Opinión

Doña Dulcinea ¿del Tomelloso?

Juan José Sánchez Ondal | Miércoles, 29 de Septiembre del 2021
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Leyendo la multitud de reivindicaciones sobre el origen del territorio quijotesco, de la cuna de sus más destacados personajes y  algunos peregrinos  argumentos empleados para defenderlos, no puedo omitir la teoría de un personaje, conocido mío,  sobre la nacencia tomellosera de doña Dulcinea, del que ofrecí dar cumplida cuenta en el anterior trabajo  “La tradición cervantina y el incendio de la casa de Medrano. “

Su autor es Hilario, un brillante estudiante de Historia, al que,  faltándole poco para terminar la licenciatura,  dio en loco. Se decía que, como Don Quijote, de tanto leer y poco dormir, vino a perder el juicio.

 Era capaz de dar una documentada conferencia sobre cualquier tema de historia de España y, de pronto, introducir una barbaridad, ya fuera cronológica,  ya genealógica, ya de otro cualquier tipo,  que en quien no le conocía, era  tomada,  en principio, por chiste anacrónico o trabaideas, pero inmediatamente advertía que su mente había dejado de funcionar con normalidad y comenzaba a desbarrar.

  Como en el pueblo le conocían,  se sabían de memoria  la mayor parte de sus historietas y renunciaban a las que pudiera improvisar,  huían de él como de la peste, pues cuando cazaba a algún incauto, no había manera de zafarse de sus disparates. Con los adolescentes, se mostraba maestro y preguntón. Hoy podía preguntarles:

-¿De qué color era el caballo blanco de Santiago?

-Pues blanco, ¿Crees que somos tontos?

¿Y el sonido del viento? ¿De qué color?

-¡Vete por ahí!

Mañana, someterles al acertijo matemático:

-Siete sardinas y media, a real y medio la sardina y media, ¿Cuántos reales son?

La primera vez que asistí a una de sus disertaciones, con otros amigos, nos obsequió con un discurso sobre los Reyes católicos y el descubrimiento de América, que pocos profesores de Historia lo hubieran mejorado, hasta que en un momento determinado nos lanzó  la pregunta:

-“¿Sabéis vosotros el verdadero significado de la frase “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando?” Seguro que os han enseñado  que porque mandaban igual. Pues no señores, es debido a que Isabel, como Fernando,  montaba a caballo a patarrajón; sí, a horcajadas, no a sentadillas o a mujeriegas”.

 En otra ocasión, tras una exposición completa de las teorías sobre el origen de Cristóbal Colón, -aún no se había formulado la de que era catalán- terminó afirmando que ninguno de los autores que las mantenían tenía ni idea de lo que estaba sosteniendo, ni aportaba justificación creíble alguna. No tenían otra pretensión que la de su lucimiento histórico-literario, buscando tres pies al gato.  El tema no admitía discusión, pues era obvio: “Colon era natural de Colombia,  y de ahí su apellido”.

Pues bien, una tarde de primavera, tras una comida de amigos, se nos acercó  solicitando educadamente permiso para sentarse “un momento” con nosotros. Como  en ese instante la digestión nos tenía un tanto decaídos, se lo otorgamos y después de hablar de unas cosas y de otras, como algún tertuliano mencionara que yo había vivido en Tomelloso, hizo hueco a mi vera  y dijo que tenía escrito y mandado a diversos medios de comunicación, la justificación documental de que doña Dulcinea del Toboso no era natural del toledano pueblo, sino del ciudadrealeño Tomelloso. Tesis que no le habían querido publicar porque los sabios oficiales, le tenían vetado, ya que de ver la luz, desde Rodríguez  Marín  hasta, inconcebiblemente, García Pavón, quedaban en el más espantoso de los ridículos, tras sus demostraciones.

Pueden imaginar, a pesar de lo disparatado del anuncio, y del autor de la tesis, mi insana curiosidad por tan singular afirmación. Le mostré mi interés por su trabajo y ¡Ay, de mi!, cogiéndome del brazo para que no le abandonara,  como fueron haciendo el resto de mis amigos, me la expuso “brevemente”, en no menos de hora y media, con todo lujo de detalles, referencias quijotescas y rebatimiento de cuantas objeciones, loco de mí,   iba oponiendo a sus asertos.

Trataré de resumir aquella hora y media, procurando ordenar su caótica exposición, argumentos y citas.

Extremadamente respetuoso con todo el mundo, pacífico y nada peligroso, exquisitamente educado, de haber charlado conmigo en otras ocasiones y de conocer a mi familia, me tuteaba, cosa que no solía hacer con los demás, sin que por ello se tomase la más mínima confianza.

--Verás, Pepe, la que ha pasado a la historia, y figura en los libros como doña Dulcinea del Toboso, no era tal, sino doña Dulcinea del Tomelloso; Aldonza Lorenzo,  hija, como dice Sancho, que conoció a su familia, de Lorenzo Corchuelo y de Aldonza Nogales,  de  la familia, el padre,  de los Lorencetes tomelloseros de toda la vida, y, la madre,  del árbol genealógico de los Nogales, procedentes de Soria, porque allí no hay nogales ni Lorenzos en El Toboso.

