Hace ya bastantes años que leí el clásico de Aldous
Huxley, "Un mundo feliz", y como pensaba que lo tenía entre mis
libros me puse a buscar para poder repasarlo, sin embargo, por más que miré en
las estanterías no logré encontrarlo. Entonces, ni corto ni perezoso, me
acerqué a la librería de mi barrio y compré un modesto ejemplar que, aunque de
pasta dura, tiene una letra que ya casi se resiste a mis ojos. El caso es que,
como de vez en cuando y por determinados motivos me acuerdo de esta novela de
ciencia-ficción y crítica social, he decidido volver a releerla entera este
caluroso verano.
Al iniciar su lectura empecé a recordar algunas
situaciones, sobre todo el tema del "soma", la solución mágica para
esa sociedad del futuro a la que se refiere el libro, pero esa materia la
abordaré al final del texto que me ocupa.
Justo al principio, cuando Mr. Foster está enseñando a
un grupo de estudiantes los laboratorios donde se producen los seres humanos y
cómo se seleccionan los diferentes rangos para cubrir las necesidades del nuevo
mundo, me imaginé uno de esos modernos aceleradores de partículas. Pensé en
interminables galerías ubicadas en el subsuelo donde, a cada tramo, y según qué
categoría humana deseaban lograr, les suministraban determinados productos
químicos para obtener Alfas, Gammas, Deltas, Betas o Epsilones, una selección
genética designada con las letras del alfabeto griego para las personas según
su condición, clases y subgéneros para realizar todo tipos de tareas, desde
dirigentes hasta trabajadores no cualificados o que realizaban tareas
repetitivas o peligrosas.
La novela a través del tiempo ha sido premonitoria en
algunos aspectos tales como la evolución tecnológica, pero también en la forma
en cómo están distribuidas las clases sociales. Se me ocurre que ahora ese
laboratorio donde se elige el tipo de persona que queremos conseguir bien
pudiera ser el actual sistema educativo, un método para definir el rango que
ocuparemos en la sociedad. Seguramente la gran mayoría de líderes y dirigentes
se han formado en centros privados y elitistas, las clases medias en centros
concertados y lo más probable es que la clase obrera, o trabajadora, que ya
está desmovilizada, sea la que recurra a la escuela pública como único recurso
para su aprendizaje. La motivación, el esfuerzo, el empeño o la simple
obligación bien pudiera asemejarse a esos elementos químicos a los que se
refiere el relato.
Como en la novela, todos hemos aceptado nuestra
condición y casi todos estamos contentos con el papel que nos han reservado, ya
ni siquiera envidiamos al otro en este aspecto. La reponedora del súper está
satisfecha con su logro, el otro pretende ser famosillo y vivir del cuento, la
gran mayoría de adolescentes quieren ser "influencer" mientras los
demás andamos resignados en nuestras ocupaciones.
Tengo que reconocer que, después de la lectura
completa, confieso que literariamente no me ha parecido gran cosa. Sin embargo,
y aunque su primera publicación data de 1932, hay pronósticos muy acertados y
que se asemejan con situaciones actuales. Evidentemente las personas seguimos
naciendo de formal natural, pero ya son muchos los avances y los intentos para
clonar seres humanos. Aunque no sabría qué sentido puede tener cuando sobramos
la mitad de la población mundial por la presión que ejercemos sobre los
recursos del planeta; sobre todo en cuanto a consumo desaforado se refiere.
Ya en la novela se plantea el tema sobre la duración
de la existencia, un debate que siempre ha estado ahí. Ni que decir tiene que
me chirría esa fecha de caducidad del ser humano sin apenas notar el deterioro
o el sufrimiento que propone el autor. Pero también me pregunto qué sentido
tiene alargar la vida a base de fármacos o con terapias agresivas, si al final
la muerte es inevitable.
El tema sensual y erótico lo soporta el personaje de
Lenina, objeto de deseo por su voluptuosidad y que acertadamente el autor la
etiqueta como "neumática" un término que provoca la sonrisa del
lector, un asunto que genera conflicto cuando John el salvaje y Lenina se
conocen y por sus condicionamientos sociales existe atracción y rechazo a
partes iguales.
Últimamente tengo la mala costumbre de colorear con
rotulador las frases y los párrafos que me llaman la atención o que
especialmente me interesan. Así, por ejemplo, definen en una clase de geografía
a la "Reserva" donde habitan los salvajes, aquellos que siguen
viviendo de manera antigua después de Ford, una alusión a nuestra forma de
entender la historia a partir del cristianismo. Pues bien, el texto dice esto: "Una
reserva para salvajes es un lugar que, debido a sus condiciones climáticas o
geológicas desfavorables, o por su pobreza en recursos naturales, no ha sido
civilizado".
Y vuelvo a preguntarme: ¿No se parece esta definición
a las duras condiciones de los barrios marginales, a muchas poblaciones del
extrarradio de las grandes capitales e incluso a algunos países que no se han
desarrollado a la manera occidental?
En fin, el libro, aunque pequeño, invita a realizar
muchos paralelismos con la sociedad actual y entender que su autor no andaba
muy descaminado cuando imaginó cómo sería el mundo del futuro.
Pero si de algo estoy convencido es que el SOMA de
nuestro tiempo encaja perfectamente con el mal uso de la telefonía móvil y
todos estos artilugios y cacharros. Pantallas que nos roban el tiempo, que
pretenden inventar una vida irreal, una existencia de ficción a nuestra medida
o a la norma o disciplina que nos indica el algoritmo.
Como la droga del SOMA, esta actividad compulsiva de
consumo audiovisual nos distrae, nos atonta con banalidades, nos anestesia
socialmente y nos desmoviliza. Ni siquiera consigue que seamos más críticos
frente al poder social, político o económico. A lo tonto consigue que olvidemos
los problemas y las realidades que verdaderamente importan consumiendo gran
parte de nuestro tiempo. Y aunque bien utilizados nos servirían para aprender o
comunicarnos mejor, la triste realidad es que nos aturden, nos anestesian y nos
hacen menos sociables, cada uno recluido en su burbuja virtual repleta de
irrealidades y narcisismo, un espacio saturado de falsas noticias para
confundirnos o aislarnos del prójimo. Claro que existe inmediatez en los
mensajes, pero sobre el abuso de estos dispositivos, preguntémonos: ¿Entendemos
mejor al otro, dialogamos más, somos acaso más libres, más inteligentes o más
felices? y la última: ¿Sabemos quién controla y regula esta tecnología?
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Martes, 23 de Abril del 2024
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