Aquel muchacho, sin darse cuenta de él, con imaginación despierta;
abarcando una vasta quimera de muchas dimensiones y mundos, así narró uno de
sus sueños: “… Hace tiempo tuve un sueño de una vida que era otra vida y, a la
vez, de muchas vidas… Al despertar, me sentí confundido por aquellos intervalos
de cosas imposibles, pero al mismo tiempo me produjo cierto estímulo, por haber
viajado por visibilidades de inmensas traslaciones contradictorias… En el sueño
veía a un hombre con su familia, viviendo
lejos de esta Tierra… A todos los veía jóvenes y felices, pero de repente algo
como un rayo de luz fulminó sus cuerpos, quemando la lozanía de su juventud y
se hicieron viejos. El hombre cojeaba de una pierna y, repentinamente, vagaba por este mundo, hasta que llegó al entorno
donde yo moraba; instalándose en un cerro junto a una laguna; encima de un
roquedal donde había unos monolitos de piedra, que parecían gigantes
escudriñadores de crepúsculos y admiradores del río... Allí levantó una chabola-adoratorio
con barro, piedras y ramajes. En los
montes de enfrente, también se veían chozas y gente que habitaba en ellas… Del
agua del río, donde antes había luceros y estrellas, salían manchas obscuras y diminutos bichos, que llegaban hasta las líneas del horizonte…
Los seres humanos eran insignificantes partículas, que se desvanecían para
formar parte de un todo eterno e infinito… En unos altozanos de los montes del valle, en
estrechos y oscuros habitáculos de piedra y barro, había grupos de personas, de
hacía milenios, convulsionando con escalofríos, calenturas y sudores, al haber sido invadidos por aquellas bestezuelas
microscópicas… Al atardecer, al peregrino, por su sabiduría y adivinaciones, lo
visitaban muchos enfermos y él oraba encarado hacia las aguas para que aquellos
seres contagiados sanaran; fijo en las pétreas figuras; ante las que, despojado
de todos los gestos de interés de la vida material, obsequiaba con oblaciones
de plantas y procesiones infinitas de buenos sentimientos… Cada amanecer y
atardecida, de celaje cobrizo, con la luna llena meciéndose en la laguna,
revisaba muchos episodios y ritmos de la vida… Yo veía que, en los ocasos
luminosos y amarillentos, del cielo llegaba una minúscula esfera de luz que
tocaba las pedregosas estatuas, proyectando un gran poder, en forma de
espiritualidad, en aquel extraño ser.
Un día, aquel genial reparador de vidas, estaba muy desnutrido pero
milagrosamente encontró un animal
parecido a un ciervo, que acababa de morir al habérsele enredado la cornamenta
en unos ramajes. Pidió permiso a las divinidades de la Naturaleza; lo desolló,
lo colgó en el interior de la choza y bajó a purificarse a la laguna. Durante
el tiempo que estuvo en el río, se perdió de mi ensueño. Pero de nuevo apareció
camino del chozo… Cuando entró en el refugio tenía visita: un perro esquelético
de mirada triste, con una pata rota, que estaba acostado en la puerta de la
cabaña, mirando hacia donde había dejado el animal muerto. Al verlo se
impacientó, creyendo que el cachorrillo
habría devorado parte de la pieza. El famélico animal había sido fiel y
no había tocado nada de la comida del cavernícola y entonces lo acarició y
saludó: ¡Hola, Honradez! El sanador vio que el perro necesitaba atención y
sustento y le dedicó mucho tiempo hasta
que se recuperó... El can se convirtió en el leal guardián del adivino y de su
bohío-santuario y cuando se alejaba por el valle, el perro no paraba de ladrar
hasta que volvía.
Desde unas chozas de los cerros de enfrente, un niño estaba pendiente de
los ladridos del perro. Era tan grande su curiosidad por conocer todo aquello
que, un día se montó en una balsa de madera y cruzó la laguna. Cuando llegó al
sitio, el perro salió a su encuentro y empezó a lamerle las manos y la cara.
Tanto se encariñaron el niño y el animal, que la criatura cruzaba el río, de
vez en cuando, para jugar con él. Un día se encontraban jugueteando…; el chamán
los contemplaba y se acordaba de la familia que había perdido. Repentinamente,
en aquel sueño tan raro, ví que el sol se oscurecía y el chiquillo corría hacia
los maderos para cruzar la laguna e irse a la cabaña de su familia, pero como
un nuevo cielo de agua; sin que hubiera señales de tormenta, venía cubriendo
hasta los cerros más altos. El sol se iba apagando y el manto de agua sin fin, con muchos fondos por donde, en naves de
cristal, navegaba la vida, lo cubría todo. El curandero corrió tras el niño para
salvarlo del torrente y el perro salió tras él, lanzándose ambos al agua en
busca del chiquillo…; fue inútil: un montón de maderos arrastrados por el agua,
aprisionaron al niño y al animal. Él orante trataba de salvar a la criatura y
al perro, pero un montón de troncos lo hundieron a él también. Pero de aquella
hecatombe alguien se había salvado: ¡El perro! Que nadaba desesperado, buscando
al niño y al clarividente, hasta que se encaramó en un palo gigantesco;
mordiéndole y arañándolo, como queriendo vengarse de la muerte de quienes habían
sido su cuidador y su compañero de
juegos… Aquel perro llamado “Honradez”, permaneció muchos días acostado encima
de los trocos que flotaban a la deriva, hasta que murió de hambre. Entonces, al
final del sueño, una imperturbable
voz dijo: ¡Fijaros bien en eso, ahí está
flotando Honradez…! Miré alrededor y, en un ámbito infinito, solo había formas
de vida, que yo no conocía ni comprendía… El ritmo de la vida contemplándolo
todo, empezó a escalar montañas, desde las que se divisaba cómo el agua invadía
el mundo y en el firmamento, con un sol
mortecino, figuras humanas padeciendo y otras, de su mismo mundo, divirtiéndose
y riendo, sin importarles el sufrimiento de sus semejantes…”.
X
Conciencia abstracta la de aquel adolescente, con la mente circunscrita a lo evidente, luego de adulto; que no entendió ni entiende los fines supremos de la vida… Que siguió solo en sus ensueños, pensando en “Honradez” que, por circunstancias de la “región espacial” de su espacio-tiempo, de su Ser y existencia, él no pudo tener y “acariciar”… Ello le habría conducido, como a otros “elevados” seres, hacia los fines valiosos de la existencia; hacia la, tal vez, liberadora verdad y hacia la gran consciencia…
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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Viernes, 19 de Abril del 2024
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