Opinión

José el de Nazaret (y 3)

Joaquín Patón Pardina | Domingo, 9 de Enero del 2022
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 (En los dos capítulos anteriores hemos visto la entrevista de José y Cálamus. En este último se narra, a expensas de la pregunta del eterno periodista, la dura experiencia del artesano)

—¡Era imposible!, ¡No podía ser! María nunca me engañaría con otro hombre. Pero en el vientre de mi esposa estaba germinando una nueva Vida. Mi razón hacía malabarismos en mi cerebro intentado una solución. La experiencia me repetía continuamente que aquello era imposible. Mi esposa tampoco me daba justificaciones. Pensé en abandonarla sin que se enterase nadie en el pueblo; una noche saldría de mi casa para no volver, nadie sabría más de mí. Por otro lado, de ningún modo podría denunciarla en la sinagoga, porque la condenarían a muerte lapidándola en las afueras del pueblo. Mi amor a María era y es muy grande, inmenso. ¿Entiendes, amigo Cálamus, la situación tan difícil que estaba viviendo en aquel tiempo?

—Después de muchos días agitando mi cabeza, razonamientos…, posibilidades…, soluciones…, siempre volvía al mismo comienzo. Una noche como otra de tantas, me había desvelado intentando comprender la situación: ¡No cabía en mente humana que una mujer estuviera embaraza sin concurrir un varón! Pero en ese momento  me vino una luz: En mente humana no cabe, y ¿en la de Dios?  Si Dios pensara lo haría infinitamente mejor que el hombre más inteligente. ¿Y si Papá-Dios, origen de toda vida, hubiera cambiado los caminos humanos para este nuevo ser…?

—Hay alguien en nuestro mundo en quien tengo una confianza absoluta. Una fe completa, total;  al modo, si pudiera decirse, de nuestro padre Abraham del que nos habla  el libro del Génesis. ¿Recuerdas el episodio en el que cree que Dios le pide sacrificar a su hijo en el monte Moriah? Con gran dolor de su corazón prepara todo para el holocausto; ante la pregunta de su hijo por no llevar víctima alguna, Abraham responde: Dios proveerá, hijo mío”. Sabes cómo termina el relato: encuentran un carnero enredado en unas zarzas por los cuernos, el cual les servirá para el sacrificio. Este creyente confió plenamente en Dios a lo largo de su dilatada vida. Por eso lo consideramos  nuestro padre en la fe.

—Ese alguien –continuaba José-, para mí igual que para Abrahám es Dios, lo considero como… el compañero de mi vida, es más como si fuera mi Padre. En mi oración, amigo Cálamus, en mi interior lo llamo “Abba”, mi papá, mi papaíto. Es como ese papá del ejemplo que te conté antes, el papá que nunca dejaría caer a su niñito al suelo, el papá que lo coge, lo abraza y lo colma de besos. Tú mismo decías que se te encogía el corazón solo con pensar en dejarlo caer y eso que tú igual que yo no somos padres perfectos. En mi Padre Dios confío totalmente, y sé que Él dirige mis días en este mundo. Él da sentido a todo lo que para mí no lo tiene, me hace comprender acontecimientos pasados, y llego a valorar la importancia que en su día tuvieron; y a los que yo no encontraba sentido alguno. Cuando recuerdo mi  historia entiendo a la perfección aquello que Dios quería de mí, lo que realicé fiándome de El sin ver el verdadero sentido.

—Pero te voy a añadir algo más excepcional: Yo al fin y al cabo sólo he sido un espectador directo y afectado en los hechos, un co-protagonista, si quieres, pero ella  María, mi esposa la BENDECIDA POR DIOS, lo ha vivido en primera persona. Ha dado cuerpo a ese niño que corre, va y viene, por nuestra casa; lo ha alimentado con la leche de sus propios pechos. Ella sí que tiene mérito. Ella desde su silencio, es mujer de pocas palabras, con solo su mirada y su sonrisa me facilitó en su momento la decisión de no abandonarla, de compartir con ella pan y familia. Nos lleva de la mano a nuestro muchacho y a mí mismo. Tiene la grandeza de las virtudes que canta la Biblia en el libro de los Proverbios y la sencillez de la sierva que trae el agua de la fuente cada mañana. Sus manos son capaces de acariciar al mismo Dios y a la vez cambiar los pañales sucios.  ¡Es muy grande esta María!

—Por favor, amigo Cálamus, -intervino la mujer-,  no le hagas mucho caso a mi esposo José, sigue enamorado de mí como el primer día. Exagera cuando habla de nosotros, al fin y al cabo somos criaturas de Dios y cuanto más empeño pongamos en acercarnos a Él, tanto mejor para nosotros. Vamos a cambiar estos temas tan importantes por otros más materiales. Llevamos charlando toda la mañana. Jesús está a punto de volver de la escuela de la sinagoga, mientras preparo la comida os traigo una jarrita de vino, tenemos que celebrar el encuentro con nuestro gran amigo Cálamus, el plumilla nervioso.

María había manifestado esto último con su sonrisa imborrable en la cara, los ojos grandes y negros expresando con ellos tanto como con las palabras. No sabes, amigo lector  la alegría que  noté en mi corazón cuando María, la esposa de José el Nazaret me llamó: ¡Amigo Cálamus!

—Nos acompañarás tú también, María, a tomar el vino del que hablas ¿verdad?, -pregunté.

—Desde luego, faltaría más. Nuestro antepasado Noé, cuando descubrió las bondades de las viñas y el vino no redujo el disfrute a los hombres; que yo sepa no hay ninguna ley que nos prohíba a las mujeres beberlo y especialmente cuando celebramos haber hecho un nuevo amigo como tú. Ahora poneos de pie y echad una mano preparando la mesa.

José conocía la soltura de su esposa y la alegría que sentía cuando podía compartir la comida y el vino con otra persona nueva, por eso no le extrañó que me diera dos besos, incluso él mismo aprovechando que estábamos en pie me dio un gran abrazo mientras me decía al oído con toda la cara plena de alegría.

—¿Has comprendido, amigo viajero, cómo hay que confiar plenamente en Papá-Dios?

Se me hizo un nudo en la garganta con tanta  emoción por el derroche de cariño que había tenido conmigo, no pude articular palabras y solo asentí repetidas veces con la cabeza, mientras  grababa intensamente las palabras y la vivencia tenidas en aquel taller del artesano de Nazaret.

FIN

 

Pd.: Habéis visto una instantánea de José el de Nazaret en estos tres capítulos, eso que dudaba de ser importante para el mundo cuando el primer día lo visité en su taller, tendré que buscarme alguna excusa para echar otro rato con él  en el taller.

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