Opinión

La brujería y el curanderismo en La Mancha del XVI al XVIII

Pilar Serrano de Menchén | Jueves, 24 de Febrero del 2022
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Corría el año de gracia de 1513. Aquel día había amanecido gris. Unas espesas nubes cruzaban el firmamento. Los dos alcaldes de Argamasilla de Alba pensaron que, a las naturales inclemencias de los cielos, se unían otros muchos sinsabores, pues ante ellos estaba un veredero de la Santa Inquisición con un despacho del Tribunal de Toledo.

Al principio, los dos hombres, apesadumbrados,  no osaban abrir el sello de lacre que cerraba el papel. Al fin, uno de ellos, con determinación,  rompió el borde del contraste y entregando el escrito a su homónimo en el cargo le instó a su lectura: el papel les urgía a detener a Consolación García, una de las vecinas del lugar, por bruja y hechicera.

Sin pasar a sopesar la detención ni las causas que la originaban, ambos, al unísono, llamaron a los Alguaciles del Concejo para que ejecutasen la orden. Mientras los Alguaciles realizaban su cometido leyeron las acusaciones. Según se deducía de lo narrado en el papel, Consolación realizaba, entre otros, un conjuro contra la enfermedad llamada rosa ponzoñosa, la cual tenía pena de cárcel (algunos expertos opinan podía ser la eripsela, sin embargo existen controversias sobre la verdadera identidad de la citada enfermedad).

También se enteraron sobre el hecho de que, aquel caso, era el primero que sobre brujería juzgaba el Tribunal de Toledo, que había sido creado en 1485.

Las penas sobre hechicería impuestas por la Inquisición los alcaldes sabían, por haberlo oído en la Gobernación de Alcázar de San Juan, que en los más graves eran: 200 azotes y destierro de 10 años. Asimismo,  había penas de 100 azotes y 5 años de destierro. Aunque los casos generales eran destierro de uno o dos años y tenerlas recogidas en la Cárcel de Penitencia o Casas de Recogidas, de las que diariamente debían salir a buscarse el sustento y volver por la noche.

Otras cuestiones relativas a las llamadas artes mágicas en la Mancha ya habían sido tratadas en las reuniones del Concejo, pues casi todos los Regidores creían en el llamado mal de ojo; sobre todo el de los niños. (El nombre se deriva del poder que, al parecer, tenían o tienen determinadas personas sobre sus semejantes, y que en los tiempos que decimos se alargaba a las mujeres que tenían la regla).

De este modo,  los priostes locales,  estaban enterados que el mal era tratado con las gotas de aceite en el vaso de agua. (Se echaban varias gotas de aceite en un vaso con el dedo menor de la mano derecha. Si se iban al fondo estaban posesionados. Si flotaban no). Seguidamente las desaojadoras de Argamasilla rezaban la oración y pesaban al niño. Igual peso debía alcanzar en la romana el torvisco (mata de flores blanquecina y fruto en baya cuya corteza sirve para cauterios). Una vez hecho lo segundo el torvisco era echado al tejado de la vivienda. Si al cabo de poco tiempo la planta se había secado se consideraba que el mal de ojo era seco y el niño tenía pocas posibilidades de vivir. Si por el contrario florecía o reverdecía, la curación era casi segura. Para combatir el mal de ojo en los niños, los alcaldes y las demás gentes del pueblo, cuando se cruzaban con otras personas decían, por ser el  método  más seguro: Dios te bendiga.

Aunque los Oficiales del concejo tenían preocupación por estos temas, sin embargo, la inquietud mayor radicaba en las saludadoras y saludadores. Estas personas decían tener gracia. Curaban de la rabia principalmente. Sus actividades preocupaban a los responsables del Ayuntamiento, porque estaba en contra de esta práctica la misma Iglesia, la cual tenía sus propios ritos para curar el citado mal.   

Los métodos empleados por la Iglesia consistían en llevar a la persona enferma ante el sacerdote. Éste la esperaba revestido con sobrepelliz y estola y pertrechado con una cruz y agua bendita. Una vez el enfermo llegaba, el sacerdote rociaba la herida con aceite bendito  mientras hacía una cruz. Luego, recitando un conjuro, tomaba un poco de pan y sal. Con un cuchillo hacía tres cruces sobre el pan y la sal, y con el aceite sobre el pan. Finalmente rociaban al enfermo con agua bendita.

Al margen de los conjuros, los mandamases locales tenían por averiguado que el pueblo acudía a los saludadores a la menor ocasión. Éstos eran legión, pululaban por los caminos ejerciendo su arte: la gente decía que el fuego los respetaba, siendo  muchos los que demostraban su poder ante los Tribunales de la Inquisición.

También las autoridades hacían la vista gorda ante ellos, porque este curanderismo puesto al servicio de la salud era muy socorrido, debido a la nula o poca existencia de médicos. A pesar de lo anterior, por esos años, se había creado el llamado Protomedicato, promulgando, asimismo, disposiciones que habían reprimido las actividades de los curanderos.

Por otro lado, las leyes civiles, permitían ejercer a los ensalmadores. Éstos curaban por medio de oraciones y medicamentos arbitrarios. Ya en 1477 los mismos Reyes Católicos los equipararon a físicos, cirujanos y boticarios.

Lo que desde luego suscitó controversias en el Concejo y en toda la vecindad, fue el caso de una joven natural de Alcázar de San Juan, la cual se había casado con Pascual López, un vecino de la localidad.

La citada joven, el día que se casó, fue obsequiada por su único hermano con una torta de candeal pintada con buen pringue. Nada más comerla la novia se puso enferma. Como el  malestar seguía, la mujer acudió a una curandera que al reconocerla le dijo había sido hechizada por algo que había comido.

Como no recibiera solución al problema, la chica visitó a otra mujer la cual mandó a la enferma varios sahumerios que aliviaron un poco a la paciente. Pero como persistiese la dolencia, la joven hubo de desplazarse hasta Campo de Criptana, donde fue tratada por otra curandera a base de hechizos en los que mezclaba cuerno de venado y de cabrón. Tampoco obtuvo la enferma resultado positivo.

De nuevo se buscaron remedios fuera de la población. Así los recién casados acudieron a Tomelloso, resultando de la consulta el mismo diagnóstico.

Al fin llegaron al convencimiento que la culpa, según les habían informado las curanderas consultadas, provenía del hermano de la recién casada, el cual no deseaba se verificase la boda de su hermana por no repartir con ella la hacienda de la joven, que anteriormente administraba.

También salieron informados de que la hechizada torta, valía para varias causas, dependiendo de las recitaciones que se hacían al cocerla. La que Magdalena había comido estaba compuesta con pan molido puesto en un puchero con miel y especias de clavo y canela. Posteriormente en otro puchero de barro echaron unas abubillas a cocer, y cuando estaban bien cocidas las trituraron hasta reducir sus huesos a polvo fino. Todo esto lo mezclaron con lo cocido en el primer puchero, removiéndolo durante horas, mientras se recitaban hechicerías.

Casos parecidos al anterior hicieron  mella en la vecindad, pues la convivencia con estas cuestiones era habitual, aunque con el tiempo aumentaron.

Lo que aquéllos alcaldes no llegaron a imaginar fue que en el s. XVIII, la Inquisición de Toledo recibió información de las numerosas prácticas hechiceriles de diversos pueblos del Priorato de San Juan, entre ellos, Argamasilla. Así, al Párroco se le ordenó proclamar en la Iglesia Parroquial un Edicto y anatema en contra de las mismas. Sucesos que explicaremos en otra ocasión.   

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