Todos quedaron en silencio mirando a Plinio, que, con los
ojos bajos, como pensando, daba una chupadita a su cigarro.
–¿Qué piensas entonces, Manuel?
–dijo don Lotario.
–Pienso que lo más fácil es que
esa sangre tenga algo que ver con la gente de la estación.
–¿Con la gente de la estación? –preguntó
el jefe como ofendido.
–Sí –respondió
Plinio, mirándole a los ojos– con la gente del tren de las
doce, más exactamente.
–¿Es que no hay por aquí más
gente que la que viene a la estación? –preguntó la
mujer del jefe con el mismo aire de ofensa.
–No, mujer –respondió
Plinio, conciliador–; pero dada la hora en que ha
ocurrido el accidente, debo pensar que puede tener algo que ver con la llegada
del tren, con los viajeros, con los que han venido a recibirles…, qaué sé yo… A
estas horas, y no habiendo trenes por aquí, no pasa un alma.
–Mejor oportunidad para el
criminal –dijo el jefe, defendiendo su posición hasta el
extremo.
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
Historias de Plinio. El charco de sangre
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Viernes, 2 de Junio del 2023
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