Paco  Martín Muñoz, un tomellosero de 41 años, ha vivido una intensa experiencia como bailaor flamenco en Japón. Persiguió con ahínco la oportunidad y no la desaprovechó este artista que, como se podrá comprobar a lo largo de esta entrevista, es un ejemplo de superación, ideas claras y del inmenso respeto que le profesa al flamenco del que hizo, no solo su pasión, también  su profesión.  Tras sus inicios en Tomelloso y una fructífera etapa en Madrid, Paco recaló en la localidad Japonesa de Ugata y en un parque temático ha dejado el pabellón bien alto del género español más universal.

-¿Cómo se gestó la posibilidad de ir a trabajar a Japón?

-Ofrecían una posibilidad a los profesionales y había que pasar una audición o prueba que se podía hacer en Sevilla, Madrid o Barcelona. Es una prueba en lo que buscan los estilos o características de la gente que quieren para ese año. Yo tuve la oportunidad de realizarla años atrás y siempre conseguía llegar al último escalón. Uno de los responsables me decía que era muy alto, porque el elenco era más bajito y a ellos les gusta que todo sea simétrico y, por encima de todo, que sean artistas y sepan convivir. Los 23 españoles vivíamos juntos, cada uno en su casa, pero al final era como un Gran Hermano, trabajando codo con codo durante muchas horas.  Sin embargo, en noviembre de 2019 me encontré al coreógrafo por Lavapiés y me preguntó qué si no me habían llamado. Me dijo que me llamarían y que contaban conmigo. A la semana me llamaron, justo cuando acababa de concluir una gira por Malasia con María Carrasco y tras pensarlo un poco dije que sí. 

-No debió ser fácil para usted tomar esta decisión, ¿no es así?

-Sobre todo porque tenía muchos grupos de clases en Madrid y tuve que ir pidiendo permiso a las escuelas, pero me preocupé de dejar un sustituto en cada una de ellas. Traté de hacerlo de la mejor manera posible.

-Llama la atención esa  predilección de los japoneses hacia el flamenco, ¿cómo lo explicaría usted que ha estado allí?

-La cultura japonesa es muy hermética y socialmente no está bien visto expresar nada, todo son jerarquías y eso imposibilita que les puedas comentar algo a un superior con lo que no estás de acuerdo. Y han descubierto el flamenco como algo que les permite a ellos sentir y expresarse. Hay mucha gente que baila, gente que toca la guitarra y gente que toca y no les resulta fácil porque además de aprender el flamenco, tienen que aprender el idioma. Pero son tan metódicos y disciplinados que los japoneses consiguen hacer todo lo que se proponen.

-Desde esta experiencia queda claro que el flamenco es la mejor marca que puede exportar España ¿no cree?

-Totalmente. Cuando pienso en marca España pienso también en gastronomía, en vinos, en artistas…pero al final vino o determinadas comidas se pueden hacer en muchos lugares del mundo. Sin embargo, el flamenco es algo nuestro, el género más español que, ahora, ya no tiene fronteras. Trabajé en el café Ciriaco en Madrid y allí la cantaora era japonesa y puedo asegurar que lo hacía muy bien. El flamenco te da esa individualidad, te permite expresar algo que es solo tuyo. El flamenco tiene unos códigos y un lenguaje, algo que se crea en el instante, y te permite comunicarte donde sea. Es algo muy nuestro, pero a la vez es universal.

¿Cómo fueron los inicios de Paco Martín en el mundo del flamenco?

-Empecé tocando la bandurria en casa de Óscar Herrero, el padre, con ocho años. Mi primo Gabriel tocaba la guitarra y me llamó la atención. Al poco de aprender, me metí en el grupo Manantial del Vino. A partir de ahí me empezó a llamar la atención el baile: de hecho hacía las dos cosas, tocaba la bandurria  y bailaba la jota. Y me empezó a llamar la atención el flamenco. Mi hermana Elena bailaba sevillanas, lo hacía muy bien y empecé a  aprender también, de una manera casi autodidacta, investigando por mi cuenta. Luego mantuve contactos con gente del grupo Amanecer, Los de Montoya y Chacón o Jesús Martínez y el grupo Zambra hasta que me fui a la Universidad a estudiar Historia del Arte, que viene a ser mi plan B, aunque es un mundo que tiene relación con lo que hago.

