Leyendo la multitud de reivindicaciones sobre el origen del
territorio quijotesco, de la cuna de sus más destacados personajes y algunos peregrinos argumentos empleados para defenderlos, no
puedo omitir la teoría de un personaje, conocido mío, sobre la nacencia tomellosera de doña
Dulcinea, del que ofrecí dar cumplida cuenta en el anterior trabajo “La
tradición cervantina y el incendio de la casa de Medrano. “
Su autor es Hilario, un brillante estudiante de Historia, al
que, faltándole poco para terminar la
licenciatura, dio en loco. Se decía que,
como Don Quijote, de tanto leer y poco dormir, vino a perder el juicio.
Era capaz de dar una
documentada conferencia sobre cualquier tema de historia de España y, de
pronto, introducir una barbaridad, ya fuera cronológica, ya genealógica, ya de otro cualquier
tipo, que en quien no le conocía,
era tomada, en principio, por chiste anacrónico o trabaideas, pero inmediatamente advertía
que su mente había dejado de funcionar con normalidad y comenzaba a desbarrar.
Como en el pueblo le
conocían, se sabían de memoria la mayor parte de sus historietas y
renunciaban a las que pudiera improvisar,
huían de él como de la peste, pues cuando cazaba a algún incauto, no
había manera de zafarse de sus disparates. Con los adolescentes, se mostraba
maestro y preguntón. Hoy podía preguntarles:
-¿De qué color era el
caballo blanco de Santiago?
-Pues blanco, ¿Crees
que somos tontos?
¿Y el sonido del
viento? ¿De qué color?
-¡Vete por ahí!
Mañana, someterles al acertijo matemático:
-Siete sardinas y media,
a real y medio la sardina y media, ¿Cuántos reales son?
La primera vez que asistí a una de sus disertaciones, con
otros amigos, nos obsequió con un discurso sobre los Reyes católicos y el
descubrimiento de América, que pocos profesores de Historia lo hubieran
mejorado, hasta que en un momento determinado nos lanzó la pregunta:
-“¿Sabéis vosotros el
verdadero significado de la frase “Tanto monta, monta tanto, Isabel como
Fernando?” Seguro que os han enseñado
que porque mandaban igual. Pues no señores, es debido a que Isabel, como
Fernando, montaba a caballo a
patarrajón; sí, a horcajadas, no a sentadillas o a mujeriegas”.
En otra ocasión, tras
una exposición completa de las teorías sobre el origen de Cristóbal Colón, -aún
no se había formulado la de que era catalán- terminó afirmando que ninguno de
los autores que las mantenían tenía ni idea de lo que estaba sosteniendo, ni
aportaba justificación creíble alguna. No tenían otra pretensión que la de su lucimiento
histórico-literario, buscando tres pies al gato. El tema no admitía discusión, pues era obvio:
“Colon era natural de Colombia, y de ahí su apellido”.
Pues bien, una tarde de primavera, tras una comida de amigos,
se nos acercó solicitando educadamente
permiso para sentarse “un momento”
con nosotros. Como en ese instante la
digestión nos tenía un tanto decaídos, se lo otorgamos y después de hablar de
unas cosas y de otras, como algún tertuliano mencionara que yo había vivido en
Tomelloso, hizo hueco a mi vera y dijo
que tenía escrito y mandado a diversos medios de comunicación, la justificación
documental de que doña Dulcinea del Toboso no era natural del toledano pueblo,
sino del ciudadrealeño Tomelloso. Tesis que no le habían querido publicar
porque los sabios oficiales, le tenían vetado, ya que de ver la luz, desde
Rodríguez Marín hasta, inconcebiblemente, García Pavón,
quedaban en el más espantoso de los ridículos, tras sus demostraciones.
Pueden imaginar, a pesar de lo disparatado del anuncio, y del
autor de la tesis, mi insana curiosidad por tan singular afirmación. Le mostré
mi interés por su trabajo y ¡Ay, de mi!, cogiéndome del brazo para que no le
abandonara, como fueron haciendo el
resto de mis amigos, me la expuso “brevemente”,
en no menos de hora y media, con todo lujo de detalles, referencias quijotescas
y rebatimiento de cuantas objeciones, loco de mí, iba oponiendo
a sus asertos.
Trataré de resumir aquella hora y media, procurando ordenar
su caótica exposición, argumentos y citas.
Extremadamente respetuoso con todo el mundo, pacífico y nada
peligroso, exquisitamente educado, de haber charlado conmigo en otras ocasiones
y de conocer a mi familia, me tuteaba, cosa que no solía hacer con los demás,
sin que por ello se tomase la más mínima confianza.
--Verás, Pepe, la que
ha pasado a la historia, y figura en los libros como doña Dulcinea del Toboso,
no era tal, sino doña Dulcinea del Tomelloso; Aldonza Lorenzo, hija, como dice Sancho, que conoció a su
familia, de Lorenzo Corchuelo y de Aldonza Nogales, de la
familia, el padre, de los Lorencetes
tomelloseros de toda la vida, y, la madre,
del árbol genealógico de los Nogales, procedentes de Soria, porque allí
no hay nogales ni Lorenzos en El Toboso.
