Tengo alumnos a los que nunca
les he visto la boca. Me ocurre con los que son nuevos. También con los que ya
conocía del curso pasado. Las de los anteriores, que asisten a mis clases desde
hace tres años, sí las vi. Hasta marzo del veinte.
De este último grupo sucede
que, si pienso en alguno de los que ya abandonaron el IES, puedo recordar su
cara completa, pero no ocurre lo mismo con los que veo, a diario, en el aula.
Si cierro los ojos tratando de visualizarlos, las bocas no están.
La faz de alguien a quien
vemos asiduamente pertenece a nuestra memoria y, de esa manera, es pública. Por
eso las bocas, ahora, son privadas. No podemos reconocer casi ninguna de ellas
y cuando algún estudiante, de manera ocasional, se ha bajado la mascarilla para
tomar un sorbo de agua, podría haber aparecido cualquier boca sin que yo me
extrañara por ello.
El efecto será más intenso en
los niños pequeños. Los padres tienen boca. Los extraños, no. En consecuencia,
los desconocidos llevan mascarilla. Resulta horrible ser consciente de que casi
todos lo son. Eres un extraño. Por eso no te toco ni se me ocurre acercarme a
ti. Tampoco te mostraré mi boca.
Me he dado cuenta de que, en
el trabajo, casi todos somos desconocidos. En realidad, ya lo éramos. Tengo
compañeros a los que no les veo la boca desde hace veinticuatro meses. No he
encontrado manera más contundente de saber quién fue siempre un extraño. Ahora
es fácil identificarnos como tal, pues llevamos mascarilla cuando tenemos algo
que decirnos.
¿Cómo se soporta eso? ¿Quién es capaz de hacer frente a una evidencia tan grosera? Hasta el tres del veinte, yo podía sonreír a alguien ajeno a mi vida. Incluso, dar una palmada en la espalda, simular una ficción absolutamente necesaria para sobrevivir lejos de casa, durante horas, en una clase, en la sala de profesores, en el patio, justo al lado de la máquina del café.
No sólo los políticos parecen
haber perdido las formas más elementales. Por mucho que aprueben textos legales
que, a posteriori, resultan ser inconstitucionales. O que incluyan, en sus disposiciones
adicionales, toda suerte de medidas tan distintas y heterogéneas que no sabe
uno a priori con qué extensión contará el título.
Los políticos sólo son una versión avanzada de nosotros mismos que ha sabido interpretar la realidad que nos rodea, indecente y desconsiderada. Una realidad que nos ha colocado en una posición inflexible, despojándonos de las excusas que nos permitían vivir en sociedad y apreciarnos los unos a los otros. Nos han quitado las bocas.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos).
Escribe relatos en su blog Marlentina. Twitter: @ramonCastroPer2
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Viernes, 21 de Marzo del 2025
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