Y cuando su padre le habló a Encarna de la
Fiesta de las Letras, ella, en su pequeñez e inocencia de sentido común, se
imaginó que las letras se iban de bureo
y de fiesta. Y no se equivocó porque, como niña que era, estaba llena de esa
sabiduría original que luego se pierde en tantos rincones del cerebro y del
tiempo.
Y se imaginó a cada letrita vestida de
gala, acicalándose para bailar y cantar, para escuchar la música de los
relatos, el sonido de las voces que
empoemaban toda la sala, como pajarillos entonando cada uno su canción.
Levantadas todas, alzando la voz al unísono, al cantar el himno de Tomelloso, o
de Riego, que hubiera preferido García Pavón. Todas muy quietas y un poquito
sonrientes, con el corazón blilcando,
como dicen en el Pueblo, de alegría.
Y tras este inicio solemne visualizó cómo
las letras, al encontrarse después de dos años, que parecieron dos siglos, se
abrazaban y se besaban formando palabras nuevas llenas de música, canciones,
frases de amor, de alegre amistad, de encuentros de verano y de feria.
En aquel momento, la niña que fue Encarna
no podía imaginar que años después sería ella quien amadrinaría aquella Fiesta,
acompañada por la Esencia de su hermano Jose Luis Cabañas, en un acto donde la
belleza y la armonía lo acunaban mientras trazaba con su lápiz un infinito de
humor e ironía en el vientre del Multiverso.
Tampoco se le ocurrió imaginar a Encarna
(por muy niña que era), ya que los hechos terribles no entran en la mente de
los niños, que tras ese acontecimiento habría un gran vacío de oscuridad que
impediría que la fiesta se celebrase el año siguiente.
Y es que en 2020, un bicho invisible, un
monstruo diminuto, vino de no se sabe qué lugar y rompió el cielo, nos tapó la
boca y se tragó la feria, inundándonos de miedo, incertidumbre y dolor. Encarna
fue la última madrina antes del bocado del coronavirus.
El firmamento quedó desgarrado, como tantas personas, y
solo la luz pudo repararlo de nuevo. Así qué las almas más antiguas, más
brillantes, más sabias de la Tierra, sabiendo que nadie se queda de simiente en
este mundo, comenzaron a iluminarse para socorrer al cielo. Y cada una, nada
más cerrar los ojos, se quitó su traje de cuerpo y subió muy rápida hacia
arriba convertida en luz, casi sin despedirse por la urgencia del techo del
mundo. Y se colocó en las manos de esa tejedora de sueños que es la Creación,
que la pespunteaba deprisa, muy pegadita a la anterior para fortalecer el cosite, permitiendo que el desgarro
pudiera repararse. Cada puntada fue una de ellas, generosa, valiosa, amante y
amada. Los que no sabían la verdad, porque la verdad a veces se esconde donde
nadie puede encontrarla, lo confundieron con la muerte.
Este
año, para honrar la memoria de aquellas Almas que se sacrificaron y partieron sin despedirse, juntitas y muy
deprisa, las letras de Tomelloso, quisieron vestir primero de blanco y negro:
el negro por el dolor de la pérdida, por el vacío de la ausencia, por la rotura
del cielo y del corazón y el blanco, porque también simboliza el luto en otras
culturas, cuyas personas son distintas e iguales a nosotros y sufrieron a la
vez la ferocidad de este bicho. También el blanco por la Luz que son ahora esos
seres queridos, una luz incombustible y eterna, iluminando los caminos de vida
de quienes los aman.
Las
letras saben, sin embargo, que la muerte no es blanca ni negra sino del color
del arcoíris para quien regresa, de su mano, al útero del Universo aunque deje
un nicho de desolación en los que aún se quedan aquí. Ellas intuyen que es un
abrazo de amor que nos devuelve a la Fuente de la que procedemos para seguir
alimentando la vida desde otro lugar.
Y
Así honraron esa Vida que vivieron todos y todas ellas y la Esencia en la que
se habían convertido. Y desfilaron en silencio primero y después al son del Requiem de Mozart, Lacrimosa, iluminado
por la música de la orquesta Verum y las voces mágicas de la coral del
Conservatorio Municipal. Porque la música cura cuando los acordes y las voces
se sintonizan con la Armonía de las Esferas que ya escuchó Pitágoras hace
tantos siglos, y nos marcan el camino del Sentir y del Vivir, convirtiéndonos en Unidad con todo lo Creado
y lo Eterno.
