Empedernido amante de las tradiciones de Tomelloso, Jesús revivió antiguos oficios, como el de esquilador, gañán o guarnicionero que pudo conocer en su entorno familiar. Cuidó mulas y otros animales durante toda su vida, otro síntoma claro de su enorme bondad con unos seres a los que entendió como nadie. Luego, la vida le llevó a ser marmolista y sus jefes y compañeros pueden dar fe de su gran valía y entrega.  Este periodista le hizo una entrevista hace menos de un año, con motivo de una Romería que no se pudo celebrar. “Aquí soy feliz, no necesito más”, dijo, refiriéndose al cercado donde guardaba sus mulas, ponía tachuelas sobre el cuero y tenía una cocinilla que fue escenario de numerosas reuniones familiares o de amigos en las que pegaba la hebra sobre la existencia. Jesús Andújar apareció con su sonrisilla pícara en ferias, carnavales, romerías, desfiles de San Antón y cualquier otra fiesta de guardar que exigía sacar su carro y sus mulas. Siempre impecables, en perfecto estado de revista. 

Tuvo un don especial para contar chistes y chascarrillos, antes del desenlace final los que le escuchaban ya habían estallado en mil  carcajadas porque era genial a la hora de caricaturizar cualquier situación, ambiente o circunstancia. Solo él podía ser capaz  de contar el chiste de la misa en gregoriano un millón de veces y provocar risas crecientes en los mismos oyentes. Dejó momentos para el recuerdo como aquella aparición en una destartalada bicicleta en el Teatro en una gala de los Canutthis. “¿Sabéis dónde se paga la zona azul por aquí?, fue la primera frase que pronunció para meterse al respetable en el bolsillo. Su duende de gracia y humor le llevaron derecho a los Canutthi donde fue siempre un referente y también en ese ocurrente trío de tomelloseros de pedigrí que formó con sus amigos del alma, Zoílo “Manteca” y Ángel “Canuto”. Precisamente, en la presentación de libro sobre las calles de este último se le vio y le sacó punta con su habitual sorna al grosor del libro. “Menos mal que no te ha dado por escribir la historia de las calles de Nueva York, Ángel”.

Dejó miles de momentos inolvidables como aquel regreso de Madrid en una excursión de los Canutthi en los que agarró el micrófono para hacer una memorable exhibición de chistes, cantos y anécdotas que se hubieran alargado en el caso de que el autobús hubiera llegado al mismo Algeciras. Su ingenio era inagotable como demostró en las bambalinas de un programa de la televisión autonómica, cuando Teresa Viejo llevó a la peña para saldar justas cuentas con uno de sus miembros. Daba la nota en carnavales y guateques con números de los más ocurrentes.   

Alegre, dicharachero, noble, tomellosero de pura cepa, genial,  muy amigo de sus amigos, trabajador, respetuoso con todos y siempre con el humor a flor de piel. Andará ya de jarana chistosa allá arriba al abrigo de la buena caldereta que va  preparando Alejandro Navarro, riéndose de las ocurrencias de Tito y con las risas de Carlitos Moya y Pedro Granados como telón de fondo. Menuda embajada tienen los Canuthis en las alturas. Salúdalos a todos, Jesús y que la tierra te sea leve.