Siguieron haciendo visitas por cuantos lugares convidatorios encontraban y al entrar en «La Chuleta», oyeron un coro de voces que los llamaban con mucho júbilo:
─¡Faraón! ¡Faraón! ¡Atiza, y Plinio de paisano! ¡Y don Lotario!
Eran tres estudiantes del pueblo que estaban en una mesa con unas chicas extranjeras. Todos parecían muy alegres y bebidos. Saludaron con muchos abrazos y ausiones a los recién llegados y les presentaron a las extrañas.
─¿Estos son los libros que estudiáis vosotros, gavilla? ─les dijo el Faraón señalando a las chicas más con la barriga que con el dedo.
─Venga, siéntese con nosotros.
─¿Y os las sabéis ya bien sabías u os falta algo por estudiar?
Una de ellas que era altísima, muy rubia y más bien corpulenta, miraba al Faraón con cara entre de susto y gracia.
─Esta jara tiene mucho que aprender ¿eh Junípero? No hay más que ver el columneo ─dijo mirándole unos muslos descomunales que la minifalda permitía ver en toda su longitud.
Plinio, con un cigarro entre los labios, sonreía con timidez. Don Lotario, muy renovalío y sin quitarse el sombrero, parpadeaba inquieto, mirando a usa y a otras.
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
Las hermanas coloradas
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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