La cueva se encuentra en un inmueble que la familia utiliza para celebraciones y reuniones y familiares. La misma rejilla que tapa la entrada a la cueva nos indica que todos los detalles se han cuidado al máximo en esta honda construcción que alcanza los diez metros de altura y alberga diez tinajas de quinientas arrobas de capacidad cada una. Las paredes, tal y como las dejaron las picadores, están encaladas y no presentan ningún desprendimiento. Los propietarios han colocado varios puntos de luz blanca que permiten ver todos los detalles de la cueva que se construyó en los años cuarenta. En ella se elaboró vino hasta finales de los setenta.  Las tinajas, separados por unos rabos estriados, fueron construidas por José María Díaz Benito.

Estamos en una zona de mucha tosca y los picadores no lo debieron tener nada fácil porque las capas de tosca, es decir, de lo duro, aparecen en varias ocasiones. Vamos viendo el pocillo, el pozo del orujo, la lumbrera con desgarre trapezoidal que desemboca en el patio de la casa. Nos llama la atención el impecable balaustre, pintado en  verde y blanco, de forma octogonal.

La cueva estuvo algunos años lodada de escombros por la obra de arriba, pero Luis se puso manos a la obra para limpiarla y rehabilitarla. “Nos dolía que una cosa tan típica de nuestro pueblo se abandonara. Se han perdido muchas cuevas en nuestro pueblo, se condenaron por obras o porque simplemente pasaron al olvido. Nosotros quisimos conservarla”.

Desde abajo se contempla la largura de la escalera y disfrutamos de la agradable temperatura en torno a los catorce grados. No presenta ningún síntoma de humedad. “Aquí bares y haces polvo”, apunta jocoso José María Díaz, acompañante del, periodista junto a la arquitecta, Ana Palacios.

La altura de  las tinajas era lo que marcaba la altura de la cueva, explica Díaz. “Pero los picadores tuvieron mucho trabajo porque debajo de la primera capa de tosca aparecen otras, con lo que emplearían mucho tiempo en hacerla. Por ese motivo los picadores se metían más hondo buscando las capas más blandas con el fin de aligerar la carga de trabajo”. “No hay que olvidar que se hacían a pico, con la ayuda de las terreras. Años después utilizaban barrenos, pero eso fue mucho después”, apunta Luis. A la reunión se incorporará también Antonio, el yerno del matrimonio, que también nos confiesa su pasión por todo lo que tenga que ver con las tradiciones de Tomelloso.

Encarna nos pide que nos hagamos unas fotos y muestra su cueva con emoción. Cuando subimos al patio  encontramos la imagen de la Virgen de las Viñas en unos azulejos y justo al lado hay fotografías de la familia en la cueva. Nos enseña también la cocinilla que tantas reuniones familiares ha albergado y las que quedan. Al final  nos obsequia con un vino de la tierra y unos aperitivos exquisitos. Alargamos la conversación hasta donde el tiempo nos permite con estas gentes de bien que reflejan el espíritu noble y hospitalario del tomellosero.