Aquellas tierras de Castilla, tan dejadas de Dios y su llanura, lloviendo encima, y con cipreses puestos, eran espejo del escalofrío ibérico, la contracara de la frivolidad. El mar tan lejos, el cielo tan alto, el suelo sin rebordes y la tierra pobre, componen un escenario de mucha melancolía y desesperanza. De una belleza patética y purgatoria. Menos mal que los tiempos que ahora corren van adornando aquello, poniéndoles riegos y verduras, automóviles y anuncios americanos, que aunque resulte flaco ornamento, al menos le quitarán su condición de superficie lunar quemada y fría, aunque con su aquel místico. En los tiempos antiguos el monte bajo y los ganados balunos disimulaban la anchura solitaria, y resultaba engañoso el horizonte. Más luego, la labranza, los desmontes y la conclusión de la ganadería, hizo de Castilla, y muy especialmente de La Mancha, una tierra sin amenidad para los ojos prosaicos.
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
Una semana de lluvia
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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