También
se rindieron con un gesto de agradecimiento profundo a todas y todos los
sanitarios y personal de los hospitales que las cuidaron lejos de sus hogares,
les dieron consuelo, sostuvieron su último aliento, hicieron todo lo posible
porque siguieran en la vida y arroparon con su ternura, su profesionalidad y
sus propias lágrimas el último adiós. Rendidos, hundidos, incombustibles a
pesar del cansancio y de la derrota, sabiendo que toda derrota es la antesala de la victoria.
Y
entonces las letras se cogieron de la mano para formar aquel poema acrónimo De
Dionisio Cañas:
“Nada muere para
Aquellos que se aman.
Viven como la savia de las viñas.
Inmunes al invierno.
Debajo de la nieve.
Abrigados por las heladas.
Dando vida a la tierra.”
Y
tras estos momentos, emocionadas, con la mano en el corazón, agradeciendo su
sostén, pidieron permiso a los idos, seguras de que les sonreían desde otra
dimensión, para celebrar la Vida, que está presente Aquí y Ahora y nos envuelve
en Amares y Sentires que recitaba Galeano.
Y juntas comenzaron a encaminarse hacia su
Fiesta que finalmente pudo escaparse de las fauces del monstruo:
La primera, la T, altiva y mayúscula, de Tomelloso, representaba la Tierra, árida
primero pero luego fértil a golpe de azada y de riñones inmunizados de tantas
mujeres y hombres que crearon nuestro pueblo a fuerza de empeñarse en ser
pueblo nuevo a la sombra del Tomillo, con el sostén de tantas gentes venidas y
marchadas. En la tierra primigenia no solo se sembraron semillas de ilusión y
esperanza sino letras, con forma de uva y de sandía, que al nacer tocaban el
corazón para que nadie en este rincón del mundo se quedara sin voz.
"(...) surco en el olvido, uva yacente, el campo en su largura recuenta soles, siglos, y madura el paisaje en el tiempo repartido (...)", sintió Eladio Cabañero.
La T
se puso el traje que más le gustaba, el de Todo
es Posible, del Todo que nos envuelve, nos nutre y nos impulsa a Ser lo
mejor que podemos llegar a Ser.
A su lado iba la O, gordita y redonda, simbolizando el inicio y el fin en ese Todo, orondo y juguetón, como una canica de colores, con el mundo dentro. El mundo que Tomelloso es en su movimiento constante hacia la curiosidad, la creatividad, la cultura, la casualidad o no de ser causa nombrada del arte y la escritura en tantos rincones, con tantas Musas y Maestros, de M, que iba detrás de la O y que no paraba de moverse, porque representa el agua, inquieta y espabilada, curiosa y nutricia.
La M de mamá y sus cuentos, como los tituló Garcia Pavón, la M de madrugar para ir al campo a trabajar la tierra. La M que se puso los zapatos cómodos de mujer libre y ligera, honrando el esfuerzo de aquellas que sacaron a puñados la tierra tallando cuevas con sus manos para que se llenaran de vino, el vino que nos dará de comer y de beber. Las mujeres, aunque nunca se las miente, también con M, que han hecho a Tomelloso el que es y a los tomelloseros y tomelloseras lo que somos, dando a luz y acompañando a aquellos hombres primeros que buscaron rincón autónomo para plantar la independencia de un pueblo. Sabemos los nombres de ellos (de los primeros habitantes) pero no los de ellas, aunque los encontraremos. Ellas que les preparaban el hato, y les lavaban la ropa. Ellas que trabajaban a su lado en el campo muchas veces y parían debajo de sus cepas. Las mujeres que cosían, que decían la oración del maldeojo para amortiguar el malestar y sanaban con sus manos y con sus besos los dolores del alma. Mujeres que engendraron, parieron y perdieron hijos siglo tras siglo, a la luz de la lumbre o al amparo de las viñas, que echaron su fuerza y derramaron sus lágrimas, que lanzaron su risa al aire aunque fuera del cierzo y que amamantaron a tanta gente que casi no tuvieron tiempo de escribir, ni de leer, ni de contar historias porque ellas eran la historia propia que se cuenta.
