A veces Hilario antepone al poema
consideraciones que ayudan a entender el estado de ánimo en el que estaba al
escribirlo. Y es curioso, en general, la
claridad de ideas y la congruencia del estado descrito con lo escrito. Cierto que en otros,
generalmente en los que no nos da esa previa información, nos sume en la duda
de si su estado es de exaltada lucidez o de enajenación, duda, por otra parte, difícil de discernir en un poeta.
He ido entresacando y agrupando los
poemas del cuaderno de Hilario según la temática. Están en él desordenados; hay
multitud sobre el mismo tema con una u otra extensión, con uno u otro enfoque.
Daré a conocer los que, a mi entender, expresan con más claridad el tema de su
preocupación, el lugar, el momento, su circunstancia. Antes transcribo esta
nota:
“Esta tarde ha venido Bernardo, el
cartero, a traer la correspondencia de
la Casa. Viene cada dos o tres días. Cada dos o tres tardes. Cuando estoy
despejado y no va con prisas, suelo charlar con él. Bromeamos retándonos a ver
quién falla en recordar los pueblos de España que a él le exigieron en el
examen para entrar en Correos y yo los aprendí con doña Emilia en la escuela.
Hoy ha empezado con Cuenca, Belmonte, Montilla, Tarancón, Uclés, Cañete, para
que yo terminara con San Clemebte, Minglanilla, Priego, Almodovar y Huete.
Otras veces soy yo el que comienzo y raramente fallamos, aunque a veces no
coinciden exactamente nuestras fuentes y cambia algún pueblo, pero dentro de la provincia a que pertenecen.
Algunos le esperan con la ilusión de
recibir noticias; yo sólo tengo cartas del banco en que me ingresan la pensión,
con el abono y el inmediato cargo del pupilaje en esta casa. Toda correspondencia, a nombre de quien
venga, la recibe el “Ogro”, la abre y la lee. Aquí no cabe intimidad alguna,
por eso yo no escribo, aunque tampoco tengo nadie a quien escribir. A mi
sobrina nada tengo que decirle. Lo que tenía ya se lo he escrito en mi última
voluntad. A la única a quien escribiría no sé de su destino. Quedan aquí mis
sentimientos, las cartas en el cuaderno, muertas, en forma de poemas, de
reflexiones que nunca llegarán a su destinataria. Aquí mis quejas. Aquí
también, a ella, mis gracias por haberme enseñado qué es la felicidad, la
ilusión, el amor; cómo todo tiene final, menos este dolor, esta locura de
sentirse, de pronto, abandonado. Pero me drena el malestar esta escritura, en
especial, el recordar las tardes con Adalia.”
En efecto, son las tardes las que le
inspiran varios poemas. Las tardes, pero no en abstracto, sino, como
siempre, con el denominador común de su
relación con la amada.
Hilario valora y añora las tardes
compartidas con ella, y sufre aquellas
otras de soledad, de espera y de esperanza.
Como en el anterior poema en el que se preguntaba dónde estaría su amada
en esa tarde de invierno con lema de Amado Nervo, dice ahora que acaba de leer
a Antonio Machado, su poema “El limonero lánguido suspende…”, y como lema de
los suyos, recoge de él estos versos:
“En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.”
La soledad del atardecer, el crepúsculo vespertino, son la causa
de la malva tristeza del poeta ante la dolorosa ausencia de la amada en este
poema que titula
ATARDECER
En blanca soledad, la tarde se deshace
como una densa niebla evanescente.
Huye herida, rosada, tibia, ya sin
vida,
y la luna su luz prestada, pálida,
difunde.
Llega la sombra amarga aniquilando
formas,
cubriendo los deseos y los fugaces goces
.
¿Dónde el añil celeste de la tarde,
el blando acariciar del céfiro en los
rostros?
En fuga hacia la noche.
¿Dónde el murmullo dulce de tu acento,
tu diáfano mirar, aquel hechizo?
Sólo malva tristeza en mí, dejó tu ser
ausente.”
Al parecer eran las tardes el tiempo
compartido con Adalia y alguna noche, por eso ese recuerdo y ese valor que
otorga a estos momentos. De ahí que ensalce el valor de las tardes con la amada frente a las actuales largas, pesadas
pero huecas, solitarias tardes, escribiendo:
“Cuando contaba en tardes, no en
mañanas,
los días y las horas, los meses, las
semanas.
Entonces fue cuando las tardes
fueron
verdaderas,
cuando estaban repletas,
cuando la noche las vencía sin
advertir su fin.
Tú, Adalia, eras la tarde.
Ahora que la tarde soy yo,
cuando me dejan,
las tardes se me ahuecan,
me
cuesta un gran esfuerzo rellenar su vacío
de aromas de recuerdo, del son de tus
palabras”
Ausencia, ausencia sentida y agrandada en la tarde. El poeta transfiere al alma de la tarde la queja de la
ausencia de Adalia, que no es más que su queja. Y formula preguntas sobre la vida de las
tardes.
“El alma de la tarde se quejó de tu ausencia.
Compartió mi dolor
marchando a su vacío.
¿Dónde duermen las tardes?
¿A qué alba se levantan?
¿De qué viven? ¿Qué beben?
Yo les he preguntado y nunca me
responden.
Una vez, una tarde, a mis preguntas
derramó gruesas lágrimas
y puso
el triste gesto del viento moribundo.
¿Acaso es que las tardes duran sólo
una tarde?
Pero las tardes sienten.
Por eso lloró aquella
y se queja esta tarde de tu ausencia.”
Buenos días, buenas tardes.
Madrid, 8 de junio de 2022
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