Opinión

Redes sociales

Ramón Moreno Carrasco | Lunes, 19 de Septiembre del 2022
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Un fulano, creo que yanqui para más señas, se gasta una pasta gansa para denunciar a las autoridades de su país por no permitirle cambiar su edad en su documento de identidad. Alega el lumbreras en cuestión que su aspecto físico no se corresponde con su edad, y, claro, esto le supone un impedimento vital ya que en las redes sociales para el ligoteo no tiene el éxito que el cree merecer, poniendo de manifiesto que su problema no es precisamente el de la autoestima, tan venerada en la actualidad ¿Se puede ser más chorra? Personalmente, si fuera juez y la ley me lo permitiese, lo mandaría directamente a clínicas de psicología y psiquiatría para que lo estudiasen con detenimiento.

No obstante, a pesar de lo surrealista del caso, sí que podemos sacar algunas conclusiones sobre el tipo en cuestión. La primera es su afán de estafar o su estupidez. Yo, verbigracia, puedo tener un coche con el motor completamente inservible y sin embargo con una impoluta carrocería, sin que ello suponga una sustancial variación respecto del valor de mi vehículo. Pues similarmente este sujeto tendrá el desgaste propio de su edad real respecto de su organismo, y si la justicia accediese a tan peregrina pretensión se estaría dando validez a una estafa.

La segunda es que se trata de una persona con posibles, pues de no ser así y fuere el equivalente de lo que aquí denominamos mileurista seguramente que sus recursos económicos los emplearía en otras necesidades más primarias ¿Sería descabellado pensar que en realidad lo que subyace en el fondo es un afán de mostrar éxito, cuanto menos económico?

Esto, que puede parecer un caso aislado, no es más que una singular manifestación de lo que está ocurriendo en la actualidad, donde los perfiles de las redes sociales son más cercanos a los utópicos ideales que a la realidad individual de las personas que los crean. La cosa esta alcanzando cuotas realmente preocupantes, dándose casos donde las fotos publicadas en dichas aplicaciones son previamente retocadas con programas informáticos creados para tal fin, lo cual resulta bastante más económico que acudir a las clínicas de estética.

Si nos alejamos de los casos particulares para ver el fenómeno de forma genérica, vemos que esos comportamientos, en apariencia inocuos e incluso cómicos, se extienden hacia comportamientos verdaderamente psicopáticos, antisociales y peligrosos. Si bien esto nada tiene de nuevo, sí es verdad que las redes sociales son la herramienta perfecta para quienes anidan en su consciencia o inconsciencia deseos de engañar a sus semejantes y carecen de cualidades para hacerlo en la interacción personal y física. Una causa no menor de ello radica en el vacío legal habido al comienzo de todo ello, que permitía salir indemne en la práctica de fechorías que cometidas de otra forma acarrearían algún tipo de sanción administrativa o penal.

La enorme proliferación de, llamémoslo así, delitos digitales ha llevado a las autoridades públicas a campañas publicitarias de concienciación, en donde se insta a las personas adultas a un uso responsable de las redes sociales, así como a una estricta vigilancia de los menores y personas vulnerables que tengan a su cargo cuando de ellas se sirvan. En última instancia se fomenta, en los casos que así se precise, a formular la pertinente denuncia.

¿De verdad esa es la solución? ¡Venga ya! Vamos a ver, este fenómeno es contundente en tanto muestra que una porción nada desdeñable de la población deja aflorar sus instintos animales y deseos más infames en cuanto se dan las condiciones ideales para poder sortear las posibles consecuencias negativas que de ello se pueden derivar, y que hará igualmente en contextos físicos y reales de privacidad, a salvo de las públicas miradas. Pero esto, que resulta tan evidente al raciocinio humano, se evita de pronunciar en los medios de comunicación de masas por razones de corrección política, que a la larga está generando daños de proporciones superiores a las redes sociales.  

Las actuales redes sociales, querámoslo o no, son un descarnado escaparate de quienes somos realmente, de la importancia que damos a nuestros valores morales e inequívoco indicativo de la dirección evolutiva de nuestra especie. Nos muestra el verdadero significado que damos a nuestro derecho a la intimidad, en tanto solo lo usamos para la ocultación de nuestras máculas, sin dudar en hacer la más pública y extensiva exhibición de nuestras virtudes y logros, lo cual puede ser hasta legítimo si son reales. Imagino a quienes tanto lucharon por ese derecho a la intimidad que en este momento se están revolviendo en sus tumbas.

Otra consecuencia de esa absurda, impúdica y obscena exhibición consiste en que dicha información también es accesible a aquellos que han hecho de los asuntos turbios, tales como robos, extorsiones, venganzas, etc., su profesión. Un ladronzuelo cualquiera, que tenga un mínimo de cualificación, solo tiene que echar un vistazo a estos escaparates para marcar sus objetivos. Si para alimentar mi propio ego necesito ufanarme públicamente de que me he comprado una joya carísima, dando detalles de donde la guardo, luego no puedo llevarme las manos a la cabeza porque sea víctima de intentos de robo u otros actos vandálicos.

Lo curioso es que, a pesar del genérico conocimiento que de ello tenemos, su uso, lejos de disminuir, aumenta, convirtiéndonos cada vez más en viandantes absortos en un mundo virtual creado a la medida de nuestros deseos y expectativas, por demenciales que sean, y ajenos al mundo real. Puede ocurrir que a escasos metros de nosotros haya personas en grave peligro y nos pasen desapercibidas. Quizás estemos en la terraza del café que nos gusta intentando engatusar a alguien que está a cientos de kilómetros sin percibir que en las mesas de al lado hay otra persona que muestra en la mirada cierto interés por nosotros.

Justo es apuntar también que existe una abrumante mayoría de personas honestas, creando perfiles verdaderos y los cuales, aún con una exposición excesiva e innecesaria, utilizan estos medios con fines lúdicos, académicos o profesionales. Éstos son los damnificados de los anteriores, en tanto a menudo se encuentran con dificultades para que en sus múltiples interacciones sean creídos, dada la excesiva tendencia a la generalización y el mínimo esfuerzo que hace que demos por sentado que en estos medios de conexión se miente, cuando la realidad es muy distinta.

La solución no radica en suprimir las redes sociales, pues aunque esto ocurriese las personas que de ellas hacen un uso indebido seguirían existiendo y encontrarían otros medios para materializar sus fechorías. Además, se nos privaría de un medio que utilizado de forma correcta nos reporta innumerables beneficios. Ante ello solo cabe la utilización de nuestro raciocinio, dado que tampoco hace falta ser ningún premio Nóbel para darse cuenta que este tipo de comunicación jamás podrá sustituir a la interacción directa, singularmente en un idioma como el nuestro con tantos vocablos polisémicos y frases irónicas que hacen imposible una correcta interpretación del mensaje en ausencia de lenguaje corporal y contextual. Si fuéramos conscientes de la limitaciones de esos medios tecnológicos, no nos quedaría más remedio que verificar la información que nos suministran la persona que no conocemos y pondríamos limitaciones.

La educación, tener unos mínimos conocimientos psicológicos para poder ir un poco más allá y saber leer que hay detrás de un lenguaje agresivo, datos falsos sobre la persona, peticiones descontextualizadas…, evitarían muchos de los aciagos acontecimientos con los que nos enfrentamos a diario.  

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