Feria 2022

Ofertas de una feria socarrona

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 27 de Agosto del 2022
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Si eres observador te has dado cuenta de la riqueza que ofrece, especialmente en el campo de las diversiones…, la feria, cualquier feria, de cualquier año, de cualquier grupo humano habitante de su trozo de terreno, llámese pueblo, ciudad o aldea.

Me quedo hoy con una de ellas que tú, querido espectador de curiosidades, has descubierto, celebrado y comentado en algún momento de euforia con intento de divertir a tu grupo de amigos.

Acepto que me digas que es sibilina, pero no hace daño a nadie y despierta sonrisas.

Estoy hablando de ese barniz con que muchos nos brocheamos el físico; claro que si lo ves enfrente en vez de en ti mismo, resulta más interesante.

Vamos a sentarnos en un velador, sabes que no es el que vela, me refiero a la mesa de cualquier churrería o asador de pollos, cerca de nosotros discurre un río de personas…, miramos e inmediatamente salta el comentario:

-Mira ese señor con camisa salmón.

Va elegante, salta a la vista que los últimos retoques los ha dado la señora esposa. Los pocos pelos resistentes entre los laterales de la cabeza y nuca, se alinean en surcos por acción anterior del peine, limpios, ordenados…, yo añadiría que llevan un toque de laca.

No falta la sonrisa en su cara, acostumbrada a mantener la seriedad y rectitud, en un intento de hacerse respetar el resto del año por sus empleados, posiblemente trabajadores de las viñas, lo delatan sus dedos fuertes y gruesos ejercitados en labores campesinas de poda, cava y vendimia. La tripa prominente habla de su pasión por el buen yantar. Posiblemente hace años utilizó bigote subrayante de su preciada circunspección, el mostacho taparía, en cierta medida, el labio de arriba con espacio para aguantar una buena cinta de espuma cervecera.

Se aproxima con su cónyuge empujante del carrito del bebé, ella camina orgullosa y mirando al tendido, por si conoce a alguien a quien mostrar su envidiada manera de transportar al roro.

Deciden utilizar otro velador, no lejos de nuestro puesto de vigilancia. Al estilo torero, aparta las sillas que entorpecen su paso, como si de media verónica se tratara. No hay que preguntar dónde se va a sentar, en el punto dominante desde el que ser no sólo observado, sino admirado por el resto del equipo familiar, que lo acompaña.

Situados, no sin grandes esfuerzos en la logística de colocación del cochecito, el “pater familiae” da dos palmadas al aire y levanta su mano derecha, cuidando de que no quede ni abierta (recordaría aquel saludo odiado por algunos) ni tan cerrada, detestada por los enemigos del puño saludador. Hemos de reconocer que le ha salido bordado el gesto, aplausos silenciosos del respetable, que componemos mi compañera y yo.

Se acerca el camarero agitado y avivado por la fuerza de su primer trabajo; él, el pidiente, se imagina que el mesero viene entusiasmado por intentar servir al señor con presteza y humildad como mandan los cánones culinarios decimonónicos.

-¿Qué vais a tomar chicos? -Espeta el chico provisto del moderno talonario electrónico y su bolígrafo sin tinta ni bolita, con el que golpea la pantalla táctil del dispositivo; acaba de marcar el número de mesa y permanece atento a la petición de los congregados devoradores de churros.

He percibido la erización del vello de los brazos de nuestro homínido observado. He leído en su mirada la pregunta, sin sonidos, reprochando la confianza: ¿Chicos…? ¿Nos ha llamado este imberbe “chicos”, a nosotros, a mí? Me joden estas moderneces…, no te conocen de nada y en vez de llamarte educadamente de usted, te dice “qué vais a tomar chicos”, así no podemos llegar a ningún sitio bueno.

Con las respuestas del resto de la familia y el resumen del “muchacho del mandil con bolsillos repletos”, queda la petición hecha.

-Repito la comanda por si quieren corregir algo –comenta el del cuaderno electrónico-: Cuatro chocolates, ocho porras, un churro de chocolate blanco y una botella de agua del tiempo. ¿Correcto?

-Sí, señor, eso queremos, -responde el presidente de la mesa churrera, arrastrando y en tono más elevado lo de “se-ñor”.

No han transcurrido más de cinco minutos cuando aparece de nuevo el servidor de las mesas. No hay ojos más que para lo que va depositando desde la bandeja al tablero: Un cerro de churros recientes, calientes, crujientes…; tres vasitos de chocolate  espeso, raso, terso.

Ante el espectáculo se dibujan sonrisas en las caras. Las  manos infantiles se  ponen nerviosas. El bebé ha debido percibir la fragancia de los manjares, se despierta y con sus llantos lastimeros pide que lo incorporen al corro.

El señor de la camisa salmón, ya nuestro incógnito amigo, se siente el padre más feliz del mundo, lleva todo el día disfrutando de su familia reunida…, toma una servilleta, la coloca a modo de bufanda en uno de los churros, lo levanta; mientras con la mano izquierda sujeta su vasito blanco, abrazado por la mano curtida y con todo el cariño de que es capaz desea:

¡Que aproveche familia!



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