Opinión

Falsas apariencias

Ramón Moreno Carrasco | Viernes, 1 de Octubre del 2021
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Hoy me van a permitir que les relate un cuento en que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, ya saben, juegos aleatorios del azar. Digamos que contamos la historia de una familia feliz, compuesta de cuatro miembros, el matrimonio y dos hijos. Los padres con formación universitaria superior, másteres en las más prestigiosas universidades internacionales, ocupando puestos directivos en multinacionales. Esto es, la típica clase media-alta con buenos sueldos. Los hijos debidamente escolarizados en colegios de pago, codeándose con la élite, como así corresponde a su estatus social.

Viven en un chalet sito en una urbanización privada controlada por un vigilante de seguridad, con jardín, piscina, pista comunitaria para practicar tenis, frontón, pádel, futbol sala y baloncesto. Su situación económica les permite tener sendos vehículos de alta gama. También tienen un piso en plena costa del sol, en una zona tranquila donde no hay aglomeraciones, con sus respectivos gastos, al cual van en vacaciones, puentes y los pocos días de asueto que sus respectivos jefes les dejan, eso sí, siempre con el móvil encendido y el ordenador portátil a mano para el supuesto de que surja una emergencia. 

El poco tiempo que sus múltiples obligaciones les dejan a cada miembro de la familia lo dedican a ir a clubs de ocio donde se congregan personas de similares características económicas, restaurantes de postín debidamente galardonados, viajes a la montaña, etc. Son conocidos y populares por su notoria vida social y suponer el arquetipo del éxito y familia feliz imperante en la sociedad.

Los caros inmuebles que poseen, el costo de la escolarización de sus vástagos, así como de los respectivos vehículos hacen que estén endeudados, pues, aunque comparado con el salario medio, tienen un sueldo suficientemente bueno para considerarlos privilegiados, no es suficiente para su modus vivendi. 

Sucede que ellos creen conocer a sus jefes, pero en realidad no es así. Simplemente conocen a las personas que en sus respectivas empresas ocupan los cargos superiores y les indican las tareas que en cada momento deben realizar. Es más, el dueño de sus respectivas empresas es la misma persona. Tampoco el jefe les conoce a ellos, pues éste sí es una persona poderosa y adinerada que, debidamente asesorado por los más reputados y eruditos expertos en derecho y finanzas, tiene toda su fortuna diversificada en muchas empresas, con millones de empleados, por lo cual es imposible conocerlos a todos, si bien ello no le supone problema alguno dado que su interés al respecto es nulo.

Se da una curiosa aporía de la que ellos tampoco son conscientes, el principal accionista del banco con el que están endeudados es su jefe, que también tiene importante participación en las diversas compañías con las que tienen contratados lo suministros energéticos -gas, electricidad, agua corriente, etc.-. Así resulta que, a pesar de sus altos emolumentos, cuando pagan los correspondientes impuestos -cuota obrera a la seguridad social, retenciones a cuenta del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, Impuesto sobre el Valor Añadido de los bienes y servicios que adquieren habitualmente, etc.- retorna a su pagador un 60 % de su sueldo.

Otra cosa que desconocen es el hecho de que los asesores del jefe, que lo conocen personalmente y saben cómo se las gasta, están planteando operaciones de elevación de beneficios para ganarse el sueldo y reiterar lo buenos que son en sus respectivas competencias. Los muy ladinos, tras un estudio pormenorizado de la legislación aplicable y complejas operaciones matemáticas, han llegado a la conclusión de que despidiendo a los empleados de mayor antigüedad, previo pago de la indemnización correspondiente, y sustituyéndolos por jóvenes igual de formados como ellos, la rentabilidad de la empresa aumentaría en un 20 % en tan solo tres años, pues los últimos aceptarían trabajar por la mitad del salario que perciben los primeros.

Dichos asesores son plenamente conscientes de la disminución en calidad de los bienes y servicios que producen si se llevara al efecto tal operación, pero un estudio del mercado les ha revelado que la competencia está haciendo lo mismo sin que ello haya tenido una repercusión significativa en sus ventas, dado que la mayoría de la población está demasiado ansiosa por sus escasos recursos como para detenerse a analizar tales bagatelas.

Mientras sus empleados son sobradamente conocidos por gustarles exhibir su éxito, el jefe, mucho más rico y poderoso que ellos, es introvertido, cuidándose mucho de que sus intimidades no salgan a la luz pública y utilizando sus redes con extrema mesura y prudencia. Los perfiles corporativos y más públicos los delega en gente especializada, de manera que las posibilidades de error queden reducidas a lo anecdótico. Está tan seguro de su poder y éxito que sabe que la mejor manera de preservarlo y mantenerlo para las futuras generaciones es la discreción. También tiene móvil, pero no es esclavo de él, y quien sabe su número es plenamente consciente que solo puede marcarlo en casos tasados y de extrema necesidad. Por cierto, no usa móvil de última generación por ser más vulnerable a indeseados ataques externos que puedan ponerlo al descubierto, sino que utiliza terminales menos sofisticados, sin cámaras de fotos, con menos funcionalidades, para anular el riesgo de intromisiones.