- ¿Cómo veía su entorno más cercano esa afición suya al baile?

-Mis padres no querían que bailara al flamenco a nivel profesional.  En esos tiempos el flamenco no tenía muy buena fama. Decidí irme a estudiar y hubo años en los que apenas tomé clases. Pero cuando terminé la carrera, trabajé en un hotel en Benidorm, hice un máster y llegué a Madrid en el 2005. El flamenco lo tenía ahí dentro y retomé clases de clásico, de danza contemporánea, labor que compaginaba con mi trabajo en el Museo Thissen. Tenía muy claro que para bailar bien había que formarse. 

-Un bailaor puede reunir grandes cualidades innatas, pero usted otorga un gran importancia al trabajo y la formación…

-Evidentemente tiene que haber algo innato, pero es esencial formarse. Conocí el compás a través de las relaciones que establecí con esos grupos de aficionados de los que antes te hablaba y es cierto que llegué con mucho aprendido, tanto el flamenco más serio como el menos serio. Y eso me facilitó el aprendizaje. Pero recuerdo el tremendo sacrificio que supuso formar mi cuerpo. Tuve que empezar de cero, me agarraba a una barra de clásico con niños, pero vi que era muy necesario. A todo el que me pregunta, le aconsejo que tome clases. Se te abren muchas más puertas y caminos para investigar.

-¿Cuáles han sido sus referentes o modelos en el mundo del baile?

-Se puede decir que bailo por Antonio Canales. Después cuando te introduces en el mundillo, tus referentes se amplían y coges un poco de todos. Pero cuando yo veía a Antonio Canales me di cuenta que quería hacer lo que él. Lo conocí personalmente en Manzanares, estaba de gira representando la obra La Casa de Bernarda Alba y todos los personajes de la obra eran femeninos. Él se vistió de chica, allá por el 98 o el 99, anticipándose a lo que vino después. Fue pionero en poner baile a ciertos palos que antes no se bailaban. Antonio ha sido un hombre muy importante, con una gran trayectoria, que ha hecho escuela. 

- Cuando estaba en Japón ¿echaba de menos nuestro país?

-Japón absorbe mucho . Tiene una cultura muy respetuosa e independiente y te acogen realmente bien. 

-¿Cómo ve el panorama flamenco que hay en Tomelloso?

-En Tomelloso hay una gran afición por el flamenco. Creo que faltan apoyos y también un mayor compromiso con una formación de verdad, con gente que sepa lo que hay que hacer y enseñe las cosas desde la raíz. Y esto lo digo con el más absoluto respeto  a lo que hay, pero tenemos la asignatura pendiente de la formación profunda. En el flamenco cada cosa tiene un porqué, va mucho allá de poner un disco y bailar con el disco. El flamenco es compartir con una persona que hace la percusión o toca la guitarra y ese diálogo es lo que provoca que llegue algo al que te está viendo. También implica trabajar a nivel corporal, conocer y explorar tu cuerpo y trabajar a nivel físico para ejecutar bien. Quizá me he vuelto algo exigente con la experiencia y, sobre todo, con la formación. El flamenco implica un camino duro y además obliga a un reciclaje constante, nunca se para de aprender.

-Usted que empezó ahí ¿ve conexiones entre el folklore y el flamenco?

-Sería muy interesante ver las conexiones de nuestra seguidilla manchega y algunos palos del flamenco. A mí el folklore me ayudó mucho y de hecho meto pasos de folklore, de La rabiosa o la Jota de Tomelloso, en algunas actuaciones porque musicalmente y rítmicamente me entran. Descubrir estas conexiones es algo precioso y creo que ahí tenemos un campo muy extenso para investigar.