Opinión

A sus espaldas

Ramón Serrano García | Sábado, 22 de Enero del 2022
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Creo que una de las  definiciones que habría para describir a los seres humanos sería la de criaturas que, además de en otros entretenimientos, pasan una enorme parte de su existencia cometiendo faltas, muchas de ellas las más absurdas y peregrinas que imaginarse pueda. Claro está que no todos caen en todas ni en las mismas, pero sí que hay algunas que tienen cogido buen acomodo desde tiempo ha, y dentro de la enumeración de esos deslices los hay de una mayor o menor importancia, y mucho más si se valoran tanto objetiva como subjetivamente.

 Haciendo referencia a este último modo hay que reconocer que no es sólo que haya negligencias o pecados, sino la inveterada costumbre que tenemos de hablar de ellos y, sobre todo de su autor, pero curiosamente en este caso siempre, pero siempre, en ausencia de este, sin recordar entre otras cosas aquella cita de que quien esté libre de pecado tire la primera piedra, Juan (8: 1-7), que posteriormente dio lugar a la perícopa de la adúltera, conocidísima, aun cuando no viene recogida expresamente en los textos evangélicos.

De hecho está bien la explicación de la esencia y la importancia de un pecado cuando ella se hace a quien lo desconoce (pongamos por ejemplo a los menores en el colegio) para que de ese modo tenga noción de en qué consiste, su importancia y los riesgos que se corren con su comisión.

Pero lo que no es nada correcto es el estarse un amplio rato describiéndolo minuciosamente, con el único fin de que la audiencia nos exonere de él, al suponer que nunca estaríamos hablando así si tuviésemos el hábito de cometerlo, que fuese un acto normal entre los nuestros. Y todavía esto se podría llegar a considerar admisible. si lo que se pretendiera con ello fuese buscar la aquiescencia de los otros reconociendo la maldad del yerro, nuestra torpeza al realizar ese acto.

Es todavía muchísimo peor cuando al describirlo se expone también, el momento, las circunstancias, etc., con pelos y señales, de algún sucedido, pero sobre todo quién ha sido el autor del mismo, De verdad que parece increíble que haya tantas personas que DISFRUTEN, y lo pongo así, con mayúsculas, y que se regodeen pregonando un hecho de mala reputación y diciendo a bombo y platillo el nombre de quien lo ha llevado a cabo.

 Quiero aclarar que alguien se habrá extrañado de que lo que estoy escribiendo lo hago en tercera persona lo cual tiene todos los caracteres de ser un egocéntrico, pero quiero aclarar que hace ya muchísimo tiempo, una de las mejores personas que he tenido la suerte de conocer, me explicó lo mismo que yo acabo de hacer con ustedes y tanto me convenció, que me prometí a mí mismo, no cometer jamás esa falta y creo haberlo cumplido.

En verdad todo lo que sucede en derredor de esa acción es malo de solemnidad: se habla de un acto grosero, procaz, tabernario, siempre de una manera radical y agresiva; en muchas ocasiones se hace sin saber exactamente todas las condiciones bajo las que ha tenido lugar y sin pensar que alguna de ellas puede haber sido atenuante o eximente de culpa; y lo peor es que se hace público el nombre del ejecutor sin tener ninguna consideración para él, y sin su presencia física, porque estoy seguro que en la mayoría de los casos el parlanchín se quedaría más mudo que una estatua si el “facineroso” estuviera asistente.

Así, y fijándonos un algo, veremos que se trata de juzgar sin clemencia un acto que ya ha sucedido, que no estamos en posesión de todas las condiciones por las que se dio, que su actor no está presente para poder intentar al menos alguna defensa y que de todo el grupo nada ni nadie sale con algún beneficio de la plática. Recomiendo al lector que, a este respecto, lea la corta narración “Sócrates y las tres rejas”, y comprenderá de inmediato que es mejor, mucho mejor entonces, quedarse absolutamente mudos ante el tema.

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