Cuando
las centellas y los rayos caían como culebras de espuma; acelerando la
respiración y el ritmo cardiaco de los vecinos, los perros corrían como
exhalaciones, con el rabo entre las patas, encubriendo su naturaleza y
fidelidad al amo… Los pájaros canaleros cesaban en sus conquistas, escandaleras
y peloteras por hembras, que no hallaban parada ni reposo ante tan desaforado
cortejo… Madres y abuelas (los padres andaban en la brega del campo) solicitaban la pronta presencia y recogimiento de los
retoños, nombrándolos con vocablos que rebasaban las oscilaciones de la
chillería…
Con los pies en los peldaños de los taburetes, aturdidos, escondidos en
rincones, despensas y camarines; con temblores que sacudían los músculos y la
voluntad, mientras los rayos y las centellas hacían “sendiles” en las
arboledas, se imploraba amparo y misericordia a Santa Bárbara Bendita. El
pavoroso estruendo de los truenos, perturbaba empeños y convicciones de fe…
Entre tanta faena de los elementos, el lienzo celeste se ennegrecía apareciendo
la lluvia-chaparrón, que no siempre era diluvio… Las gotas de agua, con sus
suaves y timbrados golpes, calaban y empapaban el mullido lecho de la tierra,
enmarañado de microscópica vida.
Los iones que habían precedido al evento meteorológico, que exasperaban
y perturbaban el ánimo, se desdoblaban o eran reemplazados por iones portadores
de sosiego… Y un olor tranquilizador a tierra húmeda, impregnaba el ambiente…
Entonces olía a tierra mojada… Aquel agradable aroma a tierra mojada, dimanaba
de la geosmina, substancia liberada por bacterias denominadas streptomyces
coliecolor, “dormidas” en suelos apenas alterados y contaminados. La humedad
las transportaba al aire, adquiriendo un olor etéreo, (“preticos”) considerado
por la mitología griega esencia que discurría por las venas de los dioses…
En estos días, como en otros muchos, cuando un tanto abstraído, (sin ser
capaz de asimilar aquel que fue el entorno de mi infancia, hoy “pintado” de “colores”
hirientes y torturadores) he garbeado por aquellas “majestades” de montes,
vegas, regatos y arboledas; por donde los críos tripudiábamos, enfrascados en
el eterno rodar de la vida, ya me estorban unos calcinantes rayos de sol y unas
mascarillas tiradas, cabrioladas por el viento, que limitan la extensión de mi
mirar y sumergimiento en aquel universo de la infancia; cuando nos atemorizaban
los “berridos” de los truenos y los “latigazos” de los mortíferos relámpagos…
En estos días de verano, con un cielo de calimas, pura “brasa” del hacer
humano, de pronto, oscuro y trémulo, suena un estallido extraño que se prolonga
largo tiempo y un chaparrón tamiza la suciedad de hacer a nuestras anchas… Con
un viento que deshace y tumba la floresta, el “perfume” de algunos de aquellos
suelos, donde entonces olía a tierra mojada, hoy son “aromas” nauseabundos de
las “sobras” que el individuo “sabio” (transeúnte
de la nada, al que solo importan su “yo”, sus “reinos” y abolengos) genera y
abandona… ¡Basura de la conciencia que nadie osamos confesar! El orgullo, la
falacia y el protagonismo, jamás serán certidumbre… Mirar, ver, adormecerse sin
mundo y no pensar… Nuestro cinismo, espiral de la nada… Eternidad de la
negación… No decir lo que se ve… Conciencias que actúan a través de conciencias
ajenas, viviendo sin saber cómo…
En una falsa oleografía de mi mente, con sensaciones vagas de absurdas nostalgias; de repente, con “sabor” a sueño, gano remembranzas intemporales de muchas dimensiones, de extraños universos vividos, con sus Genius loci, y recuerdo de aquellas gotas de agua, aquel arco iris y la nube oscura flotando por encima; el viento sugeridor de misterios y la “orquesta” de luceros intermitentes cuando el “chaparrón” se iba hacia el olvido… Y surgía entonces, en mi mente de chiquillo, con sus ficciones obscuras y coloridas, la idea del origen de mi mundo y de muchos mundos… Entonces, en aquel universo de mi infancia, olía a tierra mojada…
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Martes, 7 de Mayo del 2024