Opinión

Oficios

Ramón Serrano García | Viernes, 7 de Enero del 2022
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Me trae aquí, al confeccionar este escrito, la satisfacción de recordar muchos oficios y ocupaciones que hoy en día están práctica o totalmente desaparecidos, aunque yo por ejemplo que tengo los 80 cumplidos, los he conocido todos, y que por la descripción que voy a hacer de cada uno de ellos servirá a muchos lectores, los de más edad, para traerlos también a su memoria, y me atrevo a decir que a recordar alguna o varias anécdotas y vivencias relacionadas con esas actividades.

Antiguamente estas tareas se daban indistintamente en muchas ciudades así como en gran cantidad de pueblos, pero la modernización de las costumbres, el avance de la tecnología, los transportes, y varios etcéteras más, fueron los principales motivos de la desaparición de los menesteres que a continuación voy a ir detallando y describiendo, siendo muy posible que si algunos de mis amables lectores es bastante joven, no los conozca ni quizás los haya oído nombrar. Pero pasemos a la descripción de los oficios.

Citaremos en primer lugar a los traperos, que recogían mayormente trapos de deshecho o género parecido, y a cambio entregaban un plato, una taza o unas bolas (canicas) si el cliente era de corta edad. Venían con su carro entoldado que les servía tanto para traer su preciada mercancía como para llevarse la adquirida. Había siempre varios, pero el más conocido, tanto por su carácter como por el tamaño de su negocio, era Juaninas.

Después a los guarnicioneros, personas que trabajaban el cuero, aunque por estos contornos se dedicaban principalmente a hacer y remendar los correajes, tiros y arreos que se ponían a las caballerías. Su taller era una habitación no demasiado grande, en la que tenían los materiales y los trabajos hechos y por hacer, en cuyo centro había varias sillas bajas o posones, uno de los cuales era el habitual del propietario, y que estaban en derredor de una mesa redonda y baja donde se hallaban los utensilios y herramientas necesarios, mientras que los demás eran ocupados por los habituales contertulios diarios, que no eran pocos. 

 Citaré ahora a los pregoneros, que sólo los había en los pequeños pueblos, y cuyo menester era ir por las calles hablando en el tono más alto posible para anunciar mensajes y edictos municipales, alguna noticia trascendente o la llegada, y a qué sitio, de vendedores de carnes, pescados,  o cosas por el estilo.               

 Le toca el turno a los serenos, que a estos sí que se les podía encontrar ya tanto en las grandes ciudades como en las aldeas, y que andaban dando vueltas por el pueblo o por la zona que tuviesen asignada para su vigilancia, la ayuda a los vecinos y  una información meteorológica, digamos aproximada. No quiero dejar de contar la verídica historia sucedida en un pequeño lugar de esta Mancha nuestra, donde una noche los serenos tuvieron que recoger y reanimar a un mozo que se había quedado aterido de frío hablando con la novia en la reja.

Dios os guarde recoveras, mujeres, que cargadas de huevos y gallinas, ibais calle por calle dedicadas a su venta, la cual en muchas ocasiones no era mayor debido a que empleabais excesivo tiempo en oír y decir cuentos y chismes a varias, demasiadas, clientas.

La economía rural en la mayoría de nuestros lugares nunca era demasiado boyante y las gentes se medio salvaban criando en sus casas aves y cerdos. Para sacrificar a estos tenían que solicitar el servicio de un matarife, que acudía al domicilio correspondiente y allí sacrificaba al cochino, lo descuartizaba y lo dejaba debidamente preparado para su consumo. ¡Ah! y si en esa casa vivía algún chiquillo, el oficial de turno le “regalaba” la vejiga del animal recién muerto, para que con ella le hiciesen una zambomba. 

Merecida mención tienen también los afiladores, que iban callejeando, antes con sus carretillas, luego con bicicletas y últimamente motos, las cuales llevaban incorporado un artilugio, válido para afilar y aguzar cuchillos y navajas. Pero había algo muy significativo en los amoladores y esto era el uso de un chiflo de carácter gremial y un sonido único y para mucha gente atrayente, con el que avisaban a la clientela de su llegada, para que salieran a las puertas de sus casas y allí desarrollar su trabajo.

El saber de los lañadores era el de componer, por medio de lañas y grapas metálicas, objetos rotos de barro o de loza, y parecía un verdadero milagro que pudieran conseguirlo.

Igual que ese trabajo, pero con cacharros metálicos, era el de los sarteneros, que sabían arreglar sartenes, cazos, etc. Como curiosidad, cabe decir que iban anunciando su presencia repiqueteando con una paleta el cazo y el rabo de una sartén, lo que desarrollaba un ruido característico.

Sería absurdo describir el trabajo de los panaderos, pero no lo es en mi criterio resaltar que antiguamente ninguno vendía sus productos en un determinado lugar, si acaso una pequeña parte de ellos en la misma panadería, por lo que día tras día los repartían en su carro por todas y cada una de las calles donde un cliente viviera. Y tan fija era esa acción que nació un dicho que afirmaba: eres más seguro que el carro del pan.

Al igual ocurría con los lecheros, que visitaban a su clientela montados en una bicicleta, la cual llevaba dos cántaras metálicas llenas de leche, nunca se supo si bautizada o no, una a cada lado de la rueda trasera, y con ella acudían a casa de sus compradores. A ello, y de esa manera, se dedicó durante mucho tiempo nuestro ilustre escritor Félix Grande.

Y por último, aunque su desarrollo no fuese igual a las  citadas, voy a rememorar tres actividades  que dejaron  de existir tiempo ha. Una era la de los sastres, puesto que hoy en día, el ciento por ciento de la  ropa  que se compra, viene  confeccionada, y  las otras dos son las oficinas de teléfonos y telégrafos, ambas de una eficiencia y de una utilidad inmensa.

Todo lo relatado ha dejado ya de existir, pero sin embargo de todo,  absolutamente de todo, me acuerdo con un cariño enorme.


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