Cuenta Antonio López, que el empeño de Ramón González, que fue alcalde y director de Cáritas, hizo posible el arreglo de la cueva que hay en el centro “Teresa de Calcuta” de Cáritas Interparroquial de Tomelloso. Un hundimiento en una parte de la cueva la dejó en mal estado, pero poco a poco, se fue desescombrando y la cueva, de grandes dimensiones, ha quedado en un estado muy digno.
La visita de hoy tiene un carácter más especial ya que se produce justo un día después de la presentación de la Asociación de Amigos de las Cuevas de Tomelloso que tan buena acogida tuvo. Nos acompaña su presidente, Jesús Andújar, y otro propietario de cueva, Manuel Casero, que junto a los habituales José María Díaz, Ana Palacios, los dos periodistas de La Voz y Antonio, que hace de exquisito anfitrión, haremos un detallado recorrido por la cueva.
Donde hoy están las instalaciones de Cáritas estuvo antes la bodega de Ángel Torres, de hecho, al inmueble le llamaban “el cercado de Angelito”. Este hombre era el padre de María Torres, la mujer que cedió a AFAL los terrenos para la construcción del Centro de Día San Rafael.
A la cueva se accede por una entrada nueva que tuvo que construirse. La escalera, de treinta y tres peldaños, tiene dos recodos que doblan hacia de la derecha y nos conducen a una cueva que llama la atención por su longitud. En forma de ele, la primera recta mide 33 metros y la segunda veinte a los que hay que añadir otros cinco metros de una parte a la que no se puede acceder. De ancha mide 6,50 y tiene una altura hasta la tosca de 5 metros y hasta la lumbrera aumenta a 6,40.
La cueva alberga un total de 58 tinajas de cemento de dos capacidades diferentes. Las más antiguas, pintadas en un tono sanguina que imitaba a las de barro, se construyeron en torno al año 1918-1919 y lo sabe bien José María porque fue su padre el que las hizo. Fueron de las primeras de cemento que se hicieron y son de trescientas cincuenta arrobas de capacidad. Más adelante veremos unas mayores que son de quinientas arrobas.
Alguna tinaja rota enseña su estructura de alambre “que entonces se hacía a mano”, subraya José María. La construcción se ha reforzado con unos pilares que atraviesan un empotrado sin balaustre que está sin enlucir por debajo. La razón es que el tinajero que lo construyó tuvo un accidente por una caída en una obra y quedó pendiente ese último revestimiento de cemento. Cuando el tinajero se repuso, el propietario, Ángel Torres, ya tenía la cueva en marcha y no quiso finalizar ese detalle.
Miramos hacia arriba y observamos un techo en la pura tosca, encalado y horadado por seis lumbreras de desgarre trapezoidal, aunque tres de ellas están condenadas. La tosca no tiene el mismo grosor a lo largo de la cueva. El suelo sobre el que pisamos está más elevado en el medio. Se ve también un antiguo pocillo y una contramina, que según explica José María, comunicaba la cueva con el jaraíz.
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