Como habito en un país mediterráneo, ni siquiera me
planteo el tema de la luz natural, es evidente que gracias a la situación
geográfica gozamos de muchas horas de claridad. Sin embargo, en cuanto a la luz
artificial, tengo mis preferencias y habitualmente elijo la luz fría. Sólo en
ocasiones puntuales la luz cálida me acoge y me relaja, según los entendidos en
luminotecnia es la ideal para el sosiego.
A veces supongo que prefiero la intensidad de la luz
fría por problemas de visión pero, en otras ocasiones considero que quizás
concuerda con mi carácter o mi forma de ser y, sobre todo, porque necesito ver
las cosas claras.
Escribo esto, porque las calles de mi infancia estaban
escasamente iluminadas por farolas cuyas bombillas irradiaban una luz
amarillenta y pobre; si a aquella insuficiencia lumínica le añadimos el ruido
lúgubre de la "bocina" antes de la Semana Santa, aquello era la pena
total. Ese recuerdo siempre me conduce al desánimo y a la tristeza.
Sin embargo, me provocan una sonrisa las viejas
leyendas urbanas del pueblo que tenían referencia con la escasa iluminación.
Contaban, que de vez en cuando, y bajo esa tenue luz, deambulaban los
fantasmas, pero el misterio nunca llegó a mayores; porque los sujetos en
cuestión eran incautos vecinos que aprovechaban la oscuridad para arribar
disimuladamente a las casas de sus amantes. Algunos trataban de camuflarse
utilizando ropajes grotescos y estrafalarios, como si fuesen almas en pena.
Aquellas apariciones eran la comidilla del barrio, una mezcla entre la broma y
el misterio, una intriga que daba argumentos al cotilleo.
Pero lo cierto y verdad es que siempre asocio esa luz
amarillenta a sucesos tristes o deprimentes. La baja tensión de aquellos 125
voltios y muy pocos vatios, junto a los estabilizadores de tensión y los
televisores en blanco y negro, eran el signo evidente de aquel tiempo gris en
muchos ámbitos de la vida social.
Ahora, esa misma sensación de abatimiento o desánimo
es más evidente cuando acaba el fin de semana. Suele sucederme a la vuelta de
la capital y cuando desde el cercanías observo las luces del extrarradio de la
ciudad centelleando como miles de luciérnagas; o cuando tras el paseo recorro
las calles con comercios y locales cerrados y sus escaparates apagados. En esas
y en otras situaciones similares mi
ánimo decae y me asalta la pesadumbre; sólo la luz de un nuevo día volverá a
infundirme la energía y el atrevimiento para enfrentarme a una nueva jornada.
Pero a pesar de mis reparos y mis pequeñas obsesiones
con cierto de tipo de iluminación debo reconocer que, el avance en este tipo de
tecnología ha sido brutal, ya no sólo en la variedad y el tipo de iluminación,
también por el ahorro energético.
Y sin embargo llevamos un tiempo en el que nos avisan
sobre un posible "apagón" que, seguramente, no es solo en cuestión de
iluminación, ojalá fuera solo eso. Nos lanzan toda clase de insinuaciones y
recomendaciones ante una posible escasez de energías de todo tipo.
Esta situación me recuerda al aviso sobre el presumible
caos tecnológico que podía ocurrir
cuando se acercaba el año 2000, pero luego la cosa no llegó a mayores y no hubo
problemas.
Pero la advertencia y la duda están ahí, ese runrún
sobre un posible desastre imposible de cuantificar y de consecuencias impredecibles
es como una espada de Damocles que pende en estos momentos sobre esta humanidad
globalizada, donde todo y todos estamos
relacionados en mayor o menor medida.
Pero ha sido tal el avance en todo tipo de tecnologías
que me cuesta creer esta nueva amenaza. Sin embargo no me parece descabellado
que sufriéramos un parón, una reprimenda severa por lo mal que lo estamos
haciendo. Es evidente que no podemos mantener este exceso de consumo, y de
seguir así, los problemas de todo tipo se irán amontonando y ya no habrá
solución.
Tenemos la obligación de resetear o enmendar nuestra
forma de vida, parar, relajarnos y valorar qué cosas son importantes, las
señales nos advierten que no podemos seguir a este ritmo vertiginoso, porque
entonces el "apagón" será irremediable, y no lo decidiremos nosotros,
ni nuestros gobernantes, ni los responsables de las empresas energéticas; de
tensar la cuerda de esta forma, el apagón lo determinará el planeta.
Por eso, nada mejor que, para terminar sobre esta
advertencia, hacer alusión al excelente cuadro de mi paisano, Óscar García
Benedí, titulado "Paisaje urbano desolador" y que esa solitaria
farola que chorrea descaradamente rayos de luz nos ilumine.
Globosonda: Texto para la Caja Negra del mes de
diciembre del 2021
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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Viernes, 19 de Abril del 2024
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