Opinión

Objetos fosilizados con travertino de las aguas de la Laguna del Rey

Salvador Jiménez Ramírez | Viernes, 10 de Febrero del 2023
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Cuando el año 1784, era inventariado el Real Sitio de Ruidera, para pasar a depender de la Orden de San Juan de Jerusalén, la Mesa Maestral de Santiago poseía en Ruidera la laguna del Rey, con su muralla, su caz construido en 1779 y puente del vado antiguo. En el prado que había entre la laguna, molinos y batanes, (ubicados en la parte baja de los derrames del río) que era importante descansadero de ganados, había una ermita de “Nuestra Señora de la Blanca, con su imagen de bulto; en dicho prado hay una pared de cal y canto, ruina de la casa vieja del Rey, (libro: Real Sitio de Ruidera de este autor) por haberse hecho la que hoy existe”. A la derecha estaba el caz antiguo de los molinos y batanes, con la Compuerta Real, donde se hicieron un cuarto y dos compuertas, que se manejaban a torno y un puente por el que pasaba el ganado del derecho a pontazgo, que se cobraba a los ganaderos que no eran del “Suelo del Campo de Montiel”. Del caz salía agua para regar la “Huerta del Rey” y otros huertos… A continuación estaba la balsa del primer cuarto de molinos, con cuatro piedras y otros cuatro molinos, con diez y seis piedras. Y también la balsa de tres batanes: El Ladrón, La Casa y Enmedio.

Junto a la laguna del Rey había cimientos (vistos en nuestra infancia), de lo que se decía era un torreón romano, para esparcimiento de cónsules de la provincia; transformándose, bajo la dominación árabe, en castillo musulmán, siendo uno de los “siete castillos de Rochafrida”. Luego reconquistado por Alfonso VII, rey de Castilla; denominándose posteriormente, “Castillo de la Roydera de Guadiana”. De la época romana, cuando la desembocadura o rebosamiento de la laguna, formaba un fabuloso rápido o rabión que abarcaba toda la anchura de la laguna, (unos trescientos metros) se contaban historias tal vez un tanto fabuladas, que en la orilla norte había “graderío” para bajar al río en tiempos de sequía y un pozo donde abrevan los ganados. No atrevemos a decir que, como en toda leyenda subyacen  substratos de realidad, hemos explorado parte de la orilla norte de la laguna del Rey y a simple vista, en ambas márgenes de la laguna, en sentido longitudinal no se detectan vestigios geomorfológicos, si bien en el borde u orilla transversal baja, existen formaciones subacuáticas fronto-parietales, que marcarían inicios de una orla o pared de toba y estromatolitos, consecuencia de crecimientos y mermas cíclicas del volumen de agua embalsada; habiendo periodos en los cuales el nivel de la laguna, quedaría más de dos metros por debajo del actual.

 

No manifestamos un especial interés por especulaciones “cuentistas” y abstractas, pero  todavía literatura y comentarios, hallan su reflejo u origen en que algo singular ocurrió, realmente, en la antigüedad.     

En cotas aledañas a la laguna, en el margen izquierdo, en un pequeño espacio y contexto calizo, ajeno a las formaciones tobáceas, se aprecian Ripple-Marks, Rizaduras o marca de los torbellinos fluviales y oleaje, indicadores hidrogeológicos de una gran carga fluvial, con anterioridad al pleistoceno.

El objeto de la abajo—foto de la portada—, pertenece a la “boca” de un botijo de cerámica, muy utilizado y preciado, no solo en Ruidera sino en toda la Mancha, (imprescindible en las faenas agrícolas) sur de la Península Ibérica, centro y levante; donde en la estación estival se sobrepasaban los 40º, C. El líquido elemento se conservaba fresco, ya que el agua se infiltraba o “colaba” por los poros de la arcilla y en contacto con el ambiente, se producía el enfriamiento, al evaporarse el agua que exudaba el recipiente. En tiempos de mi infancia, además de los cántaros o cantarillas, en cada hogar, había un par de botijos, que se llenaban o “cargaban” en las orillas de la laguna del Rey y fuentes. En la época de la trilla, junto a cada parva, a la sombra de haces de mies, había un botijo de “pitorro”, en los que era obligado “beber al chorro” por el “pitorro”, nunca por la “boca”, para evitar que las babas quedaran adheridas. La “boca” en cuestión pertenece a un botijo blanco-verdoso de “verano”, con toda probabilidad procedente bien de Ocaña, Puente del Arzobispo o de Priego.

La pieza de arriba de la portada, es un cencerro muy deteriorado, de catorce centímetros de longitud y seis y cinco en su forma ovoide-elipsoidal, (utilizado por el ganado ovino) de los denominados de “piquetillo” y “ovejeros”, cuyas medidas oscilaban entre diez y catorce centímetros de largura. Los de los machos cabríos o “guías” del rebaño, eran de mayores dimensiones, al igual que los de los bueyes y mulas, que realizaban faenas agrícolas, cuyas medidas oscilaban entre diez y ocho y cuarenta centímetros. En esta zona, los cencerros que se les colgaban al ganado ovino, se les llamaban “cencerras” y “cencerrillas”; en su mayoría, fraguados en Almansa y Mora (Toledo).

Ambos restos han debido permanecer abismados en las aguas del Alto Guadiana desde el primer tercio del siglo XX. De saber con exactitud la época en la quedaron sumergidos, y una vez medida la capa o película de carbonato cálcico-tobazo que contienen, conoceríamos el proceso de fijación del travertino y, tal vez, algo más, sobre el dióxido de carbono que se ha venido mezclando con las aguas, formando caliza, en las diferentes Eras Geológicas.

Ripple-Marks, Rizaduras o marcas del oleaje, en las inmediaciones de la laguna del Rey

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