Emiliano Valero Arribas es Técnico en Gestión Forestal y
responsable de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA)
en La Mancha y el Campo de Montiel. Nacido en Tomelloso, Valero viene de la
agricultura “no he perdido el contacto con el mundo del campo”, ha trabajado en
Extremadura y como Técnico de Medio Ambiente en algunos ayuntamientos y es,
además, guía de espacios naturales.
Nuestro interlocutor asegura que tiene varios proyectos
medioambientales, retrasados por la pandemia. ARBA está llevando a cabo en
Tomelloso y Argamasilla de Alba un ambicioso proyecto, que la Cañada Real
Conquense, la vereda de Socuéllamos, sea un corredor verde. Para ello se han
llevado varias actuaciones en esa vía, la última hace un par de semanas, en
colaboración con administraciones, colectivos, AMPAS y ciudadanos.
Valero es un conservacionista convencido, un amante del
medio natural. Tiene una conversación fluida y directa, su charla tiene pocos recovecos.
Como cuenta al periodista en la entrevista, está más acostumbrado a actuar que
hablar. A pesar de todo es optimista con el futuro del planeta y con la conciencia
de las nuevas generaciones.
—¿Qué es ARBA?
—Es una asociación que nace en 1986, unos años convulsos en
cuanto a las cuestiones medioambientales. Entonces se luchaba por que el actual
Parque de Cabañeros no fuera un campo de tiro. También se origina la primera
lucha real a favor de la vegetación, cuando se pretendía repoblar Monfragüe con
eucaliptos. Se peleó para que se repoblara con vegetación autóctona y las
especies que allí medraban, el monte mediterráneo.
A partir de ahí, un grupo de gente con las mismas inquietudes
decide hacer una asociación que no fuera animalista. Ahí nace ARBA, para luchar
por la recuperación del bosque autóctono. Se fundó en Madrid con la vocación de
irse extendiendo en toda España, pero centralizada allí. Pero fueron tantas las
denuncias medioambientales en todo el territorio nacional, que llegó un momento
en que no se podían atender. Así se decide que haya grupos por todo el país. El
nuestro, La Mancha y el Campo de Montiel, nace en 2019 con la misma vocación,
la reforestación y la recuperación de espacios degradados siempre pensando en
el bosque autóctono. Para que los animales tengan las condiciones optimas de su
vida, lo primero es recuperar la vegetación propia, que en La Mancha está
absolutamente perdida.
—En las reforestaciones, especialmente después de los
incendios, de épocas pasadas se hicieron verdaderos crímenes, poniendo pinos y
eucaliptos, sobre todo.
—Se buscaba la productividad del bosque, se miraba más el
dinero que el valor ecológico. Era la política que llevaba el antiguo ICONA.
Cuando cayó aquella vieja guardia y empezaron a incorporase técnicos forestales
nuevos se abogó por un bosque protector. Aunque se pudieran llevar a cabo los
aprovechamientos forestales clásicos. Pero sin enfocar las repoblaciones a los
pinos y eucaliptos buscando el aprovechamiento maderero, sobre todo en las
papeleras, sino enfocadas al ecologismo que, gracias a Dios, está más de moda
que entonces.
—Me comentaba que su asociación está más volcada a la actuación
que a la reivindicación.
—Creo que uno de los éxitos de ARBA y por lo que engancha a
más gente es que no hacemos protestas al uso, pasamos directamente a la acción.
Nos gusta que se vea lo que hacemos. El no entrar en un debate frontal con las administraciones
nos ayuda a que colaboren con nosotros. Además, no nos movemos por
subvenciones, de hecho, no las aceptamos. Nos nutrimos de las donaciones de
particulares de las cuotas de los socios.
—¿Ha sido siempre La Mancha el secarral que conocemos?
—Tampoco ha sido una tierra muy frondosa, pero hemos tenido
encinares. De hecho, en el término de Tomelloso con Arenales tenemos unas 200
hectáreas de espacio adehesado que no conoce mucha gente. Ese espacio es una
muestra de lo que pudo ser La Mancha. Hay documentación que señala que la zona
del castillo de Santa María del Guadiana era también una dehesa que
aprovechaban los ganaderos. En las excavaciones se han visto restos de ciervos
que, evidentemente, con la vegetación actual no se podrían dar. Eso nos da una
idea de que La Mancha fue distinta a lo que hoy conocemos.
—¿Cuáles son los proyectos del colectivo en La Mancha y
el Campo de Montiel?
