Creo que una de las definiciones que habría para describir a los
seres humanos sería la de criaturas que, además de en otros entretenimientos,
pasan una enorme parte de su existencia cometiendo faltas, muchas de ellas las
más absurdas y peregrinas que imaginarse pueda. Claro está que no todos caen en
todas ni en las mismas, pero sí que hay algunas que tienen cogido buen acomodo
desde tiempo ha, y dentro de la enumeración de esos deslices los hay de una
mayor o menor importancia, y mucho más si se valoran tanto objetiva como
subjetivamente.
Haciendo
referencia a este último modo hay que reconocer que no es sólo que haya negligencias
o pecados, sino la inveterada costumbre que tenemos de hablar de ellos y, sobre
todo de su autor, pero curiosamente en este caso siempre, pero siempre, en
ausencia de este, sin recordar entre otras cosas aquella cita de que quien esté
libre de pecado tire la primera piedra, Juan (8: 1-7), que posteriormente dio
lugar a la perícopa de la adúltera, conocidísima, aun cuando no viene recogida expresamente
en los textos evangélicos.
De hecho está bien la explicación de la
esencia y la importancia de un pecado cuando ella se hace a quien lo desconoce
(pongamos por ejemplo a los menores en el colegio) para que de ese modo tenga
noción de en qué consiste, su importancia y los riesgos que se corren con su
comisión.
Pero lo que no es nada correcto es el estarse
un amplio rato describiéndolo minuciosamente, con el único fin de que la
audiencia nos exonere de él, al suponer que nunca estaríamos hablando así si
tuviésemos el hábito de cometerlo, que fuese un acto normal entre los nuestros.
Y todavía esto se podría llegar a considerar admisible. si lo que se
pretendiera con ello fuese buscar la aquiescencia de los otros reconociendo la
maldad del yerro, nuestra torpeza al realizar ese acto.
Es todavía muchísimo peor cuando al
describirlo se expone también, el momento, las circunstancias, etc., con pelos
y señales, de algún sucedido, pero sobre todo quién ha sido el autor del mismo,
De verdad que parece increíble que haya tantas personas que DISFRUTEN, y lo
pongo así, con mayúsculas, y que se regodeen pregonando un hecho de mala
reputación y diciendo a bombo y platillo el nombre de quien lo ha llevado a
cabo.
Quiero
aclarar que alguien se habrá extrañado de que lo que estoy escribiendo lo hago
en tercera persona lo cual tiene todos los caracteres de ser un egocéntrico,
pero quiero aclarar que hace ya muchísimo tiempo, una de las mejores personas
que he tenido la suerte de conocer, me explicó lo mismo que yo acabo de hacer
con ustedes y tanto me convenció, que me prometí a mí mismo, no cometer jamás
esa falta y creo haberlo cumplido.
En verdad todo lo que sucede en derredor de
esa acción es malo de solemnidad: se habla de un acto grosero, procaz,
tabernario, siempre de una manera radical y agresiva; en muchas ocasiones se
hace sin saber exactamente todas las condiciones bajo las que ha tenido lugar y
sin pensar que alguna de ellas puede haber sido atenuante o eximente de culpa;
y lo peor es que se hace público el nombre del ejecutor sin tener ninguna
consideración para él, y sin su presencia física, porque estoy seguro que en la
mayoría de los casos el parlanchín se quedaría más mudo que una estatua si el
“facineroso” estuviera asistente.
Así, y fijándonos un algo, veremos que se trata de juzgar sin clemencia un acto que ya ha sucedido, que no estamos en posesión de todas las condiciones por las que se dio, que su actor no está presente para poder intentar al menos alguna defensa y que de todo el grupo nada ni nadie sale con algún beneficio de la plática. Recomiendo al lector que, a este respecto, lea la corta narración “Sócrates y las tres rejas”, y comprenderá de inmediato que es mejor, mucho mejor entonces, quedarse absolutamente mudos ante el tema.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024