Tomelloso

Ron Lalá nos teletransporta al Marte más castizo

La compañía estrenó este sábado “Villa y Marte” en el Marcelo Grande

Francisco Navarro | Domingo, 30 de Octubre del 2022
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Regresó Ron Lalá este sábado al Teatro Marcelo Grande con un original montaje, “Villa y Marte”. Un sainete en tres actos, con música en directo, chulapos y chulapas mutantes y el inconfundible humor de la veterana compañía. El público se divirtió con este montaje diferente, pero con el inequívoco sello de los ronlaleros.

En un viaje de reconocimiento al planeta rojo, la nave pilotada por un astronauta, Daniel Rovalher, y su robot Trasto (Juan Cañas) sufre una avería. La única solución es amartizar y recuperar una batería de la NASA para poder regresar a la tierra. Llegan a la ciudad (o país, o territorio) de Martiz y descubren que hay vida en marte. Una vida que parece sacada de un sainete de Arniches o de una zarzuela de Chapí.  

Una lavandera chulapa con barba y ochos ojos (a quien da vida Diego Morales), un organillero con pico de oro y más trampas que una película de serie B, Fran García, o un poli malo-poli bueno, a la vez, con la porra más ligera que las balas y más chulo que un ocho (de quien hace Miguel Magdalena, también director musical), preparan una verbena castiza que ríase usted de la de La Paloma. Y para colmo, mientras el capitán terrícola y la lavandera mutante caen en los brazos de Cupido y quieren huir juntos a otros mundos, el robot se empeña en completar la misión.

“Villa y Marte” es, como apunta el programa, un sainete musical ambientado en el Marte más castizo, “es la reinvención del género chico en clave ronlalera”. El público se divirtió con el montaje y con la soltura y facilidad para hilar distintos géneros que tiene la veterana compañía Ron Lalá. La música, original y en directo, está inspirada claramente en los arquetipos del género, romanzas, chotis o pasacalles. El público aplaudió una a una las interpretaciones, especialmente el popurrí en el que dan un giro sideral a conocidos temas madrileños (martileños), como “Madrid, Madrid” o “La Puerta de Alcalá”. Disfrutamos con el texto, en verso —que enganchó más que la música al periodista—, brillante, certero, jocoso, mordaz; cada frase o cada expresión parecen sacadas de un sainete, “marcianizando” en este caso, los sustantivos.

Los ronraleros, como no puede ser de otra manera, despliegan su complicidad con el público al que levantan de sus butacas y le hacen bailar un chotis en una baldosa. Al final, los actores nos pidieron cuidar de nuestro folklore, de nuestra tradición musical, como la zarzuela. Antes de esa proclama la compañía recibió una gran ovación.

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