--Efectivamente,  no son conocidos en Tomelloso más nogales, ni manzanos, ni robles, que los así apellidados, le comenté bromeando.                 

--Todo es debido, continuó,  a un error de transcripción del impresor del Quijote que al trasladar a la prensa el  manuscrito de  Cervantes,  donde éste ponía “el Tomelloso”, leyó  “el Toboso”. Ya sabes que aunque la caligrafía de Cervantes, como se ha dicho,  es pausada, cuidada y elegante, en sus cartas, a partir de la quinta línea, el cansancio se apodera de él y cambia el trazado de la escritura. Imagínate como sería en el larguísimo manuscrito de El Quijote.

--Pero ya en el primer capítulo de la primera parte, cuando don Quijote elige dama de que enamorarse, a Aldonza Lorenzo, a la que vino a llamar Dulcinea del Toboso…

--¡Del Tomelloso, Pepe, del Tomelloso!

--Bueno, veremos; en ese capítulo dice elegir el Toboso porque era “nombre a su parecer músico y peregrino, y significativo”, ¿no cuadran más estos calificativos con el Toboso que con el más largo y rústico Tomelloso?

Habíamos quedado los dos solos. La camarera comenzó a retirar la mesa dirigiéndome sonrisas entre irónicas y compasivas y nos pregunto si deseábamos tomar algo más, con evidente intención de que levantáramos el campamento. Le ofrecí a Hilario un café u otra cosa, pero, embebido en sus ideas lo rechazó, continuando.

--Aparte de que no está claro si esos calificativos van destinados al lugar o al nombre de la dama, o a ambas cosas, ¿por qué han de cuadrar más al primero que al segundo, y no a cualquiera de ellos? ¿Es más musical Toboso que Tomelloso? ¿Lo es, acaso más una toba que un aromático tomillo? ¿Es más especial, raro o pocas veces visto, o adornado de singular hermosura, perfección o excelencia el Toboso que el Tomelloso? ¿O es que el Tomelloso no tiene importancia por representar o significar algo y el Toboso sí? Eso significan esas tres palabras, que las tengo bien consultadas en el diccionario.

Y, retador, me pregunta:

--¿Tú te atreverías a sostener ante los tomelloseros que su ciudad no tiene nombre músico y peregrino, y significativo?

--Evidentemente que no. Pero no es creíble, le argumenté, que  la confusión se produjera en tantos lugares como aparece el Toboso, con descripción del pueblo, de la iglesia, del labrador que va cantando el romance, etc. y en otros tantos momentos. Y, además, en las dos partes, escritas e impresas con diferencia en el tiempo.

--Mira, reargüía,  ten en cuenta que siendo el Toboso lugar de historia antigua y conocida y Tomelloso de historia moderna, y desconocido para el impresor, leída una vez Toboso, tenía pleno sentido que en todos los capítulos en que aparecía la palabra la imprimiera igualmente. Ya sabes que se leen palabras enteras, no deletreando como los párvulos.

Y a Cervantes tanto le daba uno como  otro lugar, lugares de la Mancha de cuyo nombre le importaba tres pitos acordarse. Y en cuanto a la segunda parte, después de cometido el error en la primera, haciendo a Dulcinea toboseña, no iban a confundir al lector haciéndola tomellosera.

La primavera, que según máxima, la sangre altera, y con su alteración se alteran los caracteres y los juicios, no parecía haber, sino aclarado y asentado el de Hilario, lo que me dio apoyo para proseguir contra argumentándole.

--Pero recuerdo que  el capítulo IX, ya  de la segunda parte, comienza diciendo que “dejaron el monte y entraron en el Toboso” y a continuación,  Sancho recomendaba a su señor buscar lugar donde emboscarse para resguardarse de los rigores del día y lo hallaron como a dos millas.  Y en esa distancia, a la redonda, no existía, ni existe,  bosque alguno en Tomelloso.

--Tampoco lo hay en el Toboso. Y piensa que las distancias en la novela son tan inventadas como el resto de lo narrado, y bien podía ser el embosque en las dulces sombras de Argamasilla de Alba, junto al rio Guadiana.  Y la iglesia con la que dieron, que no toparon, con su torre, no fue  otra que la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, de Tomelloso, en la misma plaza.  Y  recordarás que el gañán que, a punto de despuntar el alba,  encontraron cantando el romance de Roncesvalles,  llevaba una pareja de mulas de un hacendado labrador, animales que, es fama,  los había en Tomelloso de los más lucidos de España. 

Ya me admiraba de la cordura de sus razonamientos cuando le pregunté:

-- Pero, tú, que, dices,  has investigado a fondo el tema,  ¿Tienes noticia o prueba de que se haya contrastado algún manuscrito del Quijote en el que  Cervantes  escriba claramente Tomelloso en donde ahora se lee Toboso?