—Estamos muy centrados en restaurar las vías pecuarias, ya
que nosotros actuamos en los espacios públicos. Nuestro proyecto estrella es la
creación de una vía verde en la Cañada Real Conquense. Queremos que las
administraciones, fundamentalmente los ayuntamientos por donde pasa la vía, se
sumen al proyecto. Vamos encontrado mucho respaldo donde pedimos apoyo, hemos
colaborado con los ayuntamientos de Argamasilla de Alba, Infantes, Fuenllana y
Tomelloso. Por otro lado, la Consejería de Desarrollo Sostenible está empujando
mucho a favor de los proyectos que le vamos presentando. Remamos mucha gente en
la misma dirección y es un buen momento para nuestro proyecto.
—Recientemente han llevado actuaciones en la Cañada Real Conquense
a su paso por Tomelloso y Argamasilla, la última hace unos días.
—Comenzamos el pasado año con una limpieza de la vía en el
término de Argamasilla, pero en las mismas paredes de Tomelloso. En junio,
junto a AFAS, que ya son unos inseparables compañeros nuestros, otra limpieza.
Hace menos de quince días acometimos otra actuación de más envergadura, la reforestación
de nueve hectáreas en la Cañada Real Conquense dentro del término de Tomelloso.
A futuro, estamos animando al Ayuntamiento de Tomelloso para llevar a cabo un
proyecto similar, que también queremos plantear al de Socuéllamos.
—Lógicamente, la reforestación la llevaron a cabo con
vegetación autóctona.
—Así es, lo llevamos implícito en nuestras siglas. Es que, poner
especies que no son autóctonas nos llevaría al fracaso, la originales son las
que pueden medrar en este terreno.
—Las cañadas, las vías pecuarias en general, representan
un patrimonio único que no se debería perder.
—Significan la transmisión de una cultura que viene de la
antigüedad. Las cañadas ya existían, desde tiempo muy remotos y fue Alfonso X
quien reguló su uso. Pero, además, son un auténtico corredor ecológico que
permite la transmisión de genes para que las especies vayan evolucionando.
También son un punto para la recuperación de todo, dado que en un territorio
tan fragmentado como el que tenemos, es muy difícil que haya interconexiones.
Estas vías son imprescindibles para que la genética fluya de un lugar a otro.
—¿Qué podemos hacer ante la emergencia climática?
—Lo primero, y aunque cueste mucho, es reducir nuestro nivel
de vida. Lo que ahora se llama decrecimiento. El planeta necesita más de un año
y medio para recuperar los recursos que hemos consumido de enero a agosto.
—¿Qué opina de la España Vaciada?
—La España Vaciada es una España llena. Se está quedando sin
recursos ni expectativas, pero tiene muchas cosas que en la ciudad no tenemos y
que son la que realmente dan sentido a nuestra vida. Hay muchas cosas que se
pueden comprar, pero las sensaciones, lo que sale del alma solo se puede
encontrar en lugares. Veo complicado sacar adelante la España Vaciada porque
las administraciones no se implican. Es muy difícil que pueda prosperar la
agricultura intensiva en esas zonas. Le están poniendo un montón de trabas a
que la gente se quede en los pueblos, los están dejando sin recursos y, además,
les están esquilmando el futuro.
—¿Apelaría por la vuelta a la agricultura y la ganadería
extensivas?
—Vamos a ver… Yo también he sido agricultor y me he montado en
la agricultura intensiva porque de otra manera no se podía vivir. Pero si
queremos seguir adelante, con unas condiciones de vida dignas y cuidando el
planeta hay que volver a la ganadería extensiva y a la agricultura tradicional.
—¿Ha aumentado la conciencia ecologista o
conservacionista en la población?
—Está un poco más de moda que ha estado, pero sigue habiendo
mucha gente que nos mira mal. Especialmente, algunos agricultores cuando nosotros
peleamos porque tengan unas condiciones dignas de vida y en sus precios. Los ecologistas no somos los enemigos del
agricultor sino el propio mercado que es el que les pone precio a sus
productos.
Pero, sí, hay más concienciación. Los currículos educativos
ayudan mucho porque a las nuevas generaciones se les está inculcando el
conservacionismo. Pero en nuestras actividades nos estamos encontrando que el
rango que va de los 15 a los 23 años se nos escapa de las manos y eso nos debe
preocupar.
—¿Personajes como Rodríguez de la Fuente, Delibes, Joaquín
Araujo, Raúl de Tapia han ayudado al aumento de la conciencia ecológica?
—Ha ayudado y mucho. Araujo, a pesar de que se nos va
haciendo mayor, es un referente. Es alguien a quien seguir, desde los mayores a
los más jóvenes. Gente como esa es imprescindible para conectar a la ciudadanía
al mundo de la conservación, sin ninguna duda.
—¿Es optimista con el futuro?
—Por supuesto, hay que ser optimista. Venimos de unos
tiempos en los que nadie conocía el ecologismo y ahora hemos conseguido ponerlo
de moda.
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Martes, 3 de Diciembre del 2024
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