Corría el año de
gracia de 1513. Aquel día había amanecido gris. Unas espesas nubes cruzaban el
firmamento. Los dos alcaldes de Argamasilla de Alba pensaron que, a las
naturales inclemencias de los cielos, se unían otros muchos sinsabores, pues
ante ellos estaba un veredero de la Santa Inquisición con un despacho del
Tribunal de Toledo.
Al principio, los
dos hombres, apesadumbrados, no osaban
abrir el sello de lacre que cerraba el papel. Al fin, uno de ellos, con
determinación, rompió el borde del
contraste y entregando el escrito a su homónimo en el cargo le instó a su
lectura: el papel les urgía a detener a Consolación García, una de las vecinas
del lugar, por bruja y hechicera.
Sin pasar a
sopesar la detención ni las causas que la originaban, ambos, al unísono,
llamaron a los Alguaciles del Concejo para que ejecutasen la orden. Mientras
los Alguaciles realizaban su cometido leyeron las acusaciones. Según se deducía
de lo narrado en el papel, Consolación realizaba, entre otros, un conjuro
contra la enfermedad llamada rosa
ponzoñosa, la cual tenía pena de cárcel (algunos expertos opinan podía ser
la eripsela, sin embargo existen controversias sobre la verdadera identidad de
la citada enfermedad).
También se
enteraron sobre el hecho de que, aquel caso, era el primero que sobre brujería
juzgaba el Tribunal de Toledo, que había sido creado en 1485.
Las penas sobre
hechicería impuestas por la Inquisición los alcaldes sabían, por haberlo oído
en la Gobernación de Alcázar de San Juan, que en los más graves eran: 200
azotes y destierro de 10 años. Asimismo,
había penas de 100 azotes y 5 años de destierro. Aunque los casos
generales eran destierro de uno o dos años y tenerlas recogidas en la Cárcel de
Penitencia o Casas de Recogidas, de las que diariamente debían salir a buscarse
el sustento y volver por la noche.
Otras cuestiones
relativas a las llamadas artes mágicas en la Mancha ya habían sido tratadas en
las reuniones del Concejo, pues casi todos los Regidores creían en el llamado
mal de ojo; sobre todo el de los niños. (El nombre se deriva del poder que, al
parecer, tenían o tienen determinadas personas sobre sus semejantes, y que en
los tiempos que decimos se alargaba a las mujeres que tenían la regla).
De este modo, los priostes locales, estaban enterados que el mal era tratado con
las gotas de aceite en el vaso de agua. (Se echaban varias gotas de aceite en
un vaso con el dedo menor de la mano derecha. Si se iban al fondo estaban
posesionados. Si flotaban no). Seguidamente las desaojadoras de Argamasilla rezaban la oración y pesaban al niño.
Igual peso debía alcanzar en la romana el torvisco (mata de flores blanquecina
y fruto en baya cuya corteza sirve para cauterios). Una vez hecho lo segundo el
torvisco era echado al tejado de la vivienda. Si al cabo de poco tiempo la
planta se había secado se consideraba que el mal de ojo era seco y el niño
tenía pocas posibilidades de vivir. Si por el contrario florecía o reverdecía,
la curación era casi segura. Para combatir el mal de ojo en los niños, los
alcaldes y las demás gentes del pueblo, cuando se cruzaban con otras personas
decían, por ser el método más seguro: Dios te bendiga.
Aunque los
Oficiales del concejo tenían preocupación por estos temas, sin embargo, la
inquietud mayor radicaba en las saludadoras y saludadores. Estas personas
decían tener gracia. Curaban de la rabia principalmente. Sus actividades
preocupaban a los responsables del Ayuntamiento, porque estaba en contra de
esta práctica la misma Iglesia, la cual tenía sus propios ritos para curar el
citado mal.
Los métodos
empleados por la Iglesia consistían en llevar a la persona enferma ante el
sacerdote. Éste la esperaba revestido con sobrepelliz y estola y pertrechado
con una cruz y agua bendita. Una vez el enfermo llegaba, el sacerdote rociaba
la herida con aceite bendito mientras
hacía una cruz. Luego, recitando un conjuro, tomaba un poco de pan y sal. Con
un cuchillo hacía tres cruces sobre el pan y la sal, y con el aceite sobre el
pan. Finalmente rociaban al enfermo con agua bendita.
Al margen de los
conjuros, los mandamases locales tenían por averiguado que el pueblo acudía a
los saludadores a la menor ocasión. Éstos eran legión, pululaban por los
caminos ejerciendo su arte: la gente decía que el fuego los respetaba, siendo muchos los que demostraban su poder ante los
Tribunales de la Inquisición.
También las
autoridades hacían la vista gorda ante ellos, porque este curanderismo puesto
al servicio de la salud era muy socorrido, debido a la nula o poca existencia
de médicos. A pesar de lo anterior, por esos años, se había creado el llamado
Protomedicato, promulgando, asimismo, disposiciones que habían reprimido las
actividades de los curanderos.
Por otro lado, las
leyes civiles, permitían ejercer a los ensalmadores. Éstos curaban por medio de
oraciones y medicamentos arbitrarios. Ya en 1477 los mismos Reyes Católicos los
equipararon a físicos, cirujanos y boticarios.
Lo que desde luego
suscitó controversias en el Concejo y en toda la vecindad, fue el caso de una
joven natural de Alcázar de San Juan, la cual se había casado con Pascual
López, un vecino de la localidad.
La citada joven,
el día que se casó, fue obsequiada por su único hermano con una torta de candeal pintada con buen pringue.
Nada más comerla la novia se puso enferma. Como el malestar seguía, la mujer acudió a una
curandera que al reconocerla le dijo había sido hechizada por algo que había
comido.
Como no recibiera
solución al problema, la chica visitó a otra mujer la cual mandó a la enferma
varios sahumerios que aliviaron un poco a la paciente. Pero como persistiese la
dolencia, la joven hubo de desplazarse hasta Campo de Criptana, donde fue
tratada por otra curandera a base de hechizos en los que mezclaba cuerno de
venado y de cabrón. Tampoco obtuvo la enferma resultado positivo.
De nuevo se
buscaron remedios fuera de la población. Así los recién casados acudieron a
Tomelloso, resultando de la consulta el mismo diagnóstico.
Al fin llegaron al
convencimiento que la culpa, según les habían informado las curanderas consultadas,
provenía del hermano de la recién casada, el cual no deseaba se verificase la
boda de su hermana por no repartir con ella la hacienda de la joven, que
anteriormente administraba.
También salieron
informados de que la hechizada torta, valía para varias causas, dependiendo de
las recitaciones que se hacían al cocerla. La que Magdalena había comido estaba
compuesta con pan molido puesto en un puchero con miel y especias de clavo y
canela. Posteriormente en otro puchero de barro echaron unas abubillas a cocer,
y cuando estaban bien cocidas las trituraron hasta reducir sus huesos a polvo
fino. Todo esto lo mezclaron con lo cocido en el primer puchero, removiéndolo
durante horas, mientras se recitaban hechicerías.
Casos parecidos al
anterior hicieron mella en la vecindad,
pues la convivencia con estas cuestiones era habitual, aunque con el tiempo
aumentaron.
Lo que aquéllos
alcaldes no llegaron a imaginar fue que en el s. XVIII, la Inquisición de
Toledo recibió información de las numerosas prácticas hechiceriles de diversos pueblos del Priorato de San Juan, entre
ellos, Argamasilla. Así, al Párroco se le ordenó proclamar en la Iglesia
Parroquial un Edicto y anatema en contra de las mismas. Sucesos que
explicaremos en otra ocasión.
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