Opinión

Recuerdos

Ramón Serrano García | Lunes, 17 de Enero del 2022
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Vengo en este artículo de hoy a hacer una emotiva evocación y, por otra parte, una alabanza a gran cantidad de episodios de una época de mi vida de la que tengo muchísimos recuerdos a cual mejor, porque me agradaron enormemente. Para ello quiero empezar aludiendo a eso que existe y que se llaman gustos, algo completamente defendible y totalmente respetable, por parte de quien no mantiene los mismos que la mayoría, y repito que siempre y cuando admita con toda educación que cada cual tenga los propios. 

Cuando una persona no prefiere nunca lo más bonito, difiere habitual y totalmente de lo que agrada a la mayoría, o es más, se define por lo ordinario o lo chabacano se le suele imputar el calificativo de que tiene mal gusto. Pero otra cosa muy diferente es cuando alguien reconoce la gran categoría de un cuadro, un libro, un traje, o un determinado modo de vida, pero pese a ello afirma sinceramente que aquello en concreto es muy bueno, y que su categoría es magnífica, pero que a él personalmente, le agrada más puntualmente algo de un autor distinto u otra obra de ese artista, pero no la que está considerada por todo el mundo como la mejor.

Y he hecho todo este preludio para explicar lo que a mí me ocurre al respecto, que no es otra cosa que manifestar sinceramente que estoy inmensamente complacido de la época que me ha tocado vivir, aunque para muchas personas haya sido bastante peor que la actual, por ejemplo, o quizás que otras anteriores. Creo que los que nacimos entre los años 30 y 50 del pasado siglo hemos disfrutado de un modo de vida, a mi parecer y en algunos aspectos, de una mayor calidad que la de hoy en día.

En la actualidad la existencia de  los seres humanos ha mejorado de manera ostensible en mil y un aspectos y de una forma extraordinaria, por lo que no tiene punto de comparación con aquella a la que acabo de referirme. Pero sí quiero hacer mención de algunos hábitos que entonces existían y en la actualidad han cambiado, casi en todos los casos para bien, pero eso, casi en todos, porque en algunos han empeorado de forma notoria.

Como corroboración de ello y de manera casi anecdótica, voy a relacionar algunos utensilios, y su uso, que por aquellos entonces eran muy comunes. Estaban las chimeneas, con sus buenas lumbres de cepas y sarmientos, que se utilizaban no sólo para calentar la habitación donde se hallaban, sino que en ellas también su guisaban los alimentos a consumir. De allí se sacaban las ascuas para los calentadores de las camas y con los famosos candiles se lograba la iluminación de todas las habitaciones, los cuales, y aunque pueda parecer extraño, en las casas más pobres se llegaban a hacer con patatas imientos. 

De la sanidad citaré únicamente las cataplasmas, algo blando que se aplicaba al enfermo en un determinado lugar y que tenía un efecto calmante y emoliente; y hablaré también de las sanguijuelas, gusanos que se aplicaban a las venas de los enfermos para sangrarlos. Por último de los medios de comunicación, información y distraimiento, de los que sólo existían, y las poseían uno entre miles, las radios de galena.    

Pero hay dos cosas en las que creo muy sinceramente que estamos mucho peor que hace ochenta o cien años. La primera es la convivencia y desarrollo de los modos y maneras familiares. Antes todo se hacía alrededor y bajo la dirección del cabeza de familia – el pater familiae latino – que administraba y se ocupaba del buen funcionamiento de la vida de los suyos, que siempre se sentían seguros y protegidos por su trabajo y vigilancia. Antes, al terminar la jornada todos los miembros del grupo se reunían en el cuarto de estar y allí comentaban y debatían lo que les hubiese ocurrido en ese día, pero ahora cada uno de ellos se encierra en su habitación, allí se lleva su extraña cena, y allí se queda puesto que cada uno está en posesión de todos cuantos aparatos eléctricos, musicales, informáticos, etc. haya.  Hoy se desprecia, infravalora y elude, ese antiguo, extraordinario, eficiente,                 óptimo método para el desarrollo de la convivencia familiar. Y así va ello.

La segunda es la enseñanza en todas sus modalidades, escolar,  profesional y universitaria, y tanto en los textos y su contenido, como en lo necesario para el aprendizaje y su valoración. Hoy ya no consiste en aprender y saber, en manejar los textos concienzudamente, en aprobar los exámenes. Basta con la asistencia a unas clases donde se dan unos cursos con materias inferiores en cantidad y calidad a las de nuestra época. Es el no hace falta saber una cosa, siendo suficiente el tener un aparato donde se pueda consultar en un instante la duda al respecto. ¿Qué se gana sabiendo dónde está el Aconcagua o el río Yenisei con sus afluentes los Tunguskas?

Pero la educación, además del conocimiento que era importantísimo, consistía en algo más, en bastante más, y de ello, que quiero hablar porque es bien conocido de la mayoría de ustedes, amables lectores, y porque no deseo herir susceptibilidades. Pero sí he de decir que antes el saber se manifestaba ampliamente de muchas formas y a cual de ella más sencilla y agradable tanto para el poseedor como para los demás.

Quisiera, y tal vez debería  referirme también a los comportamientos sociales, que igualmente se han deteriorado y muchísimo, pero mejor será dejarlo para posterior ocasión.


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