--Efectivamente, no son conocidos en Tomelloso más nogales, ni
manzanos, ni robles, que los así apellidados, le comenté bromeando.
--Todo es debido, continuó, a un
error de transcripción del impresor del Quijote que al trasladar a la prensa
el manuscrito de Cervantes,
donde éste ponía “el Tomelloso”, leyó
“el Toboso”. Ya sabes que aunque la caligrafía de Cervantes, como se ha dicho, es
pausada, cuidada y elegante, en sus cartas, a partir de la quinta línea, el
cansancio se apodera de él y cambia el trazado de la escritura. Imagínate como
sería en el larguísimo manuscrito de El Quijote.
--Pero ya en el primer
capítulo de la primera parte, cuando don Quijote elige dama de que enamorarse,
a Aldonza Lorenzo, a la que vino a llamar Dulcinea del Toboso…
--¡Del Tomelloso, Pepe,
del Tomelloso!
--Bueno, veremos; en
ese capítulo dice elegir el Toboso porque era “nombre a su parecer músico y
peregrino, y significativo”, ¿no cuadran más estos calificativos con el Toboso
que con el más largo y rústico Tomelloso?
Habíamos quedado los dos solos. La camarera comenzó a retirar
la mesa dirigiéndome sonrisas entre irónicas y compasivas y nos pregunto si
deseábamos tomar algo más, con evidente intención de que levantáramos el
campamento. Le ofrecí a Hilario un café u otra cosa, pero, embebido en sus
ideas lo rechazó, continuando.
--Aparte de que no está
claro si esos calificativos van destinados al lugar o al nombre de la dama, o a
ambas cosas, ¿por qué han de cuadrar más al primero que al segundo, y no a
cualquiera de ellos? ¿Es más musical Toboso que Tomelloso? ¿Lo es, acaso más
una toba que un aromático tomillo? ¿Es más especial, raro o pocas veces visto,
o adornado de singular hermosura, perfección o excelencia
el Toboso que el Tomelloso? ¿O es que el Tomelloso no tiene importancia por representar o significar algo y el Toboso sí? Eso significan esas tres
palabras, que las tengo bien consultadas en el diccionario.
Y, retador, me
pregunta:
--¿Tú te atreverías a
sostener ante los tomelloseros que su ciudad no tiene nombre músico y
peregrino, y significativo?
--Evidentemente que no.
Pero no es creíble,
le argumenté, que la confusión se produjera en tantos lugares
como aparece el Toboso, con descripción del pueblo, de la iglesia, del labrador
que va cantando el romance, etc. y en otros tantos momentos. Y, además, en las
dos partes, escritas e impresas con diferencia en el tiempo.
--Mira, reargüía, ten en
cuenta que siendo el Toboso lugar de historia antigua y conocida y Tomelloso de
historia moderna, y desconocido para el impresor, leída una vez Toboso, tenía
pleno sentido que en todos los capítulos en que aparecía la palabra la
imprimiera igualmente. Ya sabes que se leen palabras enteras, no deletreando
como los párvulos.
Y a Cervantes tanto le
daba uno como otro lugar, lugares de la
Mancha de cuyo nombre le importaba tres pitos acordarse. Y en cuanto a la
segunda parte, después de cometido el error en la primera, haciendo a Dulcinea
toboseña, no iban a confundir al lector haciéndola tomellosera.
La primavera, que según máxima, la sangre altera, y con su
alteración se alteran los caracteres y los juicios, no parecía haber, sino
aclarado y asentado el de Hilario, lo que me dio apoyo para proseguir contra
argumentándole.
--Pero recuerdo que el capítulo IX, ya de la segunda parte, comienza diciendo que
“dejaron el monte y entraron en el Toboso” y a continuación, Sancho recomendaba a su señor buscar lugar
donde emboscarse para resguardarse de los rigores del día y lo hallaron como a
dos millas. Y en esa distancia, a la
redonda, no existía, ni existe, bosque
alguno en Tomelloso.
--Tampoco lo hay en el Toboso. Y piensa que las distancias en la novela
son tan inventadas como el resto de lo narrado, y bien podía ser el embosque en
las dulces sombras de Argamasilla de Alba, junto al rio Guadiana. Y la iglesia con la que dieron, que no
toparon, con su torre, no fue otra que
la parroquia de la Asunción de Nuestra
Señora, de Tomelloso, en la misma plaza.
Y recordarás que el gañán que, a
punto de despuntar el alba, encontraron
cantando el romance de Roncesvalles,
llevaba una pareja de mulas de un hacendado labrador, animales que, es
fama, los había en Tomelloso de los más
lucidos de España.
Ya me admiraba de la cordura de sus razonamientos cuando le
pregunté:
-- Pero, tú, que,
dices, has investigado a fondo el
tema, ¿Tienes noticia o prueba de que se
haya contrastado algún manuscrito del Quijote en el que Cervantes
escriba claramente Tomelloso en donde ahora se lee Toboso?
