Opinión

Ezequiel Cano López en su tránsito a la otra vida

Jesús Cañas Parra | Jueves, 18 de Agosto del 2022
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Tengo la firme esperanza de que Ezequiel Cano López, como buen devoto de Nuestra Señora del Carmen, continuó su camino el mismo día de Su Festividad. Ella, nuestra madre del cielo, lo llevó hasta las mismas puertas del paraíso según la promesa dada a San Simón Stock. Allí comenzó su eterna relación con Dios.

—¡Buenos días, Pedro! ¿Cuántas almas se han salvado hoy?

—¡Buenos días, María! La verdad es que se está dando muy bien. Miles de almas han conseguido entrar en la vida eterna gracias a sus méritos y a la misericordia de Dios.

—¡Qué alegría más grande! He acompañado a Ezequiel, una buena persona de Tomelloso y destacado pintor, incluso llegó a pintar el techo del camarín de la ermita de esta localidad donde me veneran bajo la advocación de Nuestra Señora de las Viñas. Vengo con él para que pueda entrar y permanecer con nosotros en la eternidad.

—¡Hombre, Ezequiel! Cuánto hemos disfrutado con tus conversaciones, con la extensa obra pictórica que has dejado y con tantos inventos que realizaste para mejorar la vida de los demás -comentó San Pedro-. ¡Pasa, pasa! Ya estás en la casa del Padre. Cuántas almas se pondrán alegres al verte.

—Gracias, San Pedro, por el recibimiento. Y, a ti, Madre, por haber sido mi gran intercesora- contestó Ezequiel-. Y también le doy las gracias a mi Ángel de la Guarda, que toda la vida ha estado a mi lado.

—Hasta pronto, amigos -dijo despidiéndose la Virgen María.

Una vez que hubo pasado al cielo, muchos salieron a recibirlo: Dios, sus padres, sus abuelos, sus primos y resto de familiares. Día de gran alegría.

Allí también se fue encontrando con algunos conocidos. El primero de ellos fue Manolo, gran gerente que fue la Cooperativa Virgen de las Viñas, excelente persona e íntimo amigo de Ezequiel.

—¡Pero hombre, Ezequiel! Qué alegría me dio cuando me enteré de que nos veríamos de nuevo.

—¡Hola, Manolo! ¡Cuánto te he echado de menos! También me alegro enormemente de verte. Ahora podremos seguir con nuestros habituales paseos.

Se fundieron en un abrazo de pura amistad. Nuestro Señor Jesucristo los observaba con el corazón henchido de amor.

—Pues mañana mismo tenemos que quedar. Verás que maravillas podrás contemplar en el reino de los cielos- expresó Manolo.

—Así lo haremos -repuso Ezequiel.

Otra alma que le salió al encuentro fue su gran maestro Antonio López Torres, hombre cumbre de la pintura universal.

—¡Nuevamente nos encontramos, Ezequiel!

—¡Cuánto me alegra volver a verle, don Antonio! Fue mi norte durante mi vida profesional, y en tantas conversaciones he hablado sobre usted y su pintura.

—Te tengo que agradecer que en su momento colaborases para que el Museo López Torres saliese adelante, ese gran edificio que quedó en nuestro querido pueblo para la posteridad.

—No hay de qué, d. Antonio. Fue una humilde contribución. ¡Cuántas veces habré ido allí para recrearme en su excelsa obra! Pintaba usted como los ángeles.

—Pues mira -continuó D. Antonio-. Me alegro de que estés aquí, así me podrás acompañar para llevar adelante mis nuevos proyectos y, a la vez, poner en marcha los tuyos; seguro que estás dándole vueltas en tu cabeza para ir preparando los lienzos. ¡Aunque aquí no nos va a hacer falta el Citroën Dos Caballos para llevar los trastos de pintar!

Los dos emitieron una sonora carcajada.

También se acercó a saludarlo otro que no podía faltar, el Siervo de Dios Ismael de Tomelloso.

—¡Hola, Ezequiel! Me alegro mucho de verte.

—¡Buenos días, Ismael! Qué orgullo más grande poder encontrarme contigo.

—Te agradezco enormemente tantas oraciones recibidas y tu expresión artística realizada sobre mí.

—De nada, Ismael. He sido devoto tuyo, y todo lo hice en tu beneficio y a mayor gloria de Dios. Ya sabes que hay una gran devoción hacia ti en nuestro pueblo, en Madrid, en Zaragoza y en el mundo entero.

—Sí, es una gran bendición. Ezequiel, seguiremos charlando otro día.

Y allí, en las mansiones de Dios, continuará su vida eterna nuestro querido y añorado Ezequiel, intercediendo por su mujer, sus hijos y resto de familiares y amigos.

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