Opinión

Melones de Tomelloso en Guipuzcoa

Juan José Sánchez Ondal | Jueves, 3 de Marzo del 2022
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Eliseo, Eliseo Rascón Escalada,  fue, con Ramón Serrano García, en cuanto que vecinos del barrio del Carmen, los primeros conocidos y amigos que tuve en Tomelloso.

No puedo ocultar aquí, que Eliseo fue mi maestro de ajedrez. Ya experto en el juego de las damas -las del tablero, me refiero- le regalaron unas fichas de ajedrez y le explicaron los rudimentos del intrincado juego. Me invitó a compartirlo y tras enseñarme el movimiento de cada una de las piezas, iniciamos partida. Tras unos incruentos movimientos de peones, por algún imprevisto conducto diagonal, me comió, con su negra reina, el peón que defendía mi torre del flanco derecho y, como en el juego de las damas, seguidamente, sin interrupción y de corrido, mi torre, mi caballo, mi alfil, mi reina y, tras lanzar un más que aviso, grito de triunfo, ¡Jaque, mate!, mi rey, con lo que dio por terminada y ganada la partida. No habrían transcurrido más de dos minutos. Yo que tenía entendido que las contiendas de ese juego duraban, a veces,  horas, quedé extrañado de tan pronto final y así se lo expuse y él, también, un tanto perplejo, quedó en consultarlo.

Luego, con Eliseo, compañero de curso, compartí aulas durante tres años en el colegio Sto. Tomás de Aquino.

Éramos vecinos de la plaza del Carmen; nuestros domicilios enfrentados. El mío en los soportales, el suyo, frontero, en las casas con un jardincito delante, donde habitaba su madre,  doña Hortensia, comadrona, que ayudó a venir al mundo a tantos tomelloseros. Terminado el bachillerato, pronto comenzó a compatibilizar el trabajo en la Papelera española con los estudios, trasladándose, por razón del primero,  a Tolosa y cursando los nada fáciles segundos de  Peritaje industrial en La Bella Easo.

Seguimos en contacto los primeros años de estancia en Madrid, pero le perdí la pista durante mucho tiempo, aunque tuve noticias indirectas suyas. Hace no  muchos años nos reencontramos con esa confianza, familiaridad y afecto de las verdaderas amistades de adolescencia, que anudan y reanudan el trato como si los lustros de ausencia transcurridos hubieran sido horas. Trato, desgraciadamente interrumpido, en cuanto a la presencia física, por la pandemia, aunque mantenido telefónicamente, pues Eliseo no es partícipe de eso que denominan “redes  sociales”.

 Viene todo esto a cuento de que el otro día me llamó para contarme que había leído en este periódico mi artículo “Tomelloso y  el censo a primeras cepas” en el que hablaba de la laboriosidad de los tomelloseros, de la curiosa circunstancia de que entre sus naturales no había ni pobres ni borrachos y de cómo el esfuerzo, el sacrificio, el ahorro y la inversión en tierras para plantar viña, transformaba al joven bracero en viticultor mediante el procedimiento de los censos a primeras cepas. Y me contaba una anécdota personal que enlaza perfectamente con todo ello, a pesar del tiempo que había transcurrido entre lo contado en mi artículo y su vivencia. Anécdota que le insté a que la hiciera pública, pero que renunció, delegando en mí esa tarea, que trato de cumplir aunque sin su viveza y detalle.

Me comentaba la verdad de que en Tomelloso, siendo el lugar con más producción de vino de España, no había borrachos, en tanto que en  Tolosa,  en donde residió cerca de veinte años, no faltaban éstos y por su aspecto de venillas dilatadas en el rostro, solían decir de ellos que llevaban impreso en la cara el mapa de La Rioja.

Residía Eliseo, como he dicho, en Tolosa;  compatibilizaba el trabajo en la empresa papelera con los últimos años de estudio ingenieril en San Sebastián a la que, cansado de trasladarse en el ferrocarril de aquella RENFE, comenzó a hacerlo en un Gordini de segunda mano que adquirió. Seria, por tanto,  en los años de la sexta decena del pasado siglo.  Era verano y en una zona despejada junto  la carretera, hacia mitad del camino,  a la altura del municipio  de  Andoain,  le llamaba la atención  un camión allí estacionado que ofrecía su mercancía a los viandantes. Una tarde, de vuelta hacia su domicilio, no resistió la tentación de parar y comprar un par de ejemplares de aquellos frutos que no se daban por la zona: melones y sandías. Al frente un joven, aproximadamente de su edad, que se ofreció solícito a atenderle.

-Son los mejores melones, melones chinos y de agua, que puede usted comer en España.  Además a cata y cala, le saludó el vendedor.

Lo de los melones chinos, llamar a  las sandías melones de agua, la bluseja de rayas y el pañuelo de yerbas que vestía, le recordó las denominaciones de estos frutos en Tomelloso,   y los asesinatos de meloneros  en “Los carros vacios”, la novela  del que fuera su profesor de literatura, don Francisco García Pavón,  por lo que le preguntó de dónde eran.

-De Tomelloso, en la provincia de Ciudad Real, le respondió el chico.

“Te puedes imaginar la agradable sorpresa que me llevé [me decía Eliseo].  Sabía que por aquellas tierras no se daban melones y que debían ser de tierras más secas, pero, en modo alguno, pude imaginar que fueran, precisamente, de Tomelloso, un sitio distante casi seiscientos kilómetros. Comenzamos a hablar, me identifiqué como hijo de doña Hortensia, a la que conocía de referencias, y charlamos de una y mil cosas y de comunes conocimientos. Me ensalzó los melones y las sandías de Tomelloso, me habló de su cultivo y le recordé,  la frase,  sin duda de origen de meloneros,  que allí usábamos, para calificar algún producto, e incluso a alguna persona, de malos: “¡No me guardes las pepitas!”. Me contó que pasaba allí en los veranos un par de meses, viviendo en el camión; que un hermano, cuando la carga disminuía le aprovisionaba con más mercancía, y que con lo que ganara  pretendía comprar un par de fanegas de viña y seguir con el negocio unos cuantos años hasta conseguir su máxima aspiración: pasar las tardes en el casino fumándose un purete. Quiso regalarme el melón y  la sandía que había elegido, lo que no admití,  y cuando los había cargado en el maletero del  coche, dispuesto a despedirme y reanudar la  marcha,   ya en plan campechano, me sorprendió con la pregunta:

-¿Y tú, qué, trabajando por aquí para sacarte unos duros y comprar allí una viñeja?

Y es que como decía García Pavón,  en Tomelloso es complicado encontrar una familia que no proceda de la cepa.

Madrid, 2 de marzo de 2022.

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