Opinión

Terapia de cariño en la playa

Joaquín Patón Pardina | Lunes, 1 de Agosto del 2022
{{Imagen.Descripcion}} Foto de Pilar Valentín Foto de Pilar Valentín

(Dedicado a nuestras queridas amigas)

           

Ha estado soplando toda la noche un levante fuerte y lo que era un mar semejante a una balsa de tranquilidad en la tarde de ayer, se ha convertido en innumerables montañas rusas subiendo y bajando; adornando las subidas con espumas como salidas de bocas de dragones gigantes y las bajadas con barridos de arena, conchas de coquinas  y pedazos de algas arrancados de los fondos marinos, que saludan las miradas de los bañistas y se revuelven en loca algarabía hacia el fondo de nuevo.

Me remojo en un intento fructífero de quitarme el sofoco de estos días finales de julio, pero mi instinto y los silbatos de los socorristas advierten de la imprescindible prudencia. No te puedes fiar en estos momentos del mar que tienes delante y hace chorrear tu cuerpo en cascadas de gotas alivianado los efectos de la canícula. Es por ello que decidimos, mi mujer y yo, disfrutar de un paseo  a lo largo de la playa. Demasiados bañistas han decido hacer lo mismo y  no resulta fácil mantener la línea caminera.  Se añaden los papás junto a los niños construyendo castillos y almenas más imaginativos que reales; no falta la pareja de jovenzuelos jugando a las palas sin precisar demasiado la trayectoria de su pelota, en este momento convertida en proyectil impactado en el cogote de un señor calvo, que se revuelve con ganas de asesinar al lanzador, se da cuenta de que son jovenzuelos, pasan por su mente sus años mozos y logra cambiar la faz de intentos asesinos por una sonrisa y un movimiento lateral repetido de cabeza como recriminación cariñosa.

Llevamos un rato, que se me va haciendo largo, oímos música, pero el paseo donde habitan los restaurantes y bares quedó atrás, es sábado y los botelleros de botellones están demasiado agotados para mantener sus ritmos bailongos a estas horas y en este lugar. Continuamos caminando unos pasos más y la música aumenta su nitidez y volumen. Son las dos de la tarde.

La música brota de un altavoz portátil que se mece en la mano de una señora, que a la vez agarra un teléfono. No puede ser…, y la acompañan otras tres mujeres de similar edad. Guapas las cuatro bailando y moviéndose al ritmo de los vibrantes altavoces.

No molestan porque observo que algunos extranjeros duermen siestas infinitas; rojos como la grana sus hombros, espalda y nalgas. También detecto que algunos, estos sí españoles, siguen el ritmo de la música con movimientos de pies, como si asintieran y se sintieran, aunque algo alejados, dentro del grupo musiquero; no lejos varios niños mueven sus cuerpecitos acompasando los ritmos que les llegan del altavoz. Vamos observando todo esto y nuestro interés por enterarnos  de lo que pasa va creciendo por momentos.

Están situadas cerca de una sombrilla que les regala oscuridad para los capazos, toallas, cremas y otros enseres. Las cuatro mujeres están cerca del borde de la playa, ataviadas con bañadores o biquinis, tocadas de sendos sombreros de paja, cinteados con tela o algún adorno similar de borlas de colores. Detrás de sus gafas de sol, posiblemente compradas en un deseo de colaborar en la adquisición de algún bocadillo de los señores negros, que las ofrecen en todos los idiomas del mundo, o sea por señas, observan el devenir de las olas y de las gentes que al igual que el agua van y vienen.

Me recuerdan alguna fábula todavía sin escribir, contraria a la de “La cigarra y la hormiga” en la que los personajes disfrutan con la música invitando al pasajero a hacer lo mismo, por lo menos mientras recorre los pasos vecinos a ellas.

En mi mente salta de pronto la frase tan manida y para mí tan repelente de “no podía ser de otro modo”, la razón es que mi mujer con una sonrisa abierta y repleta de alegría me dice: “Pero si es mi amiga Luisa Mari con otras amigas: Consuelo, Vicen y María José”. ¿Cómo mi compañera no iba a conocer a alguien de su querido Tomelloso? Da unos pasos más rápidos y se pone a bailar unos movimientos de sevillanas, metiéndose en el corro de las cuatro señoras.       Mientras el altavoz orgulloso de su sonido canta haciendo vibrar sus entretelas: “Sevilla tiene un color especial, Sevilla sigue teniendo su duende, me sigue oliendo a azahar, me gusta estar con su gente…”

Yo que soy más cortado en los asuntos bailongos, me quedo detrás en mi calidad de observante.

Estas cuatro mujeres no necesitan ninguna Irene Montero que las anime a “empoderarse”, su personalidad es suficientemente fuerte como para actuar por sí mismas, sin el hálito politiquero pseudoprogresista al oído, tampoco necesitan promesas huecas de feminismo fatuo excluyente. Ellas, las cuatro son madres de familia, algunas con trabajo en sus propias empresas, dos de ellas han perdido sus maridos jóvenes por enfermedades  malditas, cuentan con el apoyo de las otras dos y ahora no son numeralmente cuatro, sino infinitas (los apoyos se multiplican conforme se conoce su objetivo), para levantarse de la lona tras casi haber sido noqueadas.           

Han conseguido entre las cuatro una terapia casi perfecta con su calor, sus miradas, sus apoyos, sus risas, sus bromas y una fuerza interior demoledora.

Sobra el consuelo ficticio de la lástima montada en palabras vacías.

Sobran los rítmicos rezos narcotizantes para esperanzas engañosas.

Sobran los cielos negros de infiernos ansiosos de almas.

No se rinden…

Luchan con sus hijos y por sus hijos.

Rivalizan con ellas mismas, contra los desánimos, los ahogos y las huidas.

No se conforman con ver pasar la vida, necesitan vivirla y hacerla vivir.

Odian la muerte de sus queridos maridos, igual que abominan arrinconarse en la cocina de la existencia.

Lloran pero se levantan.

No piden razones.

Donde el corazón manda sobran aclaraciones.

El luto no puede vestirlas de negra tristeza.

Ellas se visten de colores de vida engendrada en sus propios vientres.

Por eso la luz, el mar, la alegría, y el cariño compartidos, ayudan a transformar la losa de hoy en alas de un próximo mañana.

 

30 de julio de 2022

Joaquín Patón Pardina

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