Opinión

Perder la cabeza

Rafael Toledo Díaz | Miércoles, 1 de Junio del 2022
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Uf... Menos mal que he salido airoso del atolladero. Les cuento: Resulta que el otro día me encontré con una ex-compañera de trabajo que hacía mucho tiempo que no había visto. El caso es que ya no me acordaba de su nombre y por más que rebusqué en la memoria, no era capaz de encontrarlo, así que en todo momento traté de evitarlo en la conversación y, a la vez, procurar que no lo notase entablando un diálogo acorde con la circunstancia; y como el charloteo fue banal, creo que conseguí aparentar normalidad en el encuentro.

Este trance ya me ha ocurrido varias veces y en situaciones parecidas. No sé cómo me las apaño pero me bloqueo, pero menos mal que tiro de recursos y disimulo llevando el discurso por otros derroteros. Pero no, no me quedo tranquilo y después me lío a tabarrear y darle vueltas hasta que consigo acordarme, pero eso sucede más tarde y detrás de un esfuerzo de memoria importante.

Como me sucede con frecuencia, he buscado un recurso para solventar esos momentos comprometidos. Así, he vinculado ciertos nombres con personajes notables que están en el candelero y suelen ser habituales de informativos o noticias. Por ejemplo, tengo un conocido que se llama Felipe, por lo tanto, lo asocio al rey actual; y para Julio es otra cosa porque tengo varios camaradas que se llaman así, pero bueno, me las apaño para diferenciarlos; y a alguna amiga la relaciono con cantantes conocidas y de esta manera voy solventando mis fallos de memoria.

El otro día le expresaba a mi vecina Ramona mi preocupación por esta cabeza de chorlito que tengo, porque estos episodios empiezan a repetirse con frecuencia. Sin embargo le quitó importancia y me dijo que a ella también le pasa, es más, lo tiene peor porque como es muy de poner motes debe tener más tiento. Pero vamos, que Ramona no atasca y cuando de algo no se acuerda, vuelve a ponerles un nuevo alias o, descaradamente, les pregunta el nombre fingiendo un despiste casual. Para concluir, me relata que, aunque es muy "Almodovariana", tiene una pesadilla con la actriz Julieta Serrano porque cuando la ve en la tele, nunca se acuerda del nombre a pesar de que le encanta.

Así que me he quedado más tranquilo. Además, echando un vistazo a la genética familiar, no hay demasiados casos de Alzheimer ni demencias, si acaso algunos un poco tercos y otros que están un poco bombos, pero vamos, lo normal.

Sin embargo, no quería enfocar yo el tema por ahí. Les detallo que, cuando me confirmaron mis colegas de El Globosonda el tema para este mes, pensé de forma casquivana en el clásico del "Puma", ya saben "Voy a perder la cabeza por tu amor". Pero vamos, que inmediatamente rechacé la idea porque, además, ya pasa uno de esos menesteres del ligoteo a pesar de los rancios programas de televisión sobre el asunto.

Yo quería enfocarlo más en alterar el rumbo, hacer tabla rasa, cambiar drásticamente de vida, salir de la rutina, dejarse llevar por el instinto o la intuición, romper con el pasado, en definitiva, hacer locuras que en otro momento no hemos sido capaces de afrontar.

Se me ocurre perder la chola y embarcarme en un velero para dar la vuelta al mundo, o mejor, rebajar un poco las pretensiones e irme a vivir a un pueblo de la España vaciada, criar gallinas pero dejar de comer carne y después, lanzarme en parapente. Y sobre todo, dejar a un lado el fingimiento y la autocensura y expresar lo que pienso sin temor a las etiquetas y la represalia social.


De cualquier manera, la realidad se impone en mi conducta porque siempre trato de eludir la utopía y no perder la razón, es decir, mi pragmatismo atempera mis emociones y consigue que anteponga la cabeza frente al corazón en la mayoría de las ocasiones, sobre todo, cuando el dilema me plantea renunciar al sentido común.

Pero volvamos a lo trivial, reconozco que me produce una gran satisfacción cuando, detrás de sueños y noches de insomnio, atino con mi búsqueda en los recovecos del hipocampo, allí en alguna neurona o pliegue del cerebro están ocultos los nombres de estos míticos actores americanos admirados por mis parientes. Encontrar, después de un largo ejercicio de memoria a Richard Widmark o al vaquero fortachón que fue John Wayne, me genera un regocijo que refleja mi sonrisa. Pero además, comparto con mi paisano Francisco Nieva el título de una obra menor suya que se titula "Es bueno no tener cabeza".

Así que tirando de osadía, pierdo la cabeza escribiendo y castellanizando a lo bestia los nombres de estos famosos actores americanos. Ante el tesón y el éxito de mi búsqueda, voy corriendo a la cocina y le digo a mi santa: ¡Ya, ya los he encontrado! son Richargüirmar y Jonvaine que decía tu padre. 

 

Globosonda: Texto para la Caja Negra del mes de junio del 2022

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