-- ¿No sabes que no se
conservan? Pero sí, he indagado a fondo el tema y buscado no sólo en los
archivos oficiales, -estuve en Simancas y en Sevilla- sino en los privados de
las grandes casas nobles, y de uno de ellos, que no digo cual, tengo copia
fotográfica, de la fuente primigenia que así lo atestigua. ¡Del original, en
árabe, del Quijote de Cide Hamete
Benengeli, no Berenjena, como decía el bárbaro de Sancho!, de donde, como
sabes, copió Cervantes las aventuras del ingenioso hidalgo. ¡Ahí, ahí, bien
claramente, se lee: “doña Dulcinea del To-me-llo-so” y no del Toboso!
Habíamos llegado al límite de su cordura y la habíamos
sobrepasado con creces, como cuando sostuvo que Colón era natural de Colombia. Había
que levantarse con cualquier disculpa que no hiriera la susceptibilidad de Hilario.
No era cuestión de objetarle que, aún cuando la cita de Cervantes de Cide
Hamete no es sino un recurso literario,
de un inexistente historiador morisco, aún así, según figura en el capítulo IX
de la primera parte, lo primero que
traduce el intérprete arábigo, al abrir al azar el imaginario manuscrito de
Hamete Berengeli, es que “Esta Dulcinea del Toboso tantas veces en esta
historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos, que otra
mujer de toda la Mancha”. Sin duda me hubiera objetado que es nueva mala
transcripción del editor, pues en su copia en arábiga lengua, bien claro se
advierte que lo escrito es Tomelloso.
Hice, pues, intención de levantarme, pero apretó mi brazo
prisionero y aún, su excelente memoria de lo aprendido, me recitó los versos
que figuran en el último capítulo de la primera parte de la magna obra, con el título de “Epitafio”:
--Mira lo que
escribió Cervantes, aunque lo pone en
boca de uno de los académicos de Argamasilla, para su tumba, y repara en el último verso:
Reposa aquí Dulcinea,
y aunque de carne rolliza,
la volvió en polvo y
ceniza
la muerte espantable y
fea.
Fue de castiza ralea,
y tuvo asomos de dama
del gran Quijote fue llama,
y fue gloria de su aldea.
--Fíjate, ¡“gloria de su aldea”! El Toboso era ¡villa! desde 1480,
mientras que El Tomelloso no lo
consiguió definitivamente hasta 1758.
Era hasta entonces Tomelloso aldea de Socuéllamos, ¡aldea!, a la que
daba gloria Dulcinea. Por ello, como colofón de mi trabajo, me he permitido
añadir al epitafio cervantino los siguientes versos, con los que don Miguel
debió terminar una composición de esta naturaleza:
Se llamó Aldonza
Lorenzo,
Y no nació en el
Toboso,
Que nació en el
Tomelloso.
Allí tuvo su comienzo.
Como no tengo remedio y ni, a estas alturas, lo tendré, aún le
comente:
--Ya que sacas a relucir lo que
escribieron estos supuestos académicos de Argasmasilla, recuerdo el soneto del
Paniaguado a Dulcinea, el que comienza…
--Me los sé todos de memoria:
Esta que veis de rostro
amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
--Es-Dul-ci-ne-a
–rei-na- del- To-bo-so, le interrumpí. Un endecasílabo
perfecto, que no se cumpliría con rei-na-del-To-me-llo-so.
--¿Cómo que no? Es-Dul-ci-nea-rei-na-del-To-me-llo-so.
Y ahora,
me voy adelantar. ¿A que me ibas a citar el soneto de la señora Oriana a
Dulcinea del Tomelloso, que no del Toboso, que Cervantes incluye en el prólogo?, el que
dice:
¡Oh quién tuviera,
hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores puesto en
el Toboso,
y trocara su Londres
con tu aldea?
Pues sustituye “pues-to
en-el-To-bo-so” por “pues-to-en-To-me-llo-so” y ahí tienes las mismas sílabas y
el endecasílabo, y además, de nuevo,
¡ahí la aldea! y no la villa.
Parecía que volvía a la cordura, pero ya mi paciencia había
llegado al límite y era yo el que comenzaba a desbarrar, así es que,
aprovechando que había liberado mi brazo para contar con los dedos las once
sílabas del verso, levantándome, para
despedirme le comenté:
--No sé cómo no te quieren publicar tan
original, trascendental y documentada tesis, sobre todo, basada en las arábigas
fuentes originarias.
--Porque quedaría en ridículo mucha
gente que se ha ganado una fama inmerecida y tiene un poder omnímodo en el
campo de la cultura, Pepe.
Ya de pie ambos, me despide:
--Como veo que eres versado en el
Quijote y me has demostrado ser de los pocos que saben escuchar y apreciar las
investigaciones de mérito, otro día te contaré otros descubrimientos que he
hecho y tengo escritos.
¿Me perderá,
de nuevo, la curiosidad? “La curiosidad mató al gato”.
Madrid, 27
de septiembre de 2021
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Miércoles, 23 de Abril del 2025
Jueves, 24 de Abril del 2025
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