Bajamos por la escalera y nos topamos con la foto del abuelo José Villena y otros curiosos aperos restaurados a la perfección y algunas bonitas miniaturas, como una que reproduce un arado de timón.  La cueva da cobijo a once tinajas, nueve de barro, de unas 240 arrobas de capacidad y dos de cemento de unas 400 arrobas que se hicieron cuando se fracturaron algunas de las de barro. Éstas se fabricaban en Villarrobledo, como demuestra el sello que aparece en algunas de ellas. En las tinajas de cemento aparecen estampados los apellidos del matrimonio propietario: Grueso Caro.

Las paredes mantienen sus tonos terrosos y el techo aparece en la pura tosca.  La iluminación también le da un aire mágico a una cueva que alberga muchos detalles curiosos. Una de las faenas más laboriosas que llevó a cabo Antonio fue la limpieza de las tinajas, buscando que resaltara el color de la cerámica. Lo consiguió con un producto y muchas horas de trabajo. También tuvo que sacar la tierra que se elevaba casi medio metro.

Una artesa, donde se curaban los jamones mezclados con sal, la ha convertido en una elegante mesa acristalada y con botellas de vino y corchos en su interior. Antonio aprovecha la cueva  y la comparte haciendo catas con sus amigos. Para evitar la aparición de la humedad, instaló dos extractores. 

José María Diaz aporta otro dato curioso. “A la base donde se colocaba la tinaja se le llamaba la tinajera”.  El propietario condenó el pocillo que socorría al vinatero cuando el mosto se derramaba. Y nos topamos también con curiosos aperos que ha elaborado el suegro de Antonio, Felipe Caro, que también nos acompaña. El hizo un ventilador, una prensa, una destrozadora, la báscula de los toneles, una parrilla para echar la lumbre que ahuyentaba el tufo y otros curiosos objetos en los que demuestra toda su habilidad y amor por las tradiciones de la tierra. De hecho, en su casa tiene un museo de miniaturas que es una maravilla. 

Nos enseña Antonio el mazo que se utilizaba para poner el tapón a las tinajas y acto seguido pasamos a otra zona que fue como un desahogo que los propietarios hicieron en su día. Allí encontramos la prensa y la destrozadora que construyó Felipe a mano, además de una trilla, varias romanas, unas abarcas auténticas, una barja, una fresquera, un manojo de llaves y los picos que utilizaban los constructores de las cuevas. Y el final de nuestra visita, otro detalle curioso. Los apliques que iluminan esta cueva están hechos con tejas y son de lo más original. Como en realidad es una cueva que su propietario cuida con esmero cada día.