Et gai rossignol et merle moqueur

Seront tous en fête

Les belles auront la folie en tête

Et les amoureux du soleil au coeur

Quand nous chanterons le temps des cerises

Sifflera bien mieux le merle moqueur

 

Mais il est bien court le temps des cerises…

Jean Baptiste Clément, “Le temps des cerises”

 

 

Sin usar la palabra nos vamos despidiendo

conscientes como somos

del crimen de asistir y no hacer nada

en este fin de fiesta

para el cual no hemos sido convidados

mientras los camareros barren la madrugada.

 

Ya no será lo mismo

cuando nos reencontremos.

Ya no será lo mismo

cuando nos reencontremos y alguien diga:

“se ha quedado un verano pendiente de acabar”,

tratando de invocar a la nostalgia,

la tramposa nostalgia,

borrachera de un sueño que no ha sido soñado.

 

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Hay calles que se vuelven con la luna

como un manso animal,

otras son una fiera impredecible

a la que sin razón alguna cantan

poetas y sinvergüenzas

por todos los rincones del país

siempre que llega esa hora tan terrible

y la atenta mirada de los cuerpos celestes

se torna persistente

como un recordatorio que nos habla

de lo inconmensurable sobre nuestras cabezas.

Los últimos destellos de verbena

se apagan con las luces del neón.

 

Habrá que acostumbrarse a navegar

las vastas vaguedades de los rostros,

a ir haciendo el almuerzo con las prisas

como ya tiempo atrás hicieran padre y madre,

mientras un pan herido de navaja

sobre la mesa aún puesta agoniza;

viviendo como acróbatas en precario equilibrio,

conductores de nuestro propio abismo

echándole carreras

a la muerte montada en bicicleta.

Y otra vez, sorprendernos esperando

a que llegue la noche

y cual pájaro negro se pose en la llanura.