Cuando subieron al restaurante Entrelagos, que está enclavado entre las lagunas del Rey y la Colgada, ya les guardaba el de Zumárraga tras una mesa situada en discreto rincón. Por cierto que el de Guipuzcoa de nuevo parecía haber perdido su anterior cordialidad y otra vez estaba con su cara de palo, los ojos hundidos y el rostro paliado por el humear incansable de su oloroso pipón.
Por la vidriera del restaurante, que está en el segundo piso, se veía el azul de las lagunas, y un trampolín desde el que se lanzaban unas jovencitas con el cuerpo duro y todavía sin pámpanos. Más lejos, un barquito blanco con guirnaldas de banderas pequeñas. El de Zumárraga, aferrado a la pipa y con los ojos entornados, miraba al vacío. Plinio, con el pito entre los labios y de cara a la pared, aguardaba. Y los camareros sin llegar.
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
El rapto de las Sabinas
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Sábado, 23 de Noviembre del 2024