-- ¿No sabes que no se conservan? Pero sí, he indagado a fondo el tema y buscado no sólo en los archivos oficiales, -estuve en Simancas y en Sevilla- sino en los privados de las grandes casas nobles, y de uno de ellos, que no digo cual, tengo copia fotográfica, de la fuente primigenia que así lo atestigua. ¡Del original, en árabe, del Quijote de  Cide Hamete Benengeli, no Berenjena, como decía el bárbaro de Sancho!, de donde, como sabes, copió Cervantes las aventuras del ingenioso hidalgo. ¡Ahí, ahí, bien claramente, se lee: “doña Dulcinea del To-me-llo-so” y no del Toboso!

Habíamos llegado al límite de su cordura y la habíamos sobrepasado con creces, como cuando sostuvo que Colón era natural de Colombia. Había que levantarse con cualquier disculpa que no hiriera la susceptibilidad de Hilario. No era cuestión de objetarle que, aún cuando la cita de Cervantes de Cide Hamete no  es sino un recurso literario, de un inexistente historiador morisco, aún así, según figura en el capítulo IX de la primera parte,  lo primero que traduce el intérprete arábigo, al abrir al azar el imaginario manuscrito de Hamete Berengeli, es que “Esta Dulcinea del Toboso tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos, que otra mujer de toda la Mancha”. Sin duda me hubiera objetado que es nueva mala transcripción del editor, pues en su copia en arábiga lengua, bien claro se advierte que lo escrito es Tomelloso.

Hice, pues, intención de levantarme, pero apretó mi brazo prisionero y aún, su excelente memoria de lo aprendido, me recitó los versos que figuran en el último capítulo de la primera parte de la magna obra,  con el título de “Epitafio”:

--Mira lo que escribió  Cervantes, aunque lo pone en boca de uno de los académicos de Argamasilla,  para su tumba, y repara en el último verso:

Reposa aquí Dulcinea,

 y aunque de carne rolliza,

la volvió en polvo y ceniza

la muerte espantable y fea.

Fue de castiza ralea,

y tuvo asomos de dama

 del gran Quijote fue llama,

 y fue gloria de su aldea. 

--Fíjate, ¡“gloria de su aldea”! El Toboso era ¡villa! desde 1480, mientras que El Tomelloso no  lo consiguió definitivamente hasta 1758.  Era hasta entonces Tomelloso aldea de Socuéllamos, ¡aldea!, a la que daba gloria Dulcinea. Por ello, como colofón de mi trabajo, me he permitido añadir al epitafio cervantino los siguientes versos, con los que don Miguel debió terminar una composición de esta naturaleza:

Se llamó Aldonza Lorenzo,

Y no nació en el Toboso,

Que nació en el Tomelloso.

Allí tuvo su comienzo.

 

Como no tengo remedio y  ni, a estas alturas, lo tendré, aún le comente:

--Ya que sacas a relucir lo que escribieron estos supuestos académicos de Argasmasilla, recuerdo el soneto del Paniaguado a Dulcinea, el que comienza…

--Me los sé todos de memoria:

Esta que veis de rostro amondongado,

 alta de pechos y ademán brioso,

 

--Es-Dul-ci-ne-a –rei-na- del- To-bo-so, le interrumpí. Un endecasílabo perfecto, que no se cumpliría con rei-na-del-To-me-llo-so.

--¿Cómo que no? Es-Dul-ci-nea-rei-na-del-To-me-llo-so.

 Y ahora,  me voy adelantar. ¿A que me ibas a citar el soneto de la señora Oriana a Dulcinea del Tomelloso, que no del Toboso,  que Cervantes incluye en el prólogo?, el que dice:

¡Oh quién tuviera, hermosa Dulcinea,

 por más comodidad y más reposo,

a Miraflores puesto en el Toboso,

y trocara su Londres con tu aldea?

 

Pues sustituye “pues-to en-el-To-bo-so” por “pues-to-en-To-me-llo-so” y ahí tienes las mismas sílabas y el endecasílabo, y además, de nuevo,  ¡ahí la aldea! y no la  villa.

Parecía que volvía a la cordura, pero ya mi paciencia había llegado al límite y era yo el que comenzaba a desbarrar, así es que, aprovechando que había liberado mi brazo para contar con los dedos las once sílabas del verso,  levantándome, para despedirme le comenté:

--No sé cómo no te quieren publicar tan original, trascendental y documentada tesis, sobre todo, basada en las arábigas fuentes originarias.

--Porque quedaría en ridículo mucha gente que se ha ganado una fama inmerecida y tiene un poder omnímodo en el campo de la cultura, Pepe.

 Ya de pie ambos, me despide:

--Como veo que eres versado en el Quijote y me has demostrado ser de los pocos que saben escuchar y apreciar las investigaciones de mérito, otro día te contaré otros descubrimientos que he hecho y tengo escritos.

¿Me perderá, de nuevo, la curiosidad? “La curiosidad mató al gato”.

Madrid, 27 de septiembre de  2021

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