Cuando nuestros picholeos,
algazaras y correrías de críos, de por sí encanijados; por ser una alacena de
carencias —entonces no sabíamos ser malos ni buenos; ni imaginábamos otra vida;
ni queríamos que las cosas fueran de otra manera; ni habíamos escuchado: “… Y
en virtud de lo dispuesto…”— se paraban por episodios febriles causados por las
más diversas afecciones, sin diagnosis en aquellos tiempos, nuestras madres,
con la angustia y el llanto de no entender nada de las morbosidades y la gran
aventura de amar a sus hijos, apenas si raciocinaban y entonces “vislumbraban
abismos” de la vida, e intervenían o echaban mano de ancestrales
supersticiones, hechizos, fábulas y creencias…
Ataviadas de tétrica negrura, rezaban rosarios y jaculatorias del Mal de
Ojo, de las Aguas Asuradas y del “Tabardillo”, para que obraran prodigios en
nuestra maltrecha salud y ahuyentaran “posesiones de lo invisible y se ordenara
nuestra salud y vida”: … Y que Dios te libre del Mal de Ojo, de las Aguas
Asuradas y del “Tabardillo” …”.
En aquellas plegarias se
escuchaba el rumor, ahogándose en los pechos, de mundos no físicos y extrañas
“despedidas” y “retorno” de la vida. A los niños nos colgaban collarejos de
escapularios con plegarias y signos mágicos, garabateados en papelotes
sobrehilados en tela y también nos hacían tragar bebedizos afogados, para quedar liberados del
mal y que no nos abandonara la vida… En los “cuadros” de visión interior, el
vecindario, con una definición fría, pero con cierto desasosiego, respirando
recelo, tachaban a una mujer de aojadora de personas, animales y plantas: “… Y
fue ella quien le hizo Mal de Ojo al perro chico y al membrillero, porque le
dieron envidia los membrillos y no la dejaron de coger unos pocos. Que una mano
lava a la otra y las dos la cara… Que ella está comía de dolores y no se los
quitan los embelecos que lleva encima… Porque lo del “Tabardillo” y lo del
chiquillo será del tufo del los cienos o de otras cosas peores, como cuando el
paludismo y el “Tabardillo” al poco de acabar la guerra; porque las aguas
estaban asuradas, soltando miasmas y tercianas en muchos sitios y el “Tabardillo”, del que
Dios nos libre, viene de cualquiera sabe de qué recovecos del mundo y entra en
el cuerpo como una sombra mala…”.
Sentadas las madres junto a los
enfermos, imploraban, con ademanes de chamanes de la antigüedad, con los
rostros surcados por hendidas arrugas,
solemnes recitados entonados con
mortecina voz, bendiciendo el hogar y al doliente para que el vecindario
viviera días y noches tranquilos, en la historia de su destino; “guardando” la
oscura filosofía de que el “Tabardillo” era un tenebroso espectro, que
penetraba en el cuerpo y en el “alma”, acabando con la salud y el juicio de la
gente.
X
De una de las mayores difusiones
del piojo humano (Pediculus humanus), agente transmisor del tifus exantemático
(“Tabardillo”), existen crónicas e informes allá por el siglo XIII,
principalmente en Aragón y Cataluña y de los célebres asedios de Granada y Baza,
en el siglo XV. También de inicios del XVII, a raíz de contiendas bélicas con
toda una amalgama de milicias; movimientos migratorios y apiñamientos humanos
en condiciones tremendamente insalubres.
Antaño, legos e instruidos
designaron con el nombre de “Tabardillo”, lo que luego sería el grupo de las
rickettsiosis: tifus exantemático; afección infectocontagiosa, siendo el agente
causal la rickettsia prowazeki, transmitiéndose de humano a humano por un
vector vivo: el piojo ya apuntado. El “Tabardillo” se solía asociar con una
prenda de abrigo, de burdo estambre, de las personas, denominada Tabardo; cuyo
tejido presentaba extraordinarias condiciones para la parasitación del
Pediculus humanus.
Galenos españoles del siglo XVI,
se intranquilizaron cuando el colega vallisoletano Luis Mercado describía el “Tabardillo”:
“como una enfermedad febril acompañada de manchas rojizas, extendidas sobre los
tegumentos externos, que asemejan picaduras de pulgas, mosquitos…”. Por sus
extensos conocimientos e ingenio, Mercado fue nombrado Médico de Cámara del Rey
Prudente Felipe II; escribiendo sobre sus dolencias en 1574. El médico
placentino Luis del Toro, graduado en la Facultad de Salamanca, también se
distinguió en el estudio del “Tabardillo”; teniendo buenas relaciones con los
doctores de Carlos I.
El doctor natural de la villa
navarra de Corella, licenciado en la Facultad de Alcalá de Henares, Alfonso
López, en 1574, publicaría una considerable obra, cargada de observaciones
objetivas, respecto de la febril epidemia. Pero sería el doctor Carlos María
Cortezo, en la Conferencia Sanitaria Internacional de París en 1903, quien hizo
una extraordinaria exposición, afirmando que el agente transmisor del tifus
exantemático era el piojo. Más tarde, experimentalmente, lo demostrarían
Nicolle, Martín Salazar y luego otros en el Centro de Aislamiento de Madrid
(Cerro del Pimiento), durante la epidemia de 1903-1904.
X
Aún no se han ido aquellos
episodios de sombras de la infancia, con aquellas humildes figuras de las
madres, con sus callosas manos en actitud de rezo; “viajando” sus trasfondos
humanos entre símbolos mágicos… Rogando, a veces, a simples pareidolias de
cristalizaciones pétreas; besándolas o golpeándolas, según fuera la relación,
para “matar” el Mal de Ojo, el “Tabardillo”, el sarampión, las calenturas
tercianas. Emociones humanas mudas, en un vasto sistema de sufrimiento,
tristeza y supersticiones. Las imprecaciones eran un libro de escritura profética
y ciega fe; donde las familias “leían”
el transcurrir de los mayores dolores de la existencia.
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Martes, 1 de Abril del 2025
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