Como antiguos jubilados que éramos, Antonio y yo
gustábamos de pasar nuestras muchas horas libres recordando viejos tiempos y,
sobre todo, revisando y comentando antiguos trabajos escolares de gramática, geografía, literarios, o cualquier
otro. Cierto día insistió en que le acompañase a su casa para mostrarme determinados
papeles y apuntes que conservaba de su época bachillera, allá por tierras
castellanas viejas.
Eso hicimos y, al llegar a su domicilio, pasamos a su
despacho, y de inmediato sacó un montón de hojas llenas de escritos. Empezó a
buscar entre ellas las que contenían los temas que nos ocupaban y dejó otras
sobre la mesa. Distraídamente me fijé en el primero de ellas y vi algo que me
llamó mucho la atención. Era un pensamiento, refrán, comentario o algo similar,
que no estaba firmado, por lo que me quedé sin saber su autoría, pero que me
pareció muy interesante y muy digno de meditar sobre ello. Decía así:
Las sonrisas
de la gente rota son las más bonitas. Sonreír desde la tristeza cuesta el
doble.
Lo copié en un papel que guardé en el bolsillo, y me
puse de inmediato a comentar con Antonio el tema, creo que histórico, que nos
había llevado hasta allí.
Ya en casa, lo releí varias veces y en cada una de
ellas me auto convencía de la certeza de lo escrito porque, en realidad, es
completamente creíble que la realización de una obra está muy influenciada,
tanto a favor como en contra, por las coyunturas y contextos en los que se halla.
El inefable José Ortega y Gasset, nos dice en su libro “Meditaciones del
Quijote”: - Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo
yo.
Esto es de
fácil, de muy sencilla comprensión. Sin embargo, tanto a mí, como a un gran
número de personas, se nos escapa el pensar en qué situación se encontraba un
determinado individuo cuando ha sonreído, cuánto le ha costado, o a cuánto ha
tenido que renunciar para poder dejar escapar esa sonrisa. Porque cuando un ser
es de naturaleza alacre u optimista, y la vida le favorece, ya sea mucho o
poco, ese mortal suele sonreír y mostrarse jacarero.
Mas si alguien, tenga el carácter que tenga, está sufriendo algún mal, ya sea físico o psíquico, y padeciendo sus repercusiones, será dificilísimo que emita una sonrisa, aunque sea leve, porque superar aquéllas, poder dejar a un lado sus inflexiones y efectos, es prácticamente imposible de llevar a cabo, y hacerlo supone un sobreesfuerzo harto difícil de valorar, y que por otra parte, y como antes dije, no solemos tener en cuenta los que tratamos con ellos, creyendo que deberían tener actitudes iguales o parecidas a las del resto de los humanos, y que, si no lo hacen es porque se están viendo lacerados por alguna pena o dolor.
Siendo así, deberíamos pensar que a ellos les cuesta
mucho, pero mucho, ser risueños, y que cuando lanzan una sonrisa, por pequeña
que esta sea, ella es el resultado de un ímprobo esfuerzo, del vencimiento de
enormes bretes o escollos. Pero ante todo y sobre todo lo que sí es, y mucho,
es bonita. Muy bonita.
Ramón
Serrano G.
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Viernes, 16 de Mayo del 2025
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