Las
personas salvo raras excepciones, son sociables por naturaleza. Gustan de
establecer relaciones, independientemente de estar destinadas a resultar más o
menos profundas y todas ellas aparecen como nuevos nacimientos en la vida
social. La relación de amistad, la más profunda, tiene vocación de permanencia,
de cercanía y es que la naturaleza humana tiende a conservar y a disfrutar de aquello
que le es más grato y querido.
Será
por esto que no me gustan las despedidas porque suponen morir un poco y lo de
morirse, como el cielo, es algo que puede esperar para cuando la naturaleza se
encuentre más preparada para soportar ciertas
ausencias. Hablo lógicamente de las despedidas dolorosas, aquellas en las que
siempre algo se acaba rompiendo y en las que bien quisieras que una parte de ti
también partiera.
Cierto
es que no todas las despedidas tienen la misma importancia y transcendencia. Que
las despedidas, como los zapatos o las camisas, se pueden medir por tallas y colores que no son otra cosa que el
tiempo que duran las ausencias. Porque no es lo mismo despedirse con un “hasta
mañana” al abandonar el trabajo o los amigos que cuando la despedida acontece
en la estación del tren o el aeropuerto al partir un ser querido en donde flota
y se transmite un sentido y deseoso “hasta pronto”; mucho menos si esas
despedidas se realizan en el cementerio donde el deseo es de “un hasta
siempre”.
Las despedidas siempre ponen de manifiesto el
grado de intimidad alcanzado por las
personas que se separan. Las más dolorosas son aquellas que son inesperadas o aun
siéndolas, no se piensa en que algún día puedan producirse.
Existen
despedidas ajustadas, pactadas, protocolarias y obligadas y también las hay que
se esperan como agua de mayo, aquellas que comportan una liberación. Son esas despedidas en las que se
piensa y se desea, “un hasta nunca”. Sin
embargo existen otras que tienen un cierto sabor a timo. Aquellas que se
proclaman como definitivas siendo solo despedidas…de momento o salvo buen fin,
cual pagaré que espera ser validado en el futuro y a su vencimiento. Suelen ser
las que sirven para hacerse con una posición de ventaja para luego esperar a
ver qué pasa.
Las
despedidas importantes, aquellas que nos dejan huella y quizás no tengan vuelta
atrás, son siempre actos rigurosos de sentimiento, de autenticidad que producen
algo de vacío, como esos trapecios lanzados al aire dudando si en el otro
extremo habrá alguien que nos recoja, o al contrario será su propia inercia la
que nos devuelva al lugar de partida. Porque al fin, nuestras vidas son como
trapecios sobre los que cada día volamos todos un poco, a mayor o menor
altura.
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Miércoles, 23 de Abril del 2025
Miércoles, 23 de Abril del 2025