La soberbia actuación bien puede ir en memoria del maestro Juan Diego, fallecido días atrás, y al que todos recordamos en su formidable papel de señorito Iván  en la película de Mario Camus estrenada en 1984, junto a otros grandes de la escena que ya nos dejaron como Alfredo Landa, Paco Rabal, Terele Pávez, Agustín González, Agata Lys o Mari Carrillo. La larga ovación final que obligó a los actores a saludar hasta en cuatro ocasiones premió un impecable trabajo de casi dos horas.

Muchos de los espectadores, que habían leído el libro y visto la película, inevitablemente habrán comparado y el balance entre cine, literatura y teatro sale muy equilibrado. Son muchos los personajes protagonistas en una maravillosa obra que denuncia el régimen de explotación casi feudal que soporta una humilde familia en un cortijo de la Extremadura desigual de los años sesenta, un retrato de esa dura España rural que uno de los personaje trata infructuosamente de cuestionar. Quizá el teatro muestra todavía con mayor crudeza las vejaciones y humillaciones que tienen que soportar los que casi nada tienen.

 Luis Bermejo que encarna al entrañable Azarías firma maravilloso papel. Paco Rabal lo bordó en el cine y fue merecedor de un premio en el Festival de Cannes, pero no le va a la zaga Luis a la hora de dar vida a un personaje que representa los valores de una infinita bondad y graciosa ingenuidad que chocan con la realidad de la vida que va por otros derroteros. Inmensos también Javier Gutiérrez y Pepa Pedroche como Paco El Bajo y Régula, matrimonio de vida dura que se contrapone a la vida placentera del señorito Iván, magistralmente representado también por Jacobo Dicenta que casi todo lo soluciona a base de ironía, humillaciones y un lenguaje lleno de tacos. El resto de actores acompañan con nota alta para componer una gran obra.

El buen trabajo de los actores se ve acompañado de unos cuidados efectos de iluminación y sonido, llamando la atención el movimiento de los pájaros en el cielo del escenario. Los destellos musicales que aparecen ayudan a ir moldeando la esencia de la obra y en el fondo del escenario aparecen tres simbólicas puertas que vienen a representar las desigualdades sociales. Todos los detalles están cuidados al máximo. 

El libro es una obra maestra, la película también y la obra de teatro es una adaptación magnífica. Desde algún lugar la habrán visto el gran Miguel Delibes y el maestro Juan Diego y, seguro, habrán quedado encantados; como el publico que casi llenó el Marcelo Grande en otra inolvidable tarde de buen  teatro.