A la cueva se accede por una cochera subterránea y la puerta se acciona automáticamente. Los peldaños y el suelo se han revestido con un suelo rústico que hacen de la estancia un lugar muy agradable, de hecho Antonio nos cuenta que ha compartido algunas veladas con amigos. “En una ocasión preparé una degustación con ocho jamones ibéricos distintos”, recuerda. 

La cueva alberga cuatro tinajas de cemento de unas 450 arrobas de capacidad y fueron construidas por José María Díaz Benito, el padre del experto tinajero que nos acompaña junto a la arquitecta, Ana Palacios.  El suelo se elevó casi un metro sobre su nivel original. El techo se presenta en la pura tosca y está horadado por una lumbrera de desgarre trapezoidal que tuvo que condenarse al desembocar en la vivienda. José María calcula que la tosca puede tener un espesor de tres metros.

Al no contar con ventilación, el propietario ha instalado un deshumificador que consigue conservar la construcción sin apenas humedad. “Todos los días le quito unos 16 litros de agua”, indica Villahermosa. Nos llama la atención un pozo que presenta todavía el vestigio de las covanchas por donde escalaban los poceros. Su diámetros solía ser de un metro, pero este alcanza 1,30 metros. El estado de conservación de la cueva es impecable, como se observa también en el balaustre y en el perfecto enjalbegado del techo y las paredes. Nos topamos también con algunos aperos como una trilla, la llamada tinaja del gasto o del vinagre y un botellero. “Esta cueva es pequeña, pero muy coqueta”, nos dice antes de dirigirnos a la otra cueva.

Accedemos por una contramina de unos ocho metros de longitud, uno de esos pasadizos que nos hacen imaginar el juego que darían estas cuevas para rodar historias de Harry Potter o cualquier otra serie fantástica. El propietario va alumbrando con su linterna los rincones de una cueva que tiene varias tinajas de barro, algunas de ellas rotas, de unas 250 arrobas. “Arreglándola esta  cueva también puede quedar muy chula”, dice el propietario que tiene en mente ceder el solar a su hijo. “Cuando lo tenga que haga él lo que quiera”.

Termina otra visita en la que hemos disfrutado de dos maravillosas construcciones y de la hospitalidad de su propietario, empresario moderno que sabe valorar las auténticas raíces y tradiciones de Tomelloso.