A José María le preguntan cuántas cuevas visitables quedan en Tomelloso y responden que unas ciento veinte. “Llegó a haber más de dos mil, pero muchas desaparecieron por obras y otras están condenadas con escombros. Yo habré bajado a unas setecientas”, responde nuestro experto que toma la delantera en la bajada a la cueva por una larga escalera de peldaños cubiertos con cemento que describe una pequeña curva. Más o menos en el medio hay un sótano. Peldaño a peldaño vamos disfrutando ya de la agradable y fresca temperatura.

La cueva está impecable, iluminada en muchas zonas, además del haz de luz natural que entra por la lumbrera y que le esa atmósfera mágica. La forma circular de la cueva se expresa en todos sus niveles o capas: arriba, en el desgarre de la lumbrera; en el medio, en el balaustre y abajo en la disposición de sus ocho tinajas. Habíamos visto cuevas de forma octogonal, pero no redondas como la de Josefina. Las tinajas son de  400 arrobas o lo que es lo mismo de 6.400 litros.  

Llama la atención su superficie rugosa o áspera de las tinajas que luego coloreaban con sanguina. Se encuentran en perfecto estado de conservación. El balaustre  también aparece entero, sin ningún desperfecto, lo mismo que el techo de tosca con lo que no hay posibilidad de que se produzcan desprendimientos de tierra. La forma de la lumbrera nos hace sospechar que anteriormente pudieron introducir tinajas de barro, pero José María Díaz descarta la hipótesis: la cueva es de los años cincuenta y nunca albergó tinajas de barro. Nos encontramos en la zona de la ciudad que más grosor de tosca tiene.

Observamos otros elementos como el pocillo y la canaleta que socorrían al vinatero cuando se rompía alguna tinaja y varios elementos decorativos como ménsulas y plafones.Deambulando por  la parte de arriba vemos que algunas de las tinajas están cubiertas con las tapas de anea. Como la cueva es menos antigua, el vino lo sacaban con bombas por arriba y ya no eran necesarios esos agujeros a distintos niveles que permitían sacar vino de distintas calidades. Sobre esto José  María establece una curiosa distinción que se hacía antes entre el vino con madres, al que se añadía la casca de la uva para darle más color y cuerpo y el vino canijo que no las tenía y por tanto era de un tono más pálido. 

Estas curiosas denominaciones hacen que aflore en la conversación el rico léxico de Tomelloso que tanto suele llamar la atención a personas de otros lugares. Tomelloso es especial por ese léxico y, por supuesto, por la sabia solución de las cuevas para la elaboración y conservación del vino. La visita toca a su fin y echamos una última mirada a la cueva, otra joya, la número 79, que colocamos en la sección de cuevas de La Voz de Tomelloso.