Tan celoso es de su intimidad que pone singular cuidado en educar a los que le sucederán en el arte de moverse entre bambalinas con discreción, a mantener, y si es posible incrementar, el poder verdadero ejercido mediante intermediarios -testaferros-, para que en caso de revueltas o contratiempos siempre este asegurada sus integridades físicas y sus patrimonios. También a saberse miembros de un selecto club donde la primordial regla es el sigilo, cuyo incumplimiento puede llevar aparejada la pena de expulsión ipso facto. Les enseñan el espacio físico donde pueden disfrutar de los placeres que sus exclusivísimas situaciones les permiten, sabiendo que cuando se excedan del mismo deberán disfrazarse en la medida de lo posible.

Al fin se toma la decisión empresarial de aumento de las plusvalías y nuestra pareja feliz es despedida con sendas y cuantiosas indemnizaciones. No obstante, el pánico brilla por su ausencia, están seguros de sus méritos y de que serán contratados inmediatamente, incluso en mejores condiciones laborales que las que tenían antes.

Pasa el tiempo y empiezan a ser conscientes de que la misma praxis empresarial que les despojó de sus estupendos puestos de trabajo también se aplica en las escasas empresas de la competencia y en otras que se dedican a sectores de actividad distintos, por lo cual sus solicitudes acompañadas de sus extensos e impolutos currículums no son atendidos con la celeridad que esperaban. Como no han modificado su modus vivendi, los ahorros empiezan a mermar a una velocidad vertiginosa y poco a poco se empieza a notar pequeños destellos de inquietud.

Las palabras amorosas diarias son cada vez menores y esos reproches que solo aparecían muy de vez en cuando ahora son más frecuentes, quizás porque comparten más tiempo juntos. Reducen las escapadas de fin de semana, las cenas en los restaurantes de clubs exclusivos y, como humanos que son, prefieren culpar al otro antes de reflexionar y aceptar sus propias responsabilidades.

Sigue transcurriendo el tiempo y, aunque tienen ofertas de trabajo, las rechazan por considerarlas desdorosas socialmente e insuficientes a sus méritos. Ello no es óbice para que se planteen seriamente la venta del chalet de la playa y de uno de los automóviles de alta gama, pero ello no es tan sencillo, pues el salario medio no permite que la demanda sea amplia. 

Llega el fatídico momento en que simplemente no es posible sufragar tanto gasto, las letras de las deudas bancarias que en su día suscribieron son devueltas y el riesgo de desahucio es alto. La ansiedad reina en toda la familia, lo cual impide que las decisiones se tomen sobre los sentimientos más nobles dando paso a la versión más oscura de cada uno de sus miembros.

Nuestro ilustre jefe en cambio sigue con la misma vida que llevaba antes, tranquilo, disfrutando de su poder y riqueza. Constata que sus asesores tenían razón, pues las rentabilidades obtenidas aumentan en términos porcentuales.

Llega el tiempo en que el banco procede a desahuciar la casa donde vivía nuestra familia arquetipo y el chalet de la playa, con el inconveniente que la subasta no es suficiente para cubrir toda la deuda, con lo que en cualquier trabajo que ejerzan próximamente tendrán el oportuno embargo de nómina.

También es el momento de hacer balance para el jefazo y la operación es redonda, aquello que pagó en forma de salarios e indemnizaciones le ha retornado, pues suyos son los coches e inmuebles, aunque los damnificados nunca lo sabrán por el complejo entramado societario que se interpone entre ellos y el primero, incluso se puede decir que los vaticinios de sus asesores fueron cortos, ya que la rentabilidad ha superado lo previsto.

Nuestra familia feliz ya no es familia, se han divorciado, él trabaja por un sueldo un 60 % menor de lo que lo hacía tres años antes, al cual, si le descuenta lo que debe pasar a su ex en concepto de pensión alimenticia por hijos, impuestos, embargos, etc., apenas le da para vivir en un diminuto apartamento de los arrabales de la ciudad.

Ella se ha ido a vivir con sus padres, busca trabajo desesperadamente mientras se maldice todas las noches por haber rechazado ofertas que otrora creía insuficientes, y sus hijos hacen el bachillerato en un centro público, esperando que la situación mejore lo suficiente para poder cursar estudios superiores.   


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