Opinión

¡¡Menudas camarillas...!

Salvador Jiménez Ramírez | Jueves, 26 de Enero del 2023
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El fuego que el Sapiens (otros antes) veía llamear día y noche, en fumarolas, volcanes, fogatas causadas por meteoritos, piroclastos, condritas incandescentes o en garrafales incendios, ocasionados por descargas eléctricas, nadie sabe con exactitud cómo y cuándo aprendió a utilizarlo y controlarlo… La brasa como la rueda, han existido desde tiempos de Mari Castaña… Lo de frotar unos palotes con tenacidad para hacer la parrillada, qué quieren que les diga… En cuanto a la rueda, rodaba por ahí desde que los “elementos” rulaban cuesta abajo, en el planeta Tierra. El gran invento fue el eje para unir discos con los que se montaron carricoches, carretones, carromatos, plataformas, calesas carros, carretas… En un principio, hasta que se domesticaron las “bestias”, eran arrastrados por los individuos de menos tener; más marginados-marginadas. Hasta que se puso en práctica la idea de la tracción animal, (tirando también del arado) los siervos-siervas, los esclavos y los más rematados de la sociedad, las pasaron canutas… Con las sociedades agrícolas, aparecen las clases sociales (eran y son tres) y por ende las “camarillas” que, como fundamento de los estados (estados que siempre han representado estructuras político-administrativas, militares decadentes, cambiantes, inestables y múltiples) han venido perpetuándose hasta el día de hoy. Las tres clases sociales: alta, media y baja desde hace milenios, se amoldaron y dispusieron tan asombrosamente, que siguen cohabitando en “soportable” simbiosis; excepción de algún que otro protestón, empecinado, sedicioso, traidor, insurrecto. Desde muy antiguo, la clase alta la vienen componiendo: reyes, faraones, emperadores, marqueses, condes, duques, nobles, (que decidían lo que era la ley y cómo y a quién aplicarla) hidalgos barones, visires, magistrados, escribas prestamistas, banqueros etc., y elementos sacerdotales, junto a los que se consolidaban la función y figura de los monarcas (y otros); elegidos y protegidos (en su absolutismo) por derecho divino. Los individuos de la clase alta, eran los que más posibles tenían… Disponían de mejor vestuario, estaban mejor nutridos y lustrosos; eran más guapetones y valentones… Su preeminente figura, armadura y adarga, galopando sobre corceles blancos o negros, “sobrados” y relinchones los convertían en entes arrebatadores, semidivinos. Gozaban de camarillas de castrenses, vasallos, ministriles, legados, enjuiciadores, (engalanados de espantapájaros) regidores, feudales, fámulos-fámulas, mantenidas, gineceos…

La clase media era una mescolanza de tipos que sabían hacer cosas pomposas, especular, engañar, comerciar, plagiar, adular, contar, ocultar, calcular, agasajar,  aprovecharse y mucho más… Eran señorones, presuntuosos, ardientes defensores del sistema plutócrata e  imitadores y aduladores de la clase alta. Por último estaba la clase baja. A la clase baja (vastísimo conglomerado humano que no cabe en esta crónica) pertenecían los más paturros, deslustrados, desnutridos, ariscos y feos, entre ellos sirvientes, braceros, ovejeros, porquerizos, cuadreros, halconeros (pillaban más gorga que los otros), rehaleros, gabarreros… Con “sediciosas tonadas”, en los ciclos de tiranía, “mitineaban” sobre la cooperación, unión y solidaridad con sus pariguales en miseria… Pero sucedía que cuando ciertos “cachicanes” del conciliábulo de la desdicha, “pillaba cacho”, bastón o mando, la amnesia les impedía acordarse de su pasado, de sus estragos por hambre y hasta de lo que “pasaron sus padres…”. En los episodios de mayor opresión y miseria, se animaban y armonizaban con bucólicos canturreos de la escarda, siega, espigue, vendimia, pastoreo y “fiestas de guardar…”.

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Mi madre, con mucha “sed” en su alma, que rogaba por un lugar cabal en el “más allá”; con sus reflexiones profundamente secretas, respecto del comportamiento humano y de la existencia última de las cosas; desde un escenario muy de ella, con metáforas sueltas, solía exclamar: “¡Ay, hijo mío! En este mundo te irás encontrando con camarillas y camarillas en todos los bandos; todas juntas forman como un libro con historias del transcurrir de las personas, que tendrás que entender… ¡Menudas camarillas!...”.

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El nombre de camarillas, históricamente, aparece para designar a los individuos que rodeaban al “Deseado”. Influyendo, subrepticiamente, en los tejemanejes de los Estados. También se denominaban camarillas a pandas de sujetos, familiares, amigos o afines a una determinada ideología. Las camarillas de estado, en España, se iniciaban con el advenimiento de los Borbones; al desaparecer los Consejos e introducirse el absolutismo. Las primeras peñas que actuaron en España como camarillas, fueron “colegas”, consejeros privados y acompañantes de Felipe V, por encargo de su abuelo Luis XIV. En el reinado de Carlos IV, las camarillas de la clase alta, se aglutinaban en torno a la figura del monarca, aumentando su poder e influencia en el reinado de Fernando VII. Entre los miembros figuraban el duque de Alagón y el canónigo Juan de Escoiquiz, entre otros… El padre Fulgencio, sor Patrocinio, conocida como la monja de las llagas, el Marqués de Salamanca y el duque de Riansares, esposo de la reina madre María Cristina, formaban parte de camarillas.

Andando el tiempo, en determinadas sociedades democráticas, las camarillas han dado lugar al caciquismo político; siendo prácticamente imposible o una auténtica proeza, aunar la voluntad de las diferentes camarillas y clientelas políticas, para llevar a la práctica una labor social positiva. Siendo el enfrentamiento sistemático, con talante terco, arrabalero e insultante, agresivo e irracional, el patrón  usual,  en los tres modelos diferentes de regímenes de  bienestar: el modelo socialdemócrata, el modelo liberal y el conservador. 


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