La Orquesta Filarmónica de la Mancha, OFMAN, dirigida por
Francisco Antonio Moya, ofreció el domingo en el Teatro Municipal Marcelo
Grande de Tomelloso el Réquiem de Mozart. Participaron en el concierto el Coro
Quercus Robur de Villarrobledo y el Coro Femenino de Tomelloso, ambos dirigidos
por Javier Benito. Actuaron como solistas Alicia Hervás, Beatriz Lanza, Cesar
Arrieta y Antonio Alonso. Buena entrada en el Marcelo Grande, el público
disfrutó del concierto y lo demostró con una gran ovación.
A uno le cuesta trabajo esta mañana poner en orden sus sensaciones
para relatar el concierto que nos ofreció anoche la OFMAN. Le dan ganas al
cronista de saltar sobre las teclas del ordenador como en una suerte de Rayuela
deslavazada y loca. Pero es la obligación del periodista poner en orden sus
sentimientos y hacer un relato ordenado y cronológico. Vamos a intentarlo.
El concierto arrancó con una obra que encaja perfectamente
con la misa de difuntos de Mozart, como explicó Francisco Antonio Moya, el “Adagietto”
de la Sinfonía número 5 de Mahler. La inequívoca melancolía de las notas del
checo nos eleva un palmo de nuestros asientos. Moya dirige a la sección de
cuerdas y al piano de la orquesta con las manos desnudas, sin batuta, con
reverencia ante este monumento de la música. Nos abstenemos de hacer
fotografías no sea que el clic de la cámara interrumpa esta maravilla. El
teatro permanece extrañamente en silencio. Bueno, se oye alguna tos, seamos
sinceros, pero aislada y contenida. Nos dejamos llevar por la sonoridad de la
pieza, por su carácter melancólico, pensativo, nostálgico, resignado. Un
movimiento que se tocó en los funerales de Robert Kennedy o de Leonard
Berstein.
Tras la ovación del público, sale a escena el coro. El
conjunto está formado por el Coro Quercus Robur de Villarrobledo (con algunas
voces de nuestra ciudad) y el Coro Femenino de Tomelloso bajo la dirección de
Javier Benito. Los solistas fueron, Alicia Hervás, soprano; Beatriz Lanza, mezzosoprano;
Cesar Arrieta, tenor y Antonio Alonso, Bajo.
Y, esta vez con batuta, Moya dio la orden y comenzó ese
templo de la música sacra que inició Mozart en 1791. Las conocidas notas del
Requiem Aeternam del Introitus marcaron el punto sin retorno, cuando el coro
cantó “Requiem aeternam dona eis, Domine / et lux perpetua luceat eis” y
Alicia Hervás continuó con “Te decet hymnus” ya no hubo vuelta atrás. El
público quedo atrapado por esta sobrecogedora obra.
Moya continuó dirigiendo el Kyrie con fluidez y el coro
respondió ante esa especie de torbellino agitado, pero con control. Tras la
petición de piedad al Señor, llegaba la rotundidad del Dies Irae, casi una marcha
militar, que volvió a demostrar el buen hacer del coro. Con calma y serenidad
el trombón iniciaba el siguiente movimiento, Tuba Mirum. Ahí, el cuarteto
solista dando lo mejor de sí, nos trasladó a la ligereza de una ópera
mozartiana.
Las voces de los coralistas bordaron el desolado Rex
Tremendae para dar paso al Recordare. Una parte que nos da un descanso en el
que los solistas vuelven a estar de nuevo solventes y entonados, con calma.
Confutatis maledictis, rechazados ya los malditos, cantó el coro al que Moya
supo sacar todos los contrastes de esa parte. Y llegó otro de los pasajes más
conocidos del Réquiem, el Lacrimosa, con toda su emocionalidad y el misterio
que le rodea.
Los solistas interpretaron junto al coro la primera parte
del ofertorio, Domine Jesu, trasladando al respetable su sentido barroco,
subiendo (si eso fuese posible) la tensión del concierto. Hostias, Sanctus,
Benedictus, con el coro y los solistas y Agnus Dei nos llevan a la inequívoca Lux
Aeterna. Fragmento con el que Franz Xaver Süssmayr concluyó este universal
Requiem, volviendo al inicio que compuso su maestro.
Cuando Moya bajó los brazos, el público prorrumpió en una
gran ovación que duró varios minutos. Se pudieron escuchar algunos ¡bravo! en
el Marcelo Grande. Francisco José Moya llamó al director del coro, Javier
Benito, a saludar al proscenio.
Explicó el director que el concierto estaba programado pero
que hubo que suspenderlo por la pandemia. Agradeció Moya al Ayuntamiento que lo
hubiese vuelto a incluir en la programación del Marcelo Grande. Aseguró que es
una buena forma de honrar a los que han fallecido en Tomelloso “con belleza y
de la mejor manera posible”.
Como propina volvió a sonar el Lacrimosa. El director
anunció que haría una pausa “donde Mozart lo dejó” y ese silencio (atronador y
emocionante), fue un “recuerdo imborrable a quienes nos han dejado en la
pandemia”.
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Lunes, 22 de Abril del 2024
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Martes, 23 de Abril del 2024