El individuo en cuestión, en plena «performance», caminaba desnudo y de su cuerpo prendía un ingenioso artilugio, capaz de sostener un emisor de luz que incidía directamente sobre su aparato genital, proyectando una sombra espectacular allá por donde paseaba. Por supuesto, la obra tendría un título, probablemente en inglés, lo que ayudaría, a juicio del autor, a sembrar dudas sobre si aquello era una ordinariez o, por contra, una expresión artística.

Ignoro, pues no recuerdo bien la historia, si aquello terminó bien o mal. Probablemente, la policía acabaría echando el guante a aquel «cyborg» desnudo, tapándolo con una manta para evitar proyecciones más allá de Cibeles. No debió ser difícil, por otra parte. De haber sucedido en la actualidad, la captura hubiera resultado más compleja, pues nuestro intérprete bien podría haber incorporado un patinete eléctrico a su obra.

Sea como sea, quizá la bondad de esta «performance» esté en lo que no hizo este señor. No se sirvió de sus hijos, por ejemplo. Tampoco utilizó animales ni izó bandera alguna. El señor proyectó, únicamente, unos cojones, que además eran suyos, sin exponer a nadie que no fuera él mismo a los juicios de una sociedad enferma de doble moral.

Aprendamos, pues, de estas inverosímiles acciones y evitemos, de este modo, utilizar a los demás y a sus desgracias en nuestro propio beneficio. Revelemos nuestras propias razones, despojándolas de eufemismos y espurias voluntades. Al fin y al cabo, siempre podremos gritar, una vez esposados, que se trataba de una «performance».