De pequeño se ven las cosas
tal y como son realmente. Justo como ahora. Otra cosa es que las recordemos
grandes. A los siete años, el asiento de atrás del SEAT 124 era igual que el
que he visto hoy en un desguace quebrado. Sin embargo, la memoria me traslada a
un espacio amplio, en el que los pies apenas llegaban al suelo del automóvil.
El conductor, padre, parecía pilotar a unos tres metros, mínimo.
Para anchuras, el 1500 del
librero que acudía con su hija todos los septiembres al almacén de papelería
para llenar el gigantesco maletero de manuales de lengua, del mismísimo Lázaro
Carreter. Aquella chica, mayor que yo unos cuantos años, desaparecía al entrar
en el mítico auto. Con el paso del tiempo, heredaría la librería y la
responsabilidad del negocio, pues era ella (y no su padre) quien aparcaba el
mastodonte en la puerta del proveedor, durante las siguientes campañas
escolares. No la vi más. Para cuando pude conducir, madre había liquidado el
negocio, pero del volante del 1500, de su desmedido diámetro, me acuerdo.
A todo hay quien gane.
Sentirse como una minúscula partícula en mitad del universo era habitual si
viajabas en la parte de atrás del citroen CX break del tito Manolo. Esa
ubicación era la más disputada entre los primos, a pesar de no contar con
asientos, mucho menos con cinturones o con tecnología «pre sense». La seguridad
la ponían, a partes iguales, el conductor, una baja densidad de tráfico y el
sentido común.
Los coches de antes, grandes.
Los aviones de ahora, pequeños. En ellos, mantener la distancia de seguridad
implicaría sentarse en el ala. Contrasta con las colas del embarque previo al
vuelo. Allí, personal de la aerolínea con muy mal humor, recuerda que dejes
metro y medio entre tu cuerpo y el viajero que lo precede. Se pone tan serio el
asunto que temes te dejen en tierra. Y a ver qué haces en Amsterdam, en mitad
de un transbordo que nunca debiste considerar viable.
Pero grandes, grandes los
platós de televisión. Tanto que no necesitan mascarillas los que allí se citan
para debatir en torno a una mesa semicircular, separados por metro y medio.
Tienen los techos altos, como los dictámenes que salen de sus bocas con destino
a los altavoces del televisor. Así es como escuchamos que nos lo hemos pasado
demasiado bien estas navidades, en atención a la intensa incidencia «covidiana»
que impregna la actualidad. Si recuerdan, ya en 2008 habíamos vivido por encima
de nuestras posibilidades.
Así que, a pesar del
transcurso del tiempo, siempre se trata de lo mismo, por mucho que lo de antes
nos parezca una cosa distinta a la de ahora. Y no sólo ocurre con los
automóviles, los aviones, los platós o las crisis, financieras o pandémicas.
También con los compatriotas, negacionistas, progresistas, fachas,
nacionalistas, tuiteros, funcionarios, autónomos, comunistas, señoros, pijos
pobres, longevos, boomers o milenials, entre tantos otros. Rascando un poco,
podrá advertirse la mínima distancia que existe entre categorías. Debajo de la
piel, fina en ocasiones, hay personas. A bordo del 124, del 1500 o del CX, sólo
pasajeros que se saludaban al cruzarse con otro auto, en mitad de aquellas
carreteras. Las que nos conducían al pueblo.
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Miércoles, 5 de Febrero del 2025
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