A pesar de todo y sin pesar de nada la
literatura, la pintura, el teatro, la música, la fotografía tomellosera también
se viste de mujer autora y lleva impresa su fortaleza, su creatividad, su
sabiduría y su ternura, en un esfuerzo, tantas veces, imposible.
La M también de merienda de pan con tomate
o con chocolate. Y de ¡Mírame, que guapa voy a la fiesta de las letras!
La M de melancolía por dejar de ser lo que
fuimos o de estar dónde estuvimos, por morirnos, por irnos lejos para siempre o
solo para un ratejo y no poder volver
nada más que en Navidad, en la Feria o en los Santos, porque para eso nos
hicieron libres nuestros ancestros y ancestras en este rincón del mundo, para
volar sostenidas por sus huesos y añorar visionados por sus ojos de más allá.
La M se vistió de chulapa, M de Madrid,
donde emigraron y emigrarán tantas tomelloseras y tomelloseros, para estudiar,
trabajar o simplemente vivir, como la tía Costa y el pequeño Carlitos,
arrancados del Suspiro en el que dejaron su adolescencia, su niñez y su
huérfano corazón de tierra, tras
estrenarse a golpe de fusil el franquismo en el Pueblo. Esa Capital tan querida
donde todavía trabajadores van y vienen a diario, pendulando día y noche como
un yoyó gigante, madrugando en horas tempranísimas para ganarse el pan al ritmo
de ladrillo y que al encontrarse fuera del pueblo se alzan el brazo y solo les
sale la siguiente letra de Tomelloso, directa de la campanilla de la garganta:
¡Eeeeeeeeee¡ o !Eeeeeiva¡, maravillosa para saludar sin gastar saliva, con todo el
ímpetu del que se alegra infinitamente mil veces de encontrar al paisano del
pueblo, aunque allí no le haya hablado nunca. Pero fuera parece como si todos
fuésemos hermanos de la misma madre. El Eeeee
hace amistad aunque no la haya porque los tomelloseros y las tomelloseras no
solo estamos unidos por las letras, sino por el estómago, las entrañas de la
tierra que vinculan para siempre, salvando el resquemor de rencores pasados, en
un segundo de saludo: !Eeeeeiva! En
el campo, en Nueva York o en Madrid, la letra E nos une y nos unirá porque
simboliza esa llamada de atención de la letra milenaria.
E de Ea
también, que mucho se arregla en el decir de esas dos vocales, la que tiene
Tomelloso y la que no. Como si uno no quisiera ser cansino y decir de corrido: qué le vamos a hacer a la vida algunas veces
si las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran.
En el Ea
se concentra toda una filosofía de vida, mucho más que un sentir. En otros
pueblos nos conocen por el ea y en
muchos no nos entienden cuando lo decimos, pero es que cuando nacemos ya lo
llevamos implantado en la garganta y sale solo aunque no tengamos la intención
de decirlo.
Después de la E, se entrelazaban del brazo
las mellizas: LL, de lluvia, que
tanto invocamos antaño. Que nutrió esta tierra casi estéril, que hidrató las
raíces de las cepas para que las uvas salieran gordas y frescas, con buen grado
para vivir de ellas y del vino que ya no es solo caldo sino que la alquimia de
las buenas manos han convertido en elixir compartido, con el que disfrutar y
brindar en cualquier rincón del mundo. Gracias a la lluvia somos lo que somos
dejándola en manos de una Diosa llamada Virgen de las Viñas, esa Diosa Madre de
la tierra y de las vides que vive en cada mujer tomellosera, capaz de dar fruto
en vida, en palabras y lágrimas, en imaginación, en trabajo, bordando lo
cotidiano en corros de vecinas cogiendo el pan, detrás de un visillo o en la
universidad. Convirtiéndose en musa que barre la calle cada madrugada y en
poetisa desde la tierra más estéril, que la fecunda con su risa fresca y con su
carcamusa de palabras imposibles.
