y tiro al plato.
A lo largo del
paseo se instalaban las diferentes
casetas: las de tiro al blanco con
escopetas de aire comprimido, trucadas en su mayoría, de donde la frase de “fallas más que una escopeta de feria.”
Sobre estas casetas una vez, en las fiestas de La Adrada que se instalaban en la plaza, en la que, a
la vez, se bailaba, me confesó un feriante que, por si acaso, por si les hacían
alguna inspección, tenían algunas bien calibradas. Estaban pendientes de las
parejas bailantes y eran las que le daban a los que veían más amartelados, en
la seguridad de que el estado de
excitación colaboraba con su negocio, alterando el pulso del tirador lo
suficiente para no hacer blanco.
Debieron tener suerte y tino Cristóbal García (q.e.p.d) y David Hurtado para, dando en el blanco, conseguir el premio de la foto, el primero conmigo, y el segundo con mi hermano Luis (q.e.p.d) y Ramón Serrano.
Y ¿Cómo no
mencionar las exquisitas berenjenas de Almagro, en aquellas orzas de barro, con
su caldo rico en pimentón y vinagre, rajadas al medio y rellenas con el rojo
pimiento atravesado por el biselado trozo de junco?
Y
ya, en los últimos años, ya de mocetes,
las verbenas. En la de 1956 instalada en el callejón de San Isidro, con la Orquesta
Tureskán y precios de 10 y 5 ptas., caballero y señora, respectivamente.
¡Así
eran aquellas ferias de mi lejana adolescencia o así quedaron impresas en mi memoria!
Madrid
17 de agosto de 2021.
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