La ll también se puso el traje largo de
llanura, ese gran llano manchego con el horizonte hondo, limpio y largo, diáfano, debajo del cielo más grande del
mundo. Como decía Pavón:
“Su paisaje, es una horizontal absoluta, sin descanso, reta la comba del
cielo, casi siempre límpido, que baja a descansar perfectamente sus bordes
sobre la desembarazada y lejana curva del horizonte. El caminante que se acerca
a Tomelloso desde cualquier punto cardinal, comienza a verle leguas antes de
pisar sus cascajales como un blanco y largo pañuelo tendido sobre la tierra
pardusca y calcinada.(...)”
y su amigo Eladio Cabañero:
"La Mancha frente al Sol: una sandía de corazón quemante y duradero
frente a un circo de cal y lejanía"
Y las melgas ll, risueñas y juguetonas se pusieron un collar de tomillo porque también sabían que representaban el llanto. El tanto llorar de aquellas primeras familias que quisieron, que soñaron con que este rincón del mundo fuera Tomelloso y aquellas otras que ya siéndolo lloraron de la alegría de Ser y siguieron llorando a ratos, desde la vida que es llanto, un rato y al otro lluvia y al otro dolor y al otro risa y... otra vez la O redonda de Otra Vez, en ese incansable recomenzar constante y cansino de Sisifó, que le da al tomellosero y a la tomellosera el don de la perseverancia para llegar a ser lo que quiera ser, a hacer lo que quiera hacer y a ir donde quiera ir, a golpe de insistencia.
La S
iba cogida del dedito pequeño de la O, y se vistió de Sol para ir a la Fiesta,
ese Sol que desolla los riñones y energiza los pulgares, que derrite a las vendimiaeras en septiembre y a los
meloneros en agosto, que impulsa las flores de primavera, iluminando toda la
palabra, el pueblo entero y ahora la ciudad en que se había convertido, sin
dejar de ser pueblo, caldeándola en verano tanto, tanto, que hay que esconderse
entre toldos, albercas y lagunas y llevar el botijo en el alda de contino.
La S,
vestida de serenidad sembrada en nuestra personalidad soñadora, que se conforma
tantas veces con tan poco, que se sabe suficiente con lo que se tiene pero que
a la vez se siente atraída por lo nuevo, por lo diferente, por lo inexplorado.
Aunque a veces se despista en lo ostentoso y se deja narcotizar por esa falsa
abundancia que nos hace levantar desproporcionadas casas con columnatas
barrocas en un michinal de calle, o
comprar coches güenos para pasearlos
solo los domingos, lentamente, por la calle de la Feria, que es por donde se
pasea en este rincón del mundo, para que lo vean bien a uno, de punta en
blanco, porque parece que aparentando tener mucho somos más, sin caer en la
cuenta de que ya somos mucho solo siendo. Pequeñas sombras que tomelloseros o
no, todos y todas tenemos en algún rincón de nuestro cuerpecete templado,
pequeños piares que nos hacen la
humanidad que somos.
La S también de Solidaridad, de Sssssss, no
llores por tu pena: no estás Solo, no estás Sola, te acompaño en tu corazón
vulnerable, en tu necesidad, con lo que poquito que tengo, para que crezcas
como las matas de melones hermosos. Da igual si estás aquí, cerquita de la
estufa o en la misma África. Allí iré, como una Estrella, para compartir mis
manos abiertas contigo y dejarme nutrir por la riqueza de tus ojos y de las
tuyas.
La solidaridad manifiesta en época de pandemia
de las agricultoras y agricultores, doblando turnos también para alimentar el
confinamiento o ahuyentar el bicho limpiando las calles con las sulfatadoras
llenas de agua bendita. De las limpiadoras y limpiadores que despegan al
monstruo de paredes y suelos y auxiliares de hospitales que limpian los culetes
cagados de nuestros enfermos como si fueran de su sangre y nos devuelven la luz
de la pureza encarnada en sus cuerpos finitos.
Y así también crecemos, ofreciendo lo que
tenemos: un paseo por las viñas, un relato solidario, un vinejo en la Plaza o un vermut en Lauticia, volcándonos en el sentir de la otra persona con la que
nos cruzamos, como si fuésemos ella, eso que se llama Empatía y que también
está en la palabra Tomelloso y desde la que abrazamos las tres heridas abiertas
por las que gritó Miguel Hernández: la de
la vida, la del amor y la de la muerte; la de la muerte, la de la vida, la del
amor.
La S
eligió colocarse en la cabeza un sombrero de silencio. El silencio que dejan
los que se marchan. El silencio de la tierra o del cielo llano escuchando el
cantar de un niño chico, que fue mi padre, como tantos, convertido en hombre
sin serlo, al que cambiaron la escuela a la que iba a diario con su silla
arrastras por la inmensidad de las viñas en los años de postguerra. El silencio
en el que ahora se sumerge recordando aquellos años: “El niño que fui es la misma persona que viejo que soy”, dice el
Maestro Antonio López.
Y la S se calzó los zapatos de Sabiduría
para pisar la tierra porque precisamente de ella venía. Esa sabiduría que cala
en el corazón, tan antigua como nuestros ancestros de siglos que ya escribían
sin saber leer, recitaban versos sin saber escribir y leían entre la manta y la
saca lo que daba la luz de la lumbre, según contaba el tío Julio, porque las
letras, muy cucas ellas, no solo están en las escuelas, se esconden también en
el silencio del campo, en el viento del cierzo que viene más fuerte y se
siembran más rápido en la mollera. Esa primera poesía de quintería que fue la
matriz de las letras de ahora.
La S se puso un broche de Sueño nunca
imposible, de sueños que no se atascan ni abultan sino que fluyen como el agua
de regar por los surcos de las viñas, a golpe de chuflito o de aspersor. Cuando tenemos uno nuestro corazón se sintoniza
con nuestro estómago y manda una orden tan potente al cerebro que éste se pone
a revinar sin pausa pero también sin
prisa, porque no nos gusta correr ni errar, aunque tampoco nos importa mucho ni
lo uno ni lo otro si hay que hacerlo o si pasa. Que sabemos levantarnos y sabudirnos el polvo de las rodillas para
seguir andando hacia delante, sin recochura
ninguna o con ella a cuestas. Tan fuerte es el sentir del sueño que el
hacer y el crear salen disparados en muchas direcciones hasta encontrarlo y
poder vivirlo.
Las letras llevan su propio hilo, su propio
camino y muchas veces se apropian de las manos sin que una o uno se dé cuenta.
Tienen una energía particular y sagrada que viene del mismo centro del cosmos, como la vida, a
veces incluso sanadora y alegre por el gusto que nos da escribir sobre lo
nuestro, escuchar nuestro nombre y el de nuestro pueblo, aunque sea en el
ratejo de las noticias dedicado al tiempo.
…Y otra vez la O, porque cansineamos
mucho y muy despacio, trazando círculos de retahílas con el hermano o la amiga
que nos llevan al mismo sitio pero de otra manera, siendo casi siempre otros y
otras diferentes a los que empezaron la conversación. Esa cansinez de insistir e insistir en el hacer que en correcto lo
llaman perseverancia o tenacidad, tesón, quizás, porque nos da igual que algo
no salga. La mirada sólo está puesta en el sueño y en la ilusión que nos hace.
El corazón insiste una y otra vez tallando lo imposible. Sabemos que lo deseado
se esconde bajo la niebla. No es que seamos especiales, es que la cabeza se nos
llena de ensueños y no tenemos prisa ni miedo al esfuerzo ni a la insistencia
hasta que salga lo que tenga que salir: racimo o idea, verso o trazo, acorde o
frase de escenario, bodoque o zanja.
Y no es que al crecer Tomelloso se
excluyera a la A ni a la I. Hubo una I. La I
de Inicio: El Tomilloso, allá por el siglo XVI, pero se fue a trabajar a
Madrid y le dejó el puesto a la E de
Emprendimiento. La A y la U, sin embargo, fueron forasteras de otros nombres.
Y así todas las letras nuestras, juntitas,
se vistieron con su propio estilo, con sus propias galas, elegantes en su
austeridad y en la esencia de lo que siempre fueron y pueden llegar aún a Ser.
Unas largas y delgadas, otras redonditas y rodadoras, unas más calladas y otras
más escandalosas. Todas iguales pero diferentes, como las gentes de nuestra
Tierra o de cualquier lugar, todas libres para volar a otra nueva palabra.
Y allí, en la misma fiesta, encontraron a
sus ancestras, provenientes de la península del Sinaí y derivadas de los
geroglíficos egipcios tallados en las piedras, a golpe de sangre por querer
entenderse y expresarse. Símbolos con poderes alquímicos y sanadores que casi
se habían olvidado pero que siguen latentes en cada trazo: la Tau, que significa marca o signo,
simbolizada por una cruz, la letra Oyn, representada por el ojo, la M, que simula el movimiento del agua,
la Heh, que expresa el sonido de la
respiración, el aliento, el alma humana y la llamada de atención; la Lamed, que hace alusión a un gancho
parecido a una la garrota, que se usaba para azuzar a los bueyes y la Sin, que significa diente.
A su ladito estaban también, las letras
griegas y latinas: tau, omega, my,
épsilon, landa, y sigma, ...porque:
Cuando las letras bailan juntas crean poemas con música sorda.
Cuando se inspiran y se nombran curan las almas dañadas.
Cuando ríen crean canciones de amor.
Y cuando bailan solas pintan, bordan, tejen y aran.
Cuando se juntan en grupo cogiendo el pan, teatralizan la vida de otros,
y vendimian a espuertas de a dos o a cubos de a uno,
Y cuando lloran, el lamento se derrama por las cubiertas de los libros.
Las letras no son femeninas ni masculinas:
"No he nacido para ser hombre ni mujer, ni siquiera humano si no
palabra en la Torre del Silencio", escribe Dionisio Cañas.
Juntas y entrelazadas las letras sin
género, solo con ojos que se miran y manos que se tocan, se acarician, se
recorren con pausas interminables, después de tanto tiempo sin poder hacerlo,
en el que los abrazos y los besos cotidianos han sido sorbidos por un virus
microscópico.
Y
ahora que lo cotidiano se ha convertido en excepcional se asobinan en los poyetes y se resoban unas con otras, inmunizadas al mal, creando
palabras tejidas con la mano y con la voz, con el pincel, con hilo de seda o de
algodón, con aguja de ganchillo, con acordes o monólogos, en el campo, en el
hospital, en el laboratorio, en el estudio o en la cocina. Las palabras
fermentan al abrigo de las pámpanas, de las cuevas con lumbrera alta, para
poder respirar y mirar al cielo, atrapando el brillo de una estrella fugaz en
una noche de agosto, mientras se gesta el buen vino, como un nene chiquitín.
Y así, reconociendo lo que son, recordando
lo que eran, añorando lo que habían perdido e inflamando el corazón de lo que
pueden llegar a ser, se encontraron con las Artes y tomaron asiento, orgullosas
y sencillas para ser testigas de nuevo, junto a ellas, de su Fiesta, esta vez
en el Teatro recién renombrado Marcelo Grande, que, siempre generoso, escuchó
el grito del cielo y no dudó en entregarle su alma dejando el vibrante lienzo
inacabado.
Ellas saben, como todos los que habitamos
esta tierra, que da igual ser licenciada, albañil, agricultora, pastor,
modista, bordadora, panadera, cocinero, tendera, enfermero, médica, pintor,
banquera o barrendero. Las letras nos guían y se cuelan entre nuestros dedos,
de manera inexplicable a veces, y tejen versos o historias de antaño y de futuro.
Así son de caprichosas y de justas porque con ellas todas y todos somos iguales
en Tomelloso, como una bolsa abierta de pipas que se comen sentadas al fresco.
Las musas viven aquí especialmente, nos
alimentan desde la tierra y nos empujan a expresar. Así aprendemos a nutrir y
sanar nuestro espíritu y a formar parte de un universo sin fronteras. Todos
somos Uno, tomelloseros o no, porque los habitantes vecinos de Argamasilla de
Alba, Socuéllamos, Pedro Muñoz, Campo de Criptana, Alcázar de San Juan,
Manzanares, La Solana,... y lejanos
también nos influyen y nos complementan, nos enriquecen, hibridando seres, inquilinos
de un mundo global, donde la creación y la creatividad son alimento esencial para
combatir el dolor y la incongruencia.
Y las letras recogieron una frase de
Antonio López: “El arte es de las pocas
cosas que dignifican al hombre”
Y esa energía creadora de los escritores y escritoras paisanos que ya no están o que han viajado a otra dimensión, convirtiéndose en cuánticos, trascendiendo tiempo y espacio, es la que sostiene desde el centro de la tierra a las nuevas generaciones de creadores y tejedoras de letras, música, fotografía, teatro o pintura, como si bordaran un reflejo de la luna en este mar de viñas que nos mece a diario con sonido de viento y de nube de verano, de gorriones y vencejos, que amañanan a la vez.
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Martes, 12 de Julio del 2022
Domingo, 5 de Septiembre del 2021
Miércoles, 17 de Abril del 2024
Miércoles, 17 